La nueva Constitución debe comenzar con algo inmanente: «los chilenos tienen el mandato de vivir con Bondad, con Justicia, con Verdad y con Belleza». Algo parecido al Sermón de la Montaña, pues necesitamos volver al hogar, armonizarnos, distribuir la riqueza, salir del individualismo: somos criaturas sociales y necesitamos amigos y comunidades sólidas en las cuales podamos prosperar.
Por Omar Pérez Santiago
Publicado el 22.11.2021
Se habla mucho del resultado electoral desde las razones políticas y sociológicas.
Pero, no se habla de las razones psicológicas y espirituales. Eso sería subversivo. Pues la crisis chilena es una crisis espiritual.
Hemos olvidado el espiritualismo de Gabriela Mistral, que no es solo el personaje del billete de 5 mil. Su budismo. Su influencia de Tagore. Yoga. Hemos olvidado a la colonia tolstoyana orientalista de los escritores Augusto d’Halmar, Fernando Santiván y Julio Ortíz de Zárate. Todo olvidado.
Se pudre el pensamiento olvidando a los pensadores, a los artistas y a los escritores. Olvidar. Olvidar todo y volver a empezar.
Chile vive una distopía. Una neurosis colectiva, resultado de una ansiedad surgida de una confusa realidad.
El sistema le dijo a la gente: “Aprovechen las oportunidades. Auto realícense. Moneticen su falso yo, exploten su imagen. ¡Llame ya!”
¡Hagan cositas con su ego!
Y así vivimos en un capitalismo emocional e infantilizado, al que debemos humillarnos y entregar nuestras habilidades, nuestro tiempo y emociones.
La distopía Chile se sustenta en la desigualdad social. No existe la igualdad, sino una falsa meritocracia en la que suelen perder los mismos, la mayoría.
Nos dijeron: «chusma, alégrense porque ya no se mueren de hambre en las calles, chusma, alégrense porque ya no te van a buscar a tu casa para torturarte».
Esa cerrada coacción fue también una forma de silenciar las voces críticas. Un gran hermano te vigila. La distopía narcisa la enfrentamos individualmente. Solos. Desencantados y resentidos.
Además, el aire puro escasea.
Y querían hacernos creer que Chile era lo mejor del mundo, un oasis.
¡A la mierda!
Nada encajaba.
Estábamos aislados a pesar que a los chilenos nos gusta socializar.
Quizá era más fácil ser feliz en el pueblo de Utqiaġvik, en Alaska, entre medio de glaciares y eternas noches, que en el Chile de ají y pimienta.
La gente se enfermó de estrés psicológico. Chile tiene una de las más altas tasas de suicidios. Lo mismo las tasas de alcoholismo, tabaquismo y sedentarismo obeso. Nuevos datos indican que hay 200 mil enfermos de soriasis nerviosa en Chile.
Pero, a nadie le importa la salud psicológica de los chilenos.
Y luego asoló la pandemia y morían más de 40 mil chilenos de coronavirus. No pudimos abrazarnos a causa de la parca. Perdimos maestros y amigos. El «Memento mori» de Horacio, el poema que nos recuerda que somos mortales, y que en un momento, desde la casa nos llevarán al eterno exilio.
Y al desencanto y al resentimiento había que agregarle el miedo.
¿Cómo se enfrenta al desencanto, al resentimiento y al miedo?
¿Qué necesitamos?
Necesitamos sentido espiritual.
Primero, la nueva Constitución debe comenzar con algo inmanente: “los chilenos tienen el mandato de vivir con Bondad, con Justicia, con Verdad y con Belleza”. Algo parecido al Sermón de la Montaña. Las Bienaventuranzas.
Necesitamos volver al hogar. Al Chile profundo. Armonizarnos. Distribuir la riqueza. Salir del individualismo. Somos criaturas sociales y necesitamos amigos y comunidades sólidas en las cuales podamos prosperar.
Y también necesitamos cuatro cosas —lo dijo Marsilio Ficino, el médico de los Médicis:
Necesitamos buenos alimentos, buena música, paseos al aire libre y necesitamos buenos talismanes que nos conecten con las estrellas.
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Omár Perez Santiago es un escritor y cronista chileno que egresó de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile, y quien luego estudió historia económica en la Universidad de Lund (Suecia).
Sus últimos libros publicados son: Julia, la belleza y el sentido de la vida (novela); El pezón de Sei Shonagon (novela); Caricias, poemas de amor de Michael Strunge (traducción); Allende, el retorno (novela); Introducción para inquietos, de Tomas Tranströmer (traducción, 2011); Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte (cuentos, 2011); Breve historia del cómic en Chile (2007) y Escritores de la guerra. Vigencia de una generación de narradores chilenos (ensayo, 2007).
Imagen destacada: José Antonio Kast y Gabriel Boric.