El título está en perfecta sintonía con lo que acontece en el filme. Es decir, se muestran los dos extremos de la vida. Una dicotomía muy bien explorada por el realizador, ya que interpola los elementos de la ciudad, del campo, del arte, de la violencia, de la tranquilidad o del caos para construir una obra de arte única, sólida y profundamente lírica.
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 17.7.2019
La secuencia de palabras del título significa, literalmente en japonés: “flores” y “fuego”. El filme del famoso director nipón es una película de verdad, trascendente. Tanto así que escapa a las interpretaciones de un ensayista o de un crítico. La poesía o el lirismo que despliega la música es clave para formar una pieza artística completa. Incluso da la sensación de que cada escena y segundo del largometraje fueron puestos ahí por alguna razón. No hay nada que esté al azar en esta película que, además, se complementa con la condición humana en muchos sentidos. La secuencia de fotogramas arrastra varios procesos donde las decisiones son las responsables de sus productos. Kitano creó una historia perfectamente confusa para atrapar a su público, pero también a los gustosos por el arte que se moviliza en el cine.
La película tiene varias secuencias temporales corriendo al mismo tiempo, lo que obliga al espectador a mantener la atención. Nishi es un policía en alguna ciudad de Japón y, por lo que cuentan sus compañeros, su hija murió hace poco y su esposa padece de anemia. En alguna parte del relato, cercano al anterior, su compañero y amigo recibe un balazo que lo deja parapléjico. El personaje interpretado por el mismo Kitano se vuelve loco. O sea, explota porque se cansó de los procedimientos, de una nube negra que lo tiene casi toda la película en un estado muy silencioso. No contento con esto, el director nos entregará un nuevo elemento a considerar: el financiero. Nishi también le debe plata a los Yakuza, quienes, por si alguien no lo sabe, es una mafia japonesa que existe desde el siglo XVII.
Todo esto genera una historia en el filme. Es decir, es el motor narrativo que sostiene el avance de los minutos. Sin embargo, hay otro generador de fotogramas que se lleva una buena parte del tiempo. Hokibe, el compañero que quedó parapléjico, pasa sus días en un estilo de reposo. Mira la naturaleza, el mar, las flores. Está sorprendido por una ambigüedad existencial que Kitano maneja perfectamente. Porque todos los artistas han sentido la necesidad de expresión, ya sea ésta sentimental, explicativa, racional o denunciadora. Más que no tener, el quedarse sin nada que hacer es un golpe de gran estruendo. Algunos, los más afortunados, en realidad, optan por el camino artístico, otros por las pastillas, las profesiones, los estudios, la plata, la familia, las relaciones, la terapia, el amor.
El compañero de Nishi elige el camino artístico, pero tampoco es una elección con tanto convencimiento. No hay que creer que Kitano nos está diciendo que ése es el camino. O sea, sí, las secuencias que van apareciendo a medida que avanza el filme son tranquilizadoras y de un gran gusto estético. El surrealismo que se incrusta en ellas dejan perplejo y conmovido a cualquier espectador –aunque no a cualquier público–. Pero bueno, las pinturas que acompañan a la bellísima música de fondo generan un ambiente poético. Una corriente que no nos deja tranquilos y que, si uno lo piensa bien, es la misma expresión del arte en la vida. En otras palabras, las obras que no rellenan, sino que decoran, amplían, y hasta construyen el lirismo narrativo, están en una notable correlación con su título: “flores” y “fuego”.
Un fuego que está demostrándose la mayor parte de la película y al cual los espectadores nos hemos lamentablemente acostumbrado. Las flores de las obras artísticas nos entregan un poco de calma en la desolación de la violencia y los procesos sin retorno. El producto resultante de esta combinación es una creación que todo fanático del cine debe ver. Porque nuestra vida está llena de fuego, cuando caminamos por la calle, cuando compramos algo, cuando alguien sube lento por la escalera del metro. Kitano parece decirnos que hay otro mundo, el cual se pierde en las grandes urbes. Por algo Hokibe está alejado y encontró, en la naturaleza, su propio camino sin retorno. Otra arista interesante es esa, la de los procesos que se dan a lo largo de la película y de su imposible reducción.
Muchos de estos procesos, la mayoría en realidad, tiene como protagonista a Nishi o a Kitano. La decisión de pedirle plata a los mafiosos, dispararle a quemarropa a un cuerpo muerto, robar un banco, irse de vacaciones. No importa el conocimiento de los hechos, eso no es lo que trasciende en este filme. Todas esas decisiones van llevando al protagonista y a nosotros a un camino que parece no tener un fin establecido. Lo mejor, o lo peor, es que tienen como producto los mismos avances de la narración. Una decisión lleva a una causa y al mismo tiempo a un efecto. Todo esto afecta a la opinión pública, a los chatarreros, a los mafiosos, a los inútiles de los bancos, a la policía, al arte y a casi todo el mundo. A todos menos a la esposa de Nishi. Ella, símbolo inequívoco de la poesía presente en la película, se constituye como el motivo y la entidad inalcanzable de la narración y los hechos.
Procedibilidad irreductible
Porque las dos historias que se relatan construyen un paralelismo, por decir lo menos, hermoso. A través de causas que conllevan a más causas, y a más efectos, obvio, se va constituyendo una especie de procedibilidad constante e irreductible, en el sentido de que, las decisiones que toman los personajes, los van insertando en nuevos contextos. Por un lado, la acción, el descontrol y la frialdad. Por el otro, el arte, la sensibilización y la introspección. Ambos son caminos sin retorno o de difícil, pero amplia, variación.
Las flores de fuego
El título está en perfecta sintonía con lo que sucede en el filme. Es decir, en base al paralelismo que se mencionó, se muestran algo así como los dos extremos de la vida. Una dicotomía muy bien explorada por Kitano, ya que interpola los elementos de la ciudad, del campo, del arte, de la violencia, de la tranquilidad o del caos para construir una obra de arte única, sólida y lírica. Las flores de fuego son los dos bandos que luchan o que por lo menos permiten luchar, o no, a nuestro espíritu.
Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica en la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma de Hana-bi (1997), del realizador japonés Takeshi Kitano.