La realizadora francesa nos ofrece una obra maestra de gran emocionalidad, y la cual estremece por su belleza audiovisual. Ambientada en la Francia del siglo XVIII, el filme relata el encuentro de dos mujeres, con motivo de pintar la figura corporal de una de ellas —Marianne la pintora, y Héloise la dibujada—, interpretadas brillantemente por Adèle Haenel y Noémie Merlant, respectivamente, en una historia pasional con paralelismos en el mito clásico de Orfeo y de Eurídice.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 29.2.2020
«La transmutación de los desiertos es una energía femenina atemporal».
Héctor Ethos
Preliminar
Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor apreciar este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).
Naturaleza femenina
Sciamma nos ofrece una película que es poesía y que estremece por su Belleza. Poesía son sus imágenes que asemejan pinturas realistas donde los colores cobran inusitada vida. Especialmente las escenas diurnas por la deslumbrante luz natural que emplea, un excelente trabajo de Claire Mathon quien está a cargo de la fotografía. Y es poesía sonora en las maravillosas piezas musicales, en los diálogos e incluso en los abundantes silencios. Todo en ella es puro goce de los sentidos.
La suya es la mirada de una mujer con gran sensibilidad que conecta, que se entrega, que se funde en la Naturaleza que observa/dirige con suma delicadeza aún en sus momentos de desbocada fuerza. La Naturaleza paisajística y sobre todo la Naturaleza de las mujeres que protagonizan esta historia. El resultado es una obra maestra que rezuma feminidad.
Mentira y verdad
Marianne es una pintora que recibe el encargo de retratar a Héloise, su madre es quien la contrata para con él mostrarla/ofrecerla a un hombre que a ella le interesa. O la tradición del matrimonio de conveniencia en la cual la opinión de la novia no importa, tradición patriarcal en la que lamentablemente muchas mujeres colaboraron y aún colaboran. Héloise rechaza ese retrato de mujer a la venta, ya que otros pintores han fracasado en el intento. La madre la sacó del convento donde vivía tras la muerte de su hermana quien se suicidó lanzándose desde un acantilado, no pudo ser una y ha de ser la otra la que se case con ese hombre para así favorecer su egoísta deseo.
En una de las mejores escenas del filme se nos muestra como la pintora va a ver a Héloise por primera vez. Marianne la observa y la sigue saliendo de la casa, Héloise viste una prenda de abrigo con capucha que hace que nada vea/veamos estando a sus espaladas; hasta que en su caminar resuelto cede la capucha quedando a la vista su cuello y su cabellera. Un caminar que se torna carrera hasta el acantilado —el acantilado en el que se suicidó su hermana— donde se gira y aprecia/apreciamos la Belleza de su rostro lleno de vida con el fondo de mar y el cielo en una imagen que impacta.
Marianne conseguirá pintar el retrato por dos veces. Primero desde la mentira cómplice con la madre, quien la presenta como dama de compañía y con ese estar a su lado la va observando (a Héloise) para lograrlo. Pero en su compartir momentos va surgiendo la amistad y Marianne acaba confesándole la verdad a Héloise quien le comenta desengañada: “eso explica tus miradas”. La pintora le muestra el cuadro: “¿así soy yo?”, le pregunta ella y ante sus justificaciones retóricas Héloise la pone en evidencia: “¿Quieres decir que —en el retrato— no hay vida ni presencia?, algunos sentimientos son profundos”, y le transmite la tristeza que le produce que la pintura no sea cercana a ellas. Marianne siente la mentira que hay en la obra —y en ella misma— y borra la cara, en ese borrar se entiende que deja de estar con quien trama/manipula para situarse junto a quien está presa y sufre.
Ese cambio en la pintora, esa asunción de la verdad hace que surja la oportunidad real de pintar a Héloise, quien se ofrece —ahora sí— a posar para ella. Verdad que ha nacido del conocimiento, de la amistad auténtica, del Amor entre esas dos mujeres. Amor que va a crecer día a día con la intimidad del retrato consentido y que pronto se tornará Amor pasional.
Poco a poco Marianne descubre a Héloise, descubre que a ella le encanta la música pero que sólo ha oído el órgano de la iglesia. Así cuando su amiga le pide que le explique otras músicas, ante la dificultad de explicarlo le interpreta al piano una pieza de Vivaldi —un fragmento del verano de Las cuatro estaciones—, describiéndola: “Es sobre la llegada de una tempestad”, le dice o la potente fuerza que crece en ellas. Las dos se van conociendo y amando, las dos hablan de sus sentimientos, las dos entienden sus gestos… y en ese conocerse va surgiendo el fuego de la pasión sexual.
En este sentido es potente la escena nocturna donde acompañan a Sophie, la sirvienta amiga a la cual ayudan a abortar. Allí rodeadas de mujeres cantando en torno a una hoguera, allí con el fuego entre ellas observamos sus miradas cómplices y a Héloise acercándose a la hoguera lo que provoca que se prenda su vestido. Ni una ni otra se inmutan, el fuego ya arde en ambas.
Girarse, el mito
Una noche leen el mito de Orfeo acompañadas por Sophie. Orfeo quien fue al inframundo a rescatar a su mujer Eurídice consiguiendo que el gobernador del Hades accediera aunque con la condición de que el hombre no se girara a comprobar si ella la seguía en su salida, de hacerlo Eurídice moriría definitivamente. Pero Orfeo se giró justo al traspasar el umbral y vio fugazmente desaparecer a su amada en su segunda muerte. Un mito que las impresiona a las tres y que les define a las dos en su Amor casi imposible dada la época. Y comentan el texto, para Héloise: Orfeo estaba loco de Amor, por eso no pudo más. Sophie se indigna ante lo que considera injusticia y Marianne opina que él podría haber resistido: “a lo mejor eligió la memoria de ella, por eso se giró. No toma la decisión del amante sino la del poeta”, a lo que su amada sugiere: “quizás fue ella la que le pidió que se girara”. O el paralelismo entre el mito y su realidad, Héloise como Eurídice condenada a muerte, a “vivir” una vida no deseada lejos de su Orfeo que es su amada poeta/música, Marianne.
En este sentido es significativa y potente la conversación entre las dos mujeres al finalizar el cuadro. Héloise ahora sí se siente satisfecha y le dice a Marianne que cree que destruyó el primero por sí misma, no por ella. Y la sentida respuesta de la pintora: “me gustaría destruir este porque por medio de él te entrego a otro”. Héloise quiere saber si le pide que renuncie y Marianne —entiendo que en actitud un tanto cobarde, no era fácil en la época asumir la homosexualidad— acaba diciendo que no. Y tras ese no, la bellísima escena de Héloise decepcionada en la playa con luz cegadora, el mar bravo y su vestido de rotundo verde como espléndido contraste; Marianne llega y la ve mirando al mar, la abraza por la espalda y le pide perdón.
Es tiempo de despedida. Ellas se quedan con una pequeña imagen de la amada, Marianne en su medallón y Héloise en su libro; los retratos del recuerdo de su gran Amor. Y la despedida formal con la madre probándole el vestido nupcial a Héloise. Marianne que baja corriendo las escaleras y Héloise, en lo alto, antes de que salga por la puerta, la llama con un “gírate”, y al hacerlo la pintora la ve fugazmente en su vestido blanco, visión fugaz que Sciamma muestra simbólicamente en un fundido a negro, a la par con el sonido de la puerta, que se cierra. Se ha consumado el mito, prevaleció la decisión del poeta y no la implicación del amante.
Al final Marianne explica que volvió a ver a su amada dos veces más. La primera en una exposición colectiva en la cual expone un cuadro sobre el mito; allí ve otro retrato de Héloise, este con una niña —ya es madre— y en su mano el libro, en el que ella le dibujó su autorretrato de Amor. Y la segunda vez la observa sola —ella no se da cuenta y Marianne nada hace por hacerse ver—, en el teatro donde interpretan el concierto de verano de Vivaldi que ella le tocó en forma reveladora.
La película concluye con un primer plano de Héloise, que es puro sentimiento: la vemos totalmente entregada a esa música, emocionada simultaneando llanto y sonrisas… latiendo con pasión de mujer. La pasión de Eurídice no ha muerto “a pesar de” todo lo ocurrido, pero en cambio Orfeo sigue siendo más poeta que amante (nada hace por hacerse ver ante su amada, sólo la observa) y en esa no implicación entiendo que está su mayor muerte.
Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Noémie Merlant en Retrato de una mujer en llamas (2019).