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Cine trascendental: «La vida de Pi», de Ang Lee: La fuerza del confiar

A partir de la notable novela homónima de Yann Martel, el realizador taiwanés consigue una obra de singular belleza –en gran parte gracias a su espléndida fotografía y sus muy logrados efectos especiales- en torno a Pi, un joven hindú (Suraj Sharma) de extrema sensibilidad que ha de enfrentarse a un naufragio. La historia relatada por el propio personaje ya adulto (Irrfan Khan) es una alegoría sobre la capacidad de superación humana, en especial acerca de la importancia del creer y entregarse para lograr vencer las adversidades. Y también plantea una reflexión sobre lo que entendemos como realidad.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 17.1.2020

«La fe es una casa con muchos cuartos, la duda es útil en tanto mantiene viva la fe. No conoces la fuerza de tu fe hasta que ha sido puesta a prueba».
Citado en la obra

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto esta película y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

Fe o confianza

Confianza y fe son dos palabras de significado semejante. La fe habitualmente se asocia a las religiones y el sentir en Dios (para quienes lo experimentan) o el -más común- creer en Dios; la fe que precisamente por ese vínculo produce repulsa en mucha gente, repulsa que se entiende por tanta incoherencia de los ismos de culto y por la forma injusta en que se nos presenta la “realidad” de este nuestro Mundo. Así, hablar de confianza suele ser mejor aceptado para una mayoría, unos asocian confianza a fe en Dios (o Dioses), otros a la vida misma… en todo caso en un sentir-resonar de un significado trascendente más allá de lo estrictamente racional y “real” de este Mundo, un sentir-resonar que nos vincula a todos y a todo.

 

Pi, un buscador

Ese vínculo del sentir-resonar es el que le transmite-potencia a Pi su madre. Ya siendo chico se nos presenta con inquietudes existenciales buscando significado a la vida, Pi se plantea su lugar en el Mundo, se hace las eternas preguntas que han motivado a tantas y tantos pensadores a lo largo de los tiempos… Su madre le ayuda a desarrollar ese sentir y “le presenta a Dios” tal y como el mismo Pi expresa al relatar su vida a un escritor interesado en su historia. Así conoce el hinduismo, la religión propia de su cultura y en su afán de saber también se interesa por el cristianismo católico y el islamismo. Se nos muestra como empatiza con Jesús, con su sufrimiento desinteresado por todos;  Pi no puede entender que Dios enviara a sufrir a su hijo, que permitiera sacrificar a un inocente para expiar los “pecados” de los demás “culpables” preguntándose en abierta crítica al Dios cristiano: “¿qué clase de amor es ese?”.

Pero a Pi también le influencia su padre, un hombre que sólo cree en la ciencia y en la razón, la ciencia médica occidental fue la que le salvó cuando estuvo enfermo. Su mujer le da la razón aunque matiza a su hijo: “la ciencia puede enseñarnos sobre lo que está fuera pero no sobre lo que está aquí dentro”, mientras se toca su corazón con la palma de la mano; co-razón y razón la dualidad del vivir que Pi va reconociendo en sí mismo. Y el pragmatismo paterno ayudará a formar al joven, la lección que más calará en su sentir ocurre cuando Pi dominando su miedo quiere darle de comer a Parker el tigre del zoológico que regenta el padre; al verlo el hombre lo aparta consciente del peligro, pero Pi afirma confiado que ha visto su alma en sus ojos. Ante su confianza, el padre le demuestra la fiereza del tigre ofreciéndole un animal vivo que devora comentándole que lo que ve en él no es su alma: “estás viendo tus propias emociones redirigidas hacia ti”. Para Pi la experiencia resulta impactante, hasta el punto que le hace perder gran parte de su interés por la vida; no obstante todo cambia cuando se enamora y especialmente cuando siente la muerte muy cerca en el naufragio que pondrá a prueba su fe.

 

«La vida de Pi» (2012)

 

A prueba

Pi se ve obligado a abandonar su India natal junto a su familia y los animales del zoológico, entre ellos el tigre Parker. El barco que les transporta a Canadá naufraga en plena noche durante una fuerte tormenta, Pi logra sobrevivir subiéndose a un bote salvavidas, nada puede hacer –pese a sus intentos- para salvar a su familia. Son bellas las imágenes que nos lo muestran luchando por sobrevivir en medio del agua revuelta y observando las luces de la embarcación que se hunde en las profundidades marinas gritando con desgarro a sus padres un dolido “lo siento”.

Pi no está solo en la barca, le acompañan animales del zoológico: una cebra, una hiena, un orangután y Parker; al poco quedarán únicamente humano y tigre. Dos viejos conocidos compartiendo un mismo objetivo: sobrevivir. Con valor y astucia Pi lo intenta todo para controlar la difícil convivencia y lo logra finalmente al ayudar a Parker a subir a la barca tras su lanzamiento desesperado buscando cazar peces. Pi necesita al felino para no sentirse completamente solo (tal como Chuck Noland -el protagonista del filme Naufrago- necesitaba a su balón) y Parker se da cuenta a su manera de que también necesita al humano. Poco a poco Pi va dominando la situación y paralelamente va domando al animal. Nuestro protagonista escribe un diario y en él relata que Parker le ayuda: “recuerdo que él tiene tan poca experiencia de la vida real como yo, ambos fuimos criados en el zoológico por el mismo maestro, ahora quedamos huérfanos obligados a enfrentar a nuestro último maestro juntos, sin Parker yo ya habría muerto, el temor que le tengo me mantiene alerta, atender sus necesidades le da un propósito a mi vida”.

Pasan las jornadas y la situación es cada vez más dura, escasean las provisiones y el ánimo empieza a flaquear. Pi tiene muy presentes las recomendaciones del manual de supervivencia del bote, especialmente el consejo: “sobre todo no pierda las esperanzas”. Así sigue avivando su fe en Dios (su esperanza de que todo va a acabar bien) agradeciendo siempre. Agradeciendo la belleza de cada nuevo amanecer que la naturaleza marina le regala – agradecimiento al que como espectador me sumo, estremece ver semejantes imágenes- o agradeciendo el lograr pescar: “gracias por venir en forma de pescado y salvar nuestras vidas”.

Pero aun así -a pesar de esa confianza- la muerte parece que va a atraparles. Los vemos con pocas fuerzas en el bote en una noche de luna llena, Lee nos ofrece una bella escena que es una cascada de imágenes en el agua marina de la vida, imágenes de la vida vivenciada por Pi (la madre, el buque hundido…) y el cómo se miran los dos náufragos bajo el cielo estrellado: “Sólo me queda aferrarme a las palabras. Todo es confuso, fragmentado. Ya no puedo distinguir los sueños de la realidad”, escribe con un lápiz acabado. Y desesperado se enfurece con Dios cuando una nueva tormenta los zarandea: “he perdido a mi familia, lo he perdido todo, ¡Me rindo! ¿Qué más quieres?”.

Ya en las últimas lo vemos acariciar a Parker diciéndole que se están muriendo con un sentido “lo siento”. Un nuevo “lo siento” de un joven muy sensible con gran empatía. Se lo dijo a sus padres y hermano en el naufragio, también a los peces que mató para alimentarse  y ahora a su compañero felino a quien acurruca en su regazo implorando: “Mamá, Papá, Ravi. Estoy feliz de que los veré pronto. Dios gracias por darme la vida, ahora estoy listo” y sus lágrimas se funden con la lluvia fina, bello.

Pero no es ese el final, la corriente los arrastra a una isla en la que encuentran agua y alimento. Aunque extrañamente por la noche el agua de vida se convierte en agua de muerte, en agua ácida que corroe. Lo saben los pequeños animales que allí viven (las suricatas) que trepan a los árboles, lo detecta Parker que regresa al bote y lo comprende Pi que decide volver al océano con su compañero tras encontrar un diente humano de algún náufrago que fue consumido por esos ácidos. Y afortunadamente -“in extremis” como es común en toda aventura- llegan vivos al continente americano, Parker perdiéndose en la jungla y Pi auxiliado por los lugareños. Como siempre agradecido le explica al escritor que: “Aunque parecía que Dios me había abandonado, él estaba observando incluso cuando parecía indiferente a mi sufrimiento. Y cuando ya no tenía esperanza de salvación me dio descanso y una señal para que continuara mi viaje”.

Esta aventura de supervivencia supuso toda una lección de vida para Pi. Puso a prueba su fe (el legado materno) y su capacidad práctica para resolver (el legado paterno), prueba que superó con creces convirtiéndolo en una persona experimentada que se conoce y se sabe por lo vivenciado que es a mi entender la mejor forma de aproximarse a conocer de verdad la propia naturaleza y en general la naturaleza del Mundo.

 

«La vida de Pi»

 

Desprendimiento

Una de las lecciones que Pi confiesa haber aprendido es la del valor del desprendimiento. Lección que le enseñó Parker quien se fue sin tan solo mirarle, sin apego alguno lo dejó desapareciendo para siempre de su vida: “Mi padre tenía razón, jamás me vio como su amigo. Pero tengo que creer que en sus ojos había más que mi propio reflejo devolviéndome la mirada. Lo sentí aunque no pueda probarlo”. Probarlo o la vía racional científica que no lo abarca todo, sentirlo o la vía del corazón que a mi entender sí lo es todo tal y como el mismo Einstein confesaba a su hija al hablarle del amor como fuerza suprema.

Pi habla del desprendimiento como aprendizaje, de que dejó muchas cosas en ese naufragio: “Al final toda la vida se resume a un acto de desprendimiento pero lo que siempre duele más es no tomarse un momento para despedirse” y encuentra a faltar que Parker le hubiera agradecido salvarle la vida diciéndole: “te quiero mucho, siempre estarás conmigo pero no puedo estar contigo”. O la necesidad humana de sentirse amado-reconocido por los demás versus la animalidad salvaje que parece no necesitar de tal dependencia, que parece saber que el amor está en uno mismo.

 

Preguntas…

La historia de Pi es verdad no demostrable, nadie más sobrevivió al naufragio. Consciente de ello plantea dudas a su interlocutor escritor –y a nosotros los espectadores- hablándole de otra versión de su odisea más convencional en la cual sus acompañantes eran todos humanos. Según él la elaboró porque en su momento quienes investigaban el naufragio no le creyeron, pero no parece que sea esa la explicación sino más bien que lo plantea como un juego-reto al escritor (y al espectador). ¿Creemos su historia o no? E implícito en la pregunta: ¿Creemos en algo más allá de lo tangible dígasele Dios o lo que sea? El escritor afirma creerle y al leer el informe de los investigadores sonríe, ellos también creyeron la historia de Pi y de Parker.

A menudo la realidad se nos presenta extraña e incluso podemos llegar a percibir sensaciones o imágenes como reales que al parecer otros no sienten. Y la historia de la humanidad está llena de fenómenos inexplicables que desafían los postulados de la razón, de la ciencia oficial. Fenómenos extraños que son caldo de muchas mentiras-manipulaciones pero que también son en ocasiones realidades, testimonios de gentes nada sospechosas e incluso pruebas como las fotográficas atestiguan que hay algo más…

Así, ¿puede ser verdad la convivencia de un joven y un tigre en un bote durante casi un año a la deriva? ¿Existe la isla cuya agua es alternativamente de vida y de muerte? Más allá de las respuestas racionales que probablemente se decanten por los noes (nadie más ha visto esa isla, confiesa Pi) están las claves simbólicas. El escritor entiende que las dos historias (la animal y la humana) están conectadas, que en realidad Pi es el tigre y este como respuesta sonríe enigmático…

Y la isla sorprende por su simbolismo. El perfil de ese pedazo de tierra es una silueta humana tumbada sobre la mar que mira al cielo, un gigante que como Gulliver o Purusha se encuentra apresado en un Mundo –este nuestro que llamamos realidad- en el que nosotros somos enanos. Todo un símbolo del poder del Dios que a mi entender somos y que como humanos enanos no alcanzamos-reconocemos-desarrollamos. Todo un símbolo también de la dualidad cíclica de este Mundo en el que transitamos en donde el día se asocia a la vida y noche –la ausencia de luz vital- a la muerte. La muerte en la isla que todo lo corroe excepto un diente humano, el diente como símbolo de la agresividad humana que nos devora y consume (que nos daña y que tanto daña a nuestro alrededor). Mucho símbolo en una isla.

¿Una historia simbólica? ¿Una historia extraña pero real? ¿Qué es real, sólo lo “demostrable” o “científico”? Estas y otras muchas preguntas plantea la obra, preguntas quizás sin respuesta clara o ¿quizás sí?

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

El director Ang Lee

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de La vida de Pi (2012).

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