La sociabilidad de esos jóvenes sudamericanos que inauguraron este siglo y que concluyeron el anterior: esos minutos, alumbrados por las delicadas ampolletas de un voltaje decoroso y tibio, el rock en castellano y las glorias del fútbol rioplatense, un día de esos fue lo primero que capturó la cámara de una dupla creativa que pronunció la palabra historia con su lente: esta es la ópera prima de Juan Pablo Rebella y de Pablo Stoll.
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 2.6.2020
La película es en blanco y en negro. No tiene colores, pero sí una graduación de un tono a otro. La cosa transcurre y transcurre sin que lleguemos a un conflicto fijo. Y genial. Gran sensación provocada la de no tener algún sentido aparente o superficial. De eso está hecho el contenido. De existencias que pasan y que van viviendo cada uno de sus segundos. La artificialidad y el tiempo. El tiempo de los hechos presentes y el tiempo de la narración.
Se puede ver la realidad de cada realidad constituyente respecto a la cotidianeidad misma. Las pequeñas cosas de ciertos individuos. Así se construye una representación del detalle humano. Con las cervezas vacías, con la espera en teléfono. Son cosas que de alguna manera nos identifican hasta el día de hoy. Nos hacen vincularnos con la obra y con el pasado histórico. Las existencias no pasan piola; son establecidas en la percepción de los demás, de los otros.
Dentro de eso también están los temas adolescentes, juveniles o qué sé yo. El amor cuasi obligado a la familia, la amistad, el amor por sí solo. Y ahí están las relaciones. Más el estudio, la institución. Sobre unos pocos elementos se amurallan las defensas de los valores tradicionales. ¿Y el margen? Lo que está fuera del límite de algo no significa un desorden. Lo que está dentro tampoco se tiene que interpretar como el único fenómeno.
¿Podríamos decir que hay límites establecidos? Puede que sí. Por lo menos los que tenemos en contra: la sociedad o la cultura del papel. Cuánta creatividad plástica y visible. La digitalidad ahora es finita. Ultra-finita, e infinita al mismo tiempo. La atención espasmódica, como si tuviera un ataque al control a alguno de sus órganos. Pero luego desaparece. Igual que el dolor de cabeza con el paracetamol. Es la oscuridad de estos tiempos la que se pone y nos pone al desnudo.
Cuerpos desnudos. La crítica a la tradición y la respuesta ambigua. De otro sentido. Porque la distracción es demasiada. Los estímulos, muchos. Por eso se genera la incertidumbre, la constante actualización de la percepción en cada segundo, incluso. ¿Cuántos contenidos recibimos en dos horas? ¿En una? ¿En minutos? En la sociedad del papel todavía no había, o al menos no se manifestaba en la cotidianeidad, una dominación tan absoluta de los datos o la información.
Y en algún momento el cuerpo se hunde. Queda atrapada la subjetividad en el discurso ajeno, en el discurso-otro. O en la serialización casi trascendente de ciertos valores que están instalados en lo profundo de la primera educación. Porque, en realidad, ¿qué ha cambiado? La tendencia a apropiarse de la realidad, hoy, es un hecho: podemos sustentarnos, afirmarnos con las dos manos a la virtualidad, a la carne misma de la abstracción.
Pero seguimos teniendo pudor. Seguimos, a veces, sintiéndonos menos. Contra la corriente se le hace difícil hasta a un tiburón. Ese es el efecto de los valores que la representación nos imprime pasivamente, mientras vemos la tele o escuchamos alguna canción. La representación del ‘yo’ en la alteridad misma es inmanente a la construcción de un ideal social, económico, existencial y colectivo. Tan simple como arreglar la tele o como conversar con la publicidad del teléfono.
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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma de 25 Watts (2001), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll.