Tras la riqueza narrativa de la película se esconde un mensaje eterno: el espectador puede distraerse en la crítica a la corrupción y en la frialdad policial respecto a un barrio de escasos recursos. Un desdén que, como vemos, se traspasa al ámbito de la violencia de género y que en filmes como este se revela permitiéndonos reflexionar al respecto.
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 8.10.2019
Chinatown. Así se titula la película del polémico director polaco-judío. Como uno de los barrios reconocidos en la gran metrópolis que es Nueva York. El lugar no aparece, eso sí, de modo explícito hasta el final de la acción. Hay pistas a lo largo del filme que están dirigidas al público. Están vestidas de café y verde, como tanto les gusta a los que realizan el cine gringo. Me gusta pensar que están obligados por las políticas de la empresa, de las productoras o qué sé yo. En fin, Chinatown. El barrio que es mencionado un par de veces, pero jamás puesto en tela de juicio. La razón por la que el detective brillantemente interpretado por Nicholson haya dejado su trabajo. Un lugar oscuro. Un espacio donde el poder puede cerrar los ojos, respirar la indiferencia y sentirse redimido.
Tras la riqueza narrativa de la película se esconde un mensaje trascendental. Los fotogramas se suceden con violencia, como por sí mismos. Se hace difícil apreciar la quietud de la fotografía porque predomina el movimiento. La trama se complica, sorprende, pone y saca de la mesa todo sus trucos. El detective, tanto por amor propio como por odio a la corrupción, arriesga su vida para resolver el misterio. Trabajaba en Chinatown, el personaje interpretado por Nicholson. Una tímida respuesta nos revela que la indiferencia y la ausencia de la praxis policial en el barrio fueron algunos de sus motivos. Chinatown. Un lugar comparable con todos los barrios de nuestro país que sufren de lo mismo. Por ello es importante descifrar el mensaje que se esconde bajo todo el aparataje ficticio.
¿Otra perspectiva? Feminismo. Al final, la causa de todos los problemas era que una mujer era madre y hermana al mismo tiempo. Violencia. Cachetadas que parecen justificarse, estúpidamente, claro está, en conocer la verdad de una situación. Una resolución que, para la trama, parece tener más importancia que los fenómenos a los que ha sido adscrita. Rosa Blas, en Tribuna Feminista, escribió que: “Definitivamente, ni la pregunta ni la reacción que tiene es lo que se espera de un hombre que ha contemplado en primera fila el desenlace fatal de la cruel historia que han vivido estas dos mujeres”. Porque en verdad, el espectador puede distraerse en la crítica a la corrupción y en la indiferencia policial respecto a un barrio de escasos recursos. Una indiferencia que, como vemos, se traspasa al ámbito de la violencia de género y que en películas como esta se revela permitiéndonos reflexionar al respecto.
Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica de la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.
Tráiler:
Imagen destacada: Jack Nicholson en Chinatown (1974), del realizador polaco Roman Polanski.