Quienes me conocen saben que soy abiertamente antiimperialista y que estoy consciente de los permanentes intentos de Estados Unidos por desestabilizar a los países que le son adversos, pero no confundo el compromiso soberanista de nuestra América con una irresponsable subvención a la estupidez.
Por David Hevia
Publicado el 20.2.2023
En 1972, la obra de la joven Gioconda Belli cobraba notoriedad al obtener el Premio Mariano Fiallos Gil, otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.
Para entonces, la poeta y narradora ya se había integrado a las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y a la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza, razón por la cual se encontraba en el exilio en México cuando, en 1978, fue reconocida con el Premio Casa de las Américas de La Habana.
Tras el triunfo de la Revolución Nicaragüense, en 1979, la autora ocupó diversos cargos en el gobierno. Muchos años después pasó a la oposición frente al régimen que encabeza el matrimonio de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
«Me persigue el gobierno que tenemos, la pareja presidencial de Daniel Ortega y su mujer. Ellos son dueños de todos los poderes de Nicaragua. Tienen un poder absoluto, infinito, que no tiene límites, y ese poder está ahora contra mí», dijo el 14 de febrero de 2017 el entonces anciano poeta Ernesto Cardenal, quien también había sido un estrecho colaborador del FSLN contra Somoza.
En 2020, Gioconda Belli fue galardonada en España con el Premio Jaime Gil de Biedma, y al año siguiente ya no regresaría a Nicaragua.
«Nunca imaginé que iba a tener que vivir de nuevo en el exilio», señaló a la agencia EFE el recién pasado 10 de febrero, solo seis días antes de ser condenada, en ausencia, por el delito de traición a la patria, quitándosele la nacionalidad a ella, al escritor Sergio Ramírez —ganador de los premios Cervantes y Casa de las Américas— y a otras 92 personas.
La censura no es revolucionaria
Quienes me conocen saben que soy abiertamente antiimperialista y que estoy consciente de los permanentes intentos de Estados Unidos por desestabilizar a los países que le son adversos, pero no confundo el compromiso soberanista de nuestra América con una irresponsable subvención a la estupidez.
¿Realmente alguien piensa que Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli han sido los grandes desestabilizadores de Nicaragua?
Quienes me conocen saben que ni siquiera tengo una gran opinión sobre la literatura de estos tres autores, y que tampoco comparto sus ideas, pero, persiguiéndolos, lejos de frenar la arremetida yanqui en el continente, se hace un favor al discurso de la Casa Blanca y sus pretensiones hegemónicas.
La Premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral llamó a respaldar la Revolución de Sandino, y no a condenar a los artistas o a quienes tuviesen una opinión divergente. El Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda fue perseguido primero por la tiranía de Gabriel González Videla y luego por la dictadura de Augusto Pinochet.
Mistral y Neruda trabajaron una y otra vez en solidaridad con los perseguidos. Ambos admiraron al cubano José Martí y al nicaragüense Rubén Darío, quienes en 1863 se reunieron en Nueva York para poner puño y letra a un sueño latinoamericano y antiimperialista, a una revolución que, para ser tal, hizo el ejercicio de pensarse a sí misma, lo que significa poner en marcha el debate y no darse el tétrico lujo de legitimar el matonaje contra las ideas distintas.
La censura no es revolucionaria. La censura es injusta, porque patrocina la ignorancia y aboga por la imbecilidad.
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David Hevia (Santiago, 1971) es un escritor y profesor de literatura chileno, y también es el actual presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).
Imagen destacada: Gioconda Belli.