El novelista, guionista y realizador español dirigió en 2019 esta bella «road movie» para la plataforma Netflix. La película nos muestra a dos hermanos que viajan por las tierras cántabras en busca de un perro. Es un emotivo retrato de su diferencia, de su rivalidad y de su complicidad. Destacan las brillantes interpretaciones de la pareja protagonista, Biel Montoro (Héctor) y Nacho Sánchez (Ismael), premiado este último con un Goya como actor revelación.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 17.6.2020
«No vayas detrás de mí,
tal vez ya no sepa liderar
No vayas delante, tal vez
yo no quiera seguirte
Ven a mi lado para poder
caminar juntos».
Proverbio Ute
Héctor
La historia gira entorno a Héctor un chico adolescente que desde pequeño convivió con su abuela e Ismael, su hermano mayor. Una historia de carencias como la de tantos niños a lo largo de los tiempos. Y ante las carencias cada cual desarrolla sus mecanismos de supervivencia, sus formas de auto–protegerse del dolor…
Héctor es un muchacho muy especial que se aísla de la gente. Ha aprendido a ser autosuficiente, él es inteligente, siempre encuentra salidas y soluciones para todo. Le vemos buscarse la vida en su día a día sin hogar, la abuela está internada en una residencia y la relación con su hermano es difícil.
Tiene un amplio historial de pequeños delitos y acaba recluido en un centro de menores por la denuncia de Ismael que no sabe qué hacer con ese hermano rebelde. Ahí sigue sin relacionarse con los demás, es el “raro” para los otros internos. Ahí aprende de memoria el código penal que la jueza de su encierro le ha entregado para que tome conciencia de las consecuencias del delinquir en la edad adulta a la que ya asoma. Es ese bien preciado el elegido por algunos “compañeros” con ganas de provocarle, se lo destrozan, le destrozan, desafortunadamente nada nuevo en su vida de superviviente.
Y ante ese destrozo, Héctor recompone. Lo vemos recogiendo los pedazos de las páginas rehaciendo el libro y escapando hábilmente para buscar los que el viento ha llevado fuera del centro. Llama la atención que sus educadores —de trato cercano con los internos— no le restituyan ese libro, que no empaticen con ese chico tan especial regalándole un nuevo ejemplar del código. No es fácil conectar con alguien que se encierra, precisamente por esta razón entiendo que el ofrecerle un nuevo ejemplar hubiese sido una buena oportunidad para entrar en su mundo.
Será un perro el que lo abra, Héctor acepta cuidar uno de los del programa concertado con un centro de acogida de animales abandonados. Oveja —así lo llama— no quiere el contacto con los otros perros, el animal es tan especial como él. Se nos muestra a Héctor cuidando y jugando con “su” perro, porque el muchacho siente que lo es aunque esté con él en los ratos establecidos por el programa y mientras nadie se interese por el animal.
Y un día Oveja no está junto a los otros perros que el centro de acogida cede a esos menores recluidos, ha sido adoptado. Héctor no acepta otro perro, él quiere a su Oveja por lo que se escapa de allí con la idea de recuperarlo. Puede más su amor por el animal que la asunción de su realidad: pronto será adulto y ese código memorizado se le aplicará. El chico es así, actúa según lo que siente, es auténtico, tiene su propio código.
Un y dos
A partir de esta huida, la película se torna una road movie. Héctor convence a su hermano para que le ayude a recuperar a Oveja por los posibles hogares de adopción en la auto caravana de Ismael. Los dos surcando carreteras de la bella Cantabria acompañados por la abuela a la que quedan pocos días de vida, Héctor —muy unido a ella, es el único que entiende sus balbuceos y sabe cuidarla— no ha querido dejarla morir sola.
Se hace patente el pulso entre ellos, Ismael acostumbrado a hacer de padre de su hermano pequeño queriendo imponer sus criterios a menudo con ironía, la ironía del resentimiento por tantos años apagándole fuegos y en general por el mundo injusto en el que vivimos. Y Héctor que ya no es un niño y tiene más recursos va haciéndose oír con palabras y hechos. ¿Quién es el más maduro? ¿Quién manda realmente? ¿O ya va siendo tiempo de equilibrar la balanza?
Entre bufidos y malas caras los hermanos hablan de su pasado compartido, de su ambivalente relación, de su gran diferencia de ser, de sus problemas… Y ante el empeoramiento de la abuela se dirigen a su pueblo natal para cumplir su voluntad: la de ser enterrada con su esposo. Allí están los familiares que se quedaron y que no han perdonado su marcha. Allí recordarán la historia del abuelo quien siendo niño durmió en las cuadras para ahuyentar con su hedor a los compañeros que le pegaban, el abuelo un ser tan especial como Héctor. Y allí en el objetivo común de cumplir con el deseo de la abuela, poco a poco los dos hermanos irán acercando posiciones llegando a acuerdos. Incluso Héctor —siempre ayudado— echará una mano a Ismael —siempre ayudando— en su no reconocida crisis de pareja.
La película es bella en ese retrato de los dos hermanos, en el retrato de su rivalidad y su complicidad. Es bella al mostrar el cuidado de amor y agradecimiento a la abuela, a la mujer que les fue madre. Es bella también por plasmar cuanto amor y cuanta ayuda ofrecen los animales a las personas solas, con problemas y enfermas; Oveja ayuda a Héctor y otro perro de esa perrera ayuda a la abuela. En definitiva, la película es bella en su sencillez por su humanidad y autenticidad. El suyo es un relato de lectura fácil válido para todos los públicos, un relato que emociona, divierte e instruye. Héctor e Ismael se nos hacen cercanos, viajamos con ellos en esa caravana de automóviles, viajamos en sus vidas y probablemente en el recuerdo de las nuestras. Y qué es el buen cine —a mi entender— sino una invitación a viajar en otras vidas como reflejo o ayuda en nuestro propio viaje vital.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma de Diecisiete (2019), de Daniel Sánchez Arévalo.