La poesía es una buena herramienta para tratar el tema de la existencia desde las fronteras inexistentes. El sentir poético, o sea: el entender que el Todo es poetizable, no debe comprenderse como un devaneo de quien no tiene nada “útil” que hacer. Se trata de una forma de percepción que puede volcarse hacia el interior mismo de nuestra vida espiritual. No todo es razonable y ni aún lo razonable, lo medible, es acabable en su percepción.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 19.10.2018
Una definición de poesía no es algo sencillo. Diríamos, más bien, que quizás sea un algo imposible. Es decir, una definición fuera de una construcción poética, algo que pudiera decir lo poético sin tener que atender a lo poético (decir lo que es poesía sin serlo) traicionaría el hecho poético.
Una cosa es, entonces, evidente: una definición de poesía no es poesía, pero sí podríamos decir que una poesía puede ser una definición.
Veamos primero qué diferencia el lenguaje asertivo del lenguaje poético.
Lo más destacado es que el decir poético se caracteriza por definir destruyendo límites, distorsionando límites… aquellos límites que dicen donde está el fin de algo y el comienzo de otra cosa: dando fines, o sea: definiendo. Pero lo interesante es que en esa otorgación de fines, en el trabajo de establecer los límites de algo, la poesía trabaja cambiando los ladrillos de un límite dado, por cajas de zapatos o por espacios en los que cabría un ladrillo o el recuerdo de un ladrillo o el recuerdo de un espacio en el que podría haber cabido un ladrillo… o una caja de zapatos…
Resulta evidente que, en nuestro ejemplo, el objeto que quedaba atrapado en la definición ya poco importa. O, por lo menos, importa cada vez menos. Esto significa que el acto poético es siempre expansivo, alterizador…, es decir: abierto a lo otro, a lo de más allá del límite. ¿Por eso la importancia de la metáfora? Puede ser… pero esa vocación de alteridad habla más de los límites que de los contenidos o, quizás mejor, supedita el contenido a su forma.
Es cierto: no podemos separar contenido de forma. El contenido le da sentido, dirección a la forma, mientras que la forma le da sentido, orientación al contenido. Sin contenido, la forma es un cascarón vacío. Sin forma, el contenido es un charco de agua que se pierde en el suelo. ¿Cómo trabaja la poesía en esta dualidad? Actúa y retroactúa. Dicho de otra forma: trabaja desde el contenido hacia el límite (lo que se ve como forma) y una vez en el límite retroactúa sobre el contenido… y al retroactuar sobre el contenido, necesariamente vuelve a modificar a la forma y así hasta el infinito. Naturalmente, si nos vamos hasta el infinito es porque este proceso, en realidad, no existe. No es tal.
La dualidad forma/contenido es resultado de nuestra naturaleza, de nuestra forma de ver, de nuestra forma de entender. Es consecuencia de cómo somos. Es el resultado de nuestra ecología, del modo en que nos relacionamos con el entorno. En este sentido, entonces, la poesía desnuda una característica de nuestra percepción del mundo, disociando forma de contenido… pero, a la vez, en esa disociación nos anoticia que la dualidad es un lastre con el que invariablemente tenemos que lidiar.
De hecho, esa dualidad es herencia de una dualidad inicial: el yo y lo que lo rodea.
Esta disociación funcional lleva a creer que la disociación efectivamente existe, que no existe nada entre las cosas y en donde lo que nos rodea y el yo son cosas. Así, directamente, sin cortapisas: cosas acabadas en sí mismas a las cuales se las puede conocer acabadamente… y muchos siguen creyendo eso a pesar de que ya Aristóteles decía que era imposible tal “conocimiento completo”.
La poesía es una buena herramienta para tratar el tema de la existencia de los límites inexistentes.
Apenas uno lee un poema se da cuenta de la existencia de una integración entre el psiquismo de la persona lectora y lo escrito, de modo que la dualidad comienza a diluirse. La emoción, las sensaciones, los recuerdos que se producen, los que acontecen después, la evolución anímica tras, antes de y durante la lectura, etcétera, todo eso nos anoticia de una integridad de la que no somos conscientes. Una unidad que apenas intuimos por esos momentos “mágicos” -con o sin comillas- que nos regala la lectura de un poema.
Por eso afirmamos que esta descomposición de los límites de las cosas para llevarnos más allá de las cosas, hasta que las mismas cosas -que, si no desaparecen, por lo menos pierden importancia y se convierten en meros elementos de anclaje de nuestra consciencia para seguir adelante- hasta que las mismas cosas, decíamos, se pierden en sucesivos límites que deberán a su vez ir desapareciendo.
¿Todo es ilusorio? Bueno: ese es un buen comienzo para el sentir poético.
El sentir poético, o sea: el entender que el Todo es poetizable, no debe entenderse como un devaneo de quien no tiene nada “útil” que hacer. Se trata de una forma de percepción que puede volcarse hacia el interior mismo de nuestra vida espiritual.
No todo es razonable. Ni aún lo razonable, lo medible, es acabable en su percepción.
Tendemos a creer que podemos aprehender a través de los sentidos, la totalidad de algo, de un objeto cualquiera… pero una cosa es, por ejemplo, verlo a 20 centímetros de los ojos y otra con una lupa, y otra con un microscopio, y otra con una luz de color y otra en diferentes estados de ánimo… y así el objeto “concreto” se amplificará en diferentes cosas, fractal y fatalmente, hasta el infinito. El creer lo contrario, el creer en que podemos abarcar la totalidad de una cosa pone en segundo plano el entramado de relaciones que da significado a lo que estamos percibiendo. También el zen nos anoticia de que el conocimiento acabado de algo es imposible… Nada es igual a sí mismo en dos instantes seguidos: uno, porque uno al vivir cambia -si no, no viviría- y porque conocer nos cambia, y dos porque todo lo que nos rodea también muta constantemente: cambia su estructura atómica, cambia su sombra, cambia su lugar en el espacio sideral, etcétera.
Bajo la premisa de que sólo el contexto da significado, cuando hablamos de totalidades fluyentes, no cristalizadas en cosas, los objetos y sus relaciones comienzan a poder entrelazarse: un poema significa para mí como lector que constituye su contexto… y a mi vez, como lector soy significado por el poema. Me resignifico: no soy el mismo que antes de leerlo. El poema se anima como tal en el cambio que me produce en la lectura.
¿Puedo prever quién seré tras leer el poema? Definitivamente no. No se puede prever la evolución, el desarrollo de nuestra mente, así como jamás hubiéramos podido prever a la silla que se habrá fabricado decenas de años después de sacada del tronco de un árbol tras haber visto un bosque decenas de años antes.
En una estrella ya estaba el material del cual se formó nuestro sol, y que formó a la Tierra, a su vida, al bosque, al árbol, a la silla y de la silla, el fuego que terminará dando cenizas que, en algún lejano día, darán origen a una estrella. Como diría un poeta haijin (autor de haikus): en la primera hoja que cae por el otoño, está terminando el otoño… en la primera flor de cerezo, está terminando la primavera… y en el otoño está el invierno y en el invierno ya está el verano y en la primavera, el otoño…
Todo es de carácter procesual. Todo es eventual, es decir, impredecible.
No hay cosas: hay procesos. Y procesos libres, impredecibles.
Cuando las ciencias generan una ley, lo que hacen es tratar de predecir el futuro, bajo la fórmula: siempre que se da “A”, entonces se dará “B”. Este pensamiento-fuerza de predecir el futuro, estuvo presente en todos los pensamientos mágicos o religiosos de todas las épocas: se hacía el ritual “A” para obtener el resultado “B” o, directamente, se predice “B”.
¿Por qué rescatar estos aspectos del pensamiento científico e, indirectamente, el pensamiento mágico? Porque esta forma de sentir al mundo como algo que se puede intelectualizar, ha entablado en nuestra tradición cultural un sesgo utilitarista del entorno. Al haber cosas en nuestra mente, nuestra mente se vuelve cosa y las cosas han sido hechas para ser tenidas… y parafraseando a Erich Fromm: lo que tenemos, nos tiene… es decir: allí donde esté nuestro tesoro allí estará nuestro corazón.
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban. La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”
“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”
Actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Darío Brenna (http://www.dariobrenna.com).