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Cine trascendental: «Silencio», de Martin Scorsese: La incógnita de los inocentes

Las dos horas con cuarenta y un minutos de este largometraje de ficción nos muestran una realidad cruda, eso es cierto, pero las posibilidades de interpretación no dan abasto a un sólo foco y en ellas aparece un poco de todo, colonialismo, otredad, religión y oportunismo.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 29.7.2019

Esta película, cuyo proceso creativo duró aproximadamente veinticinco años, provocó que Scorsese se negara a trabajar en otro proyecto en simultáneo. Un hecho que remarca la importancia que tenía el filme para su autor. Las dos horas con cuarenta y un minutos nos muestran una realidad cruda, eso es cierto, pero las posibilidades de interpretación no dan abasto a un sólo foco. En ellas aparece un poco de todo, colonialismo, otredad, religión, oportunismo. El título refleja lo que mueve gran parte, por no decir toda, a la trama en que los sacerdotes tienen que buscar a su maestro. Scorsese, de nuevo, se queda en la historia del cine con una realización que cuenta con muchísimos tópicos, los que invitan abiertamente a observar, y a la reflexión.

El viaje que emprenden los sacerdotes es voluntario al cien por ciento. Movidos por el cariño hacia su maestro se encaminan al misterioso territorio oriental de Japón. Allí reina una situación que es bastante desalentadora: la Rebelión Shimabara. Los campesinos, cansados de los impuestos y de la hambruna, emprendieron un levantamiento armado contra los jefes de aquél tiempo, el shogunato Tokugawa. Evidentemente, el reinado militar y autoritario terminó ganando la pulseada, por algo ostentaba todo el poder en Japón. Los más afectados por la represión tras el levantamiento fue el mismo campesinado que se había decidido a luchar. Además, confiaban en otro espectro religioso.

Los cristianos que habitaban en aquel lugar eran una consecuencia del poder que ejercían las familias poderosas en un sistema como el feudalismo. La familia Arima fue reemplazada por la Matsukura, lo que cambió la religión dominante desde el cristianismo al budismo. La represión que se llevó a cabo tuvo su efecto más crudo en los treinta y siete mil habitantes decapitados por sospecha o por la práctica de su religión. Los sacerdotes llegan en este contexto, van a buscar a un maestro que no aparece y que, por ende, la autoridad eclesiástica toma por muerto. Sin embargo, con el entusiasmo de la fe y el agradecimiento, llegan a China para realizar su misión. Ahí se encontrarán con un personaje clave en el filme: Kichijiro.

El personaje interpretado por Yōsuke Kubozuka es el que guía a los sacerdotes, pero también es quien entrega a Rodrigues a las autoridades del Inquisidor. Es lo que en algún momento de la película describirán como la fe o el pensamiento erróneo. “We find our original nature in Japan, Rodrigues. Perhaps it’s what’s meant by finding God”, dice Ferreira, y se refiere a que no se puede conquistar al Otro. Por más que los japoneses hayan creído, no compartían sus creencias sobre Dios. Ahora es cuando el filme invita a la reflexión: los dos sacerdotes se quedan en Japón hasta su muerte, pero gozan de un gran pacifismo, de un gran silencio. Los demás, los inocentes o, para los de Occidente, los erróneos, no aparecen de nuevo.

Hay otra arista que puede ser de gran interés para la reflexión. El silencio, lo dice el título de la película, pero, ¿a qué se refiere, el silencio?Feinmann, un filósofo argentino, dijo una frase notable: “En un mundo donde el silencio de dios es agobiante, los seres humanos tenemos la obligación de tomar la palabra”. Esta declaración medio ilustrada puede extrapolarse al aspecto fílmico. Ni Ferreira ni Rodrigues toman la palabra, de hecho, la toman los demás, la toma la represión. Pero no adquiere la palabra, solamente, porque se lleva consigo millares de vidas y almas que se perdieron bajo el alero del colonialismo –supuestamente– religioso. El maldito silencio. ¿Qué es ese silencio al que se refiere Scorsese?

En un mundo donde no se puede comprobar ni dialogar, empíricamente por lo menos, los y las seres que vivimos aquí tenemos que entrar a la acción. La fe se trata de eso, también, de considerar un silencio como positiva o negativamente comunicativo. Al final de la película se puede ver este aspecto. Los sacerdotes ya no saben si creen en Dios. «¿Qué Dios?», pregunta Neeson. Las preguntas de esta índole son repetidas a lo largo del filme. En otras palabras, se muestra que, en realidad, los inocentes son los que cargan con el peso de la religión. Son los que están en el silencio, en el anonimato de una cristiandad ajena, extraña y distorsionada por el intento de conquistar al Otro. Sobre eso parece reflexionar Scorsese, creo, sobre aquellos tipos de silencio.

 

El maldito silencio

La película se titula así por alguna razón. El silencio divino conlleva a la duda, al desacierto entendido como la repentina y consciente ausencia de lo que es o de lo que fue en algún momento lo verdadero. Un silencio que termina con una creencia tan inexistente como indubitable al final, cuando el sacerdote sostiene el crucifijo mientras se quema su cuerpo.

 

La incógnita de los inocentes

Porque efectivamente son ellos los que terminan así, de incógnitos. Los libros hablan sobre los pocos jesuitas colonizadores, pero lo hacen menos del pueblo colonizado y reprimido. Aquí es cuando podría introducirse el monumento al marinero desconocido, por ejemplo. Aquí es cuando nos preguntamos si, a lo mejor, el director quería empaparse (nos) de este silencio.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica en la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.

 

Un fotograma de «Silencio» (2016), de Martin Scorsese

 

 

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Liam Neeson en un fotograma de Silencio (Silence, 2016), de Martin Scorsese.

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