El filme del realizador argentino Sebastián Borensztein (a quien debemos la notable «Kóblic»), compitió en los recientes Goya al galardón de Mejor Película Iberoamericana, y a la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián. Protagonizada por el actor Ricardo Darín, se exhibió en la cartelera nacional en la semana anterior al estallido social de octubre de 2019.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 20.1.2020
¿Qué es un ‘gil’? Cada país latinoamericano hispanoparlante tiene su aproximación al adjetivo, con la excepción de Venezuela (donde sólo es apellido, como en el caso argentino del padre de la Astronomía nacional: Martín Gil) y en Costa Rica que sólo es el hipocorístico de ‘Gilberto’. Pero en el resto de los países refiere sencillamente a un tonto, a un incauto, a un inocentón. En el Perú se le dice “gil” al atontado por el amor y en el Paraguay, al cobarde, pero lo que nos interesa en esta ocasión es la dimensión que el término “gil” ha tomado en la Argentina. El vocablo proviene del gitano español, o caló, «jili» que significa “inocente” o “cándido”, que a su vez deriva de «jil» que significa “fresco” y esta palabra, por su parte, deriva del árabe «ŷahil»: potrillo y por tal motivo, torpe… y vemos aquí, de paso, el origen del insulto español «gilipollas».
Ahora vayamos a la palabra “odisea”. La definición de texto es “viaje lleno de aventuras” o, más específicamente, de “contratiempos”. Odiseo, el personaje de Homero, es quien le presta el nombre a la epopeya: tratando de regresar desde la guerra de Troya y tras veinte años, a su hogar en Ítaca, pasa por toda una serie de episodios que culminan con la eliminación de los pretendientes que, en su casa, acosaban a Penélope, su mujer, a quien todos daban poco menos que por viuda -y adinerada- tras el largo tiempo de la partida de su marido. Pero Ulises vuelve y en una escena terrible, cierra todas las puertas de la casa y acaba con todos los ambiciosos y desconsiderados pretendientes.
Odiseo viene de la raíz ‘Od-‘ de donde deriva nuestra palabra “odio” y que en griego significa, literalmente, “Hijo del Odio”… y he aquí uno de los motores de La odisea de los giles de Sebastián Borensztein, una coproducción argentino-española, estrenada en agosto del 2019. Ese motor es describir cómo se desarrolla y se intenta justificar una forma del odio… sentimiento reprobable pero que la cinta intenta explicarnos.
Las evoluciones históricas, políticas y económicas de la Argentina deben ser de mucho interés para los economistas por estar dinamizada esencialmente por giles y aprovechadas por los vivos de siempre… Interesante, sobre todo, por el modo tan intenso, dramático y tonto en que los tres factores se entrelazan para generar ese perpetuo desastre económico que es la Argentina por lo menos desde los años 30. No obstante, y en alas del cine, nos detendremos en un tiempo: la Argentina de 2001.
Un guión dinámico, entretenido y fluido del propio Borensztein y Eduardo Sacheri -autor de la novela La noche de la usina que inspiró la película- es una historia simple aunque más entendible para los argentinos que tuvieron que padecerla: la apropiación por parte del Estado de los ahorros en dólares en aquel fatídico 2001 donde el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, trata de explicar por televisión y con un ramillete de eufemismos lo que era a todas luces un manotazo de ahogado del gobierno sobre los ahorros de la gente para no venirse abajo económicamente. Se trataba del “corralito”… Meditando en su auto se oye a Fermín Perlassi -el ídolo local del fútbol de baja estofa en la piel del siempre eficiente Ricardo Darín-, reflexionando: “¿Qué se hace cuando no es uno solo sino un ejército de hijos de puta los que te cagaron la vida? ¿Qué se hace? ¿Quién te defiende? ¿Con quién hablás? Con nadie…”. Y “Nadie” es, precisamente, el nombre que Odiseo le da a Polifemo para engañarlo y vencerlo. Es la tragedia familiar y la transformación personal de “un don nadie” que quiere acabar con un gigante, bruto, siempre hambriento y que ve al mundo con un solo ojo: el del dinero.
La odisea de los giles es un filme político… político y muy lleno de la idiosincrasia argentina, lo que inevitablemente lo convierte en un filme tanto dramático como cómico. Es una cinta que realiza un planteo político que debe incluir el odio como una propuesta de justicia. En efecto: abandonados de la mano paternalista del Estado, y más que abandonados, traicionados, los personajes de La odisea… deben apelar a sus propias inteligencias, sus capacidades y limitaciones para tratar de recuperar aquello que les había sido robado por el gobierno. En esta planificación que incumbe gran parte de la película, a lo que se asiste es a la recuperación del individuo… ¿y qué es un individuo -según se ve- sino una forma de integración psicológica tras el descubrimiento de la propia unidad desperdigada por fuerzas aparentemente invencibles? Integración que, en nuestro caso, arranca desde la toma de consciencia de la vocación desintegradora de este ente controlador, injusto por egocéntrico, que es el poder del Estado. Recuperar el individuo desde el poder que sobre él se ejerce, requiere del desarrollo de alguna forma de odio como fuerza y argamasa para que el orden del individuo se materialice y la persona se desprenda de la trampa del poder. Habrá empatía y habrá justos reclamos, pero por sobre todo, habrá que buscar la dignidad perdida: hay que indignarse… y la indignación es la forma que toma ese odio. Ante la injusticia debemos desarrollar un odio especial: debemos liberar el “odiseo” de nosotros mismos, de nuestra mansedumbre, de nuestra historia ovina sometida al pastoreo del Estado. Habrá violencia, habrá peligro, pero al final habrá dignidad. Y en esa dignidad buscada, en ese odio, renace el amor propio y la empatía de clase lo que lleva a la reconstrucción del individuo. En La odisea de los giles el odio hacia el Mal como entidad no abstracta -sino, antes bien, centrada en inescrupulosos y ambiciosos- es un sentimiento que permite la transformación interna. La recuperación de lo esencial, del yo, para poder volcarlo sobre los demás en un esfuerzo colectivo de reivindicación.
De hecho, estamos acostumbrados a lo impuesto como una forma normal de convivencia “social y civilizada”. Desde la escuela se nos adoctrina al respecto, olvidando que esa escuela responde a un Ministerio de Educación que a su vez responde al mismo poder que nos impone los impuestos, que nos monitoriza al respecto, que no puede ser a su vez monitoreado por nosotros y donde el conjunto de la propia educación está diseñado para que se perpetúen las condiciones que le dieron poder al poderoso. En este marco es donde se asienta el personaje de Antonio Fontana: el viejo anarquista interpretado por un siempre magistral Luis Brandoni, que evoca a su máximo referente anarquista: Mijaíl Bakunin.
Guerra contra lo injusto
Se trata, en definitiva, de una invocación a la guerra. Un llamado a Ares, hijo de Zeus y de Hera, contra el poder. “El más odioso de todos los Inmortales” para su padre; “ese loco que no conoce ley” dice su madre; “ese furioso, mal encarnado, ese voluble…”, dice Atenea, su hermana. Para Esquilo: “la fuerza brutal, que se embriaga con su talla, con su peso, con su velocidad, con su ruido, su capacidad de carnicería y que se burla de las cuestiones de justicia, de mesura y de humanidad y que bebe la sangre de los hombres…”. Pero, sin embargo, es el que seduce y hace el amor con la blanca y delicada Afrodita diosa de la Belleza y del Amor… Que después el marido engañado -Hefestos, el romano Vulcano- monte con sus cadenas irrompibles la escena para el escarnio y la vergüenza, haciendo desfilar a los dioses por el lecho que ocupaban ambos amantes, es otra historia… pero es una estructura simbólica bien clara: lo subterráneo, lo inconsciente (Hefestos era el dios a quien se le habían asignado las regiones invisibles bajo tierra), se revela a sí mismo a través de la vergüenza. Es el despertar al amor, al sexo y a la lucha entre el deseo y el pudor. Todos pasamos por esa etapa. Y ese modelo simbólico puede aplicarse perfectamente al despertar del cordero amansado que se descubre como morueco: como una oveja macho, fértil y fuerte… capaz de rebelarse contra el pastor… más allá, incluso, del peligro a ser descubiertos por el aparato represor. Y este odio, esta búsqueda de la guerra a través del odio, queda compensada por la Justicia. En el mito de Ares, es su amor por Afrodita lo que lo redimirá para siempre como dios de la Guerra. Por su parte, en La odisea de los giles es la justicia ante el atropello el factor que equilibra la balanza moral de la historia. En la cinta, no nos encontraremos ni con dioses ni con héroes homéricos, sino con seres vulgares, vencidos por el tiempo y la ignorancia. Personajes patéticos y graciosos, tiernos y honestos (en un trabajo de casting excepcional)… y en quienes arde el tizón de la dignidad.
La odisea de los giles es una película que nos invita a rebuscar en nuestro interior domesticado, aquellas brasas de honor y dignidad que permitan avivar el fuego frente al atropello de los poderosos… es, lo decimos una vez más, una historia simple. Criolla. Latinoamericana. Orientada a lo argentino antes que al mundo, es un grito interior sin mayores alardes de aquello que somos. Ignoro si se entenderá cabalmente fuera de nuestra geografía y por otra gente que no sea la que padeció el “apriete” del “corralito” de 2001, las tragedias que se desataron, los suicidios y crímenes sucedidos, en un acontecimiento que llevara a la Argentina a tener más “seudomonedas” que Afganistán… Quizás esta internación en lo argentino sea una falencia de falta de universalidad en el lenguaje pero eso es algo inevitable, como es inevitable la pérdida de información en toda traducción poética… no obstante esta dificultad, es una película bien hecha que merece ser vista en honor de todos los giles que cayeron, caen y caerán en la trampas del poder mientras reine ese poder en el mundo… o sea, para siempre. La lucha nunca acabará para ellos…
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Tráiler:
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.
“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.
“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.
Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: La odisea de los giles (2019), de Sebastián Borensztein.