Por justicia y gratitud, sumo mi voz desafinada al canto de Wim Wenders, y al de todos los enamorados del llamado séptimo arte. Cada gran filme nos recuerda que vale la pena vivir, amar y sufrir la experiencia humana.
Por Alejandro González-Degetau
Publicado el 26.2.2021
Wings of Desire (Der Himmel über Berlin, Wim Wenders, 1987) cuenta la historia de Damiel, un ángel que se enamora de una trapecista y decide volverse mortal. La película termina con una dedicatoria “a todos aquellos que han sido ángeles, pero especialmente a Yasujiro, Francois y Andrej”.
Wings of Desire nos ofrece así uno de los homenajes al cine más bellos que jamás se han hecho, pues los ángeles de la dedicatoria son Ozu, Truffaut y Tarkovski, los directores predilectos de Wim Wenders.
Si tuviera que elegir a mis tres ángeles, probablemente nombraría a Edward Yang, Majid Majidi y Theo Angelopoulos. Pero hay tantos otros, y para mí, más importantes que cualquier director han sido Diego Honorato, Germán Reyes y Bernardita Cubillos: mis tres mensajeros del cine.
Esto no es un ensayo, sino una celebración de la experiencia cinematográfica en sus múltiples dimensiones: lúdica, estética, trágica, mágica, pedagógica, terapéutica…; un homenaje personal y caótico a aquellas películas que me han emocionado, inspirado y acogido en momentos difíciles.
Ida y 8 ½ me encontraron en mis días de mayor desorientación vocacional. Vi Fanny & Alexander y La Grande Illusion encerrado en una residencia londinense. Y gracias a Rebel Without a Cause, proyectada en el BFI Southbank hace un año, conocí a mis mejores amigos.
Luego de ver Persona, A Brighter Summer Day y La pasión de Juana de Arco, me invadió el mismo pensamiento: “esto es lo mejor que he visto hasta ahora”. Espero que esa sensación se siga repitiendo hasta el día en que me quede ciego.
Viendo Magnolia intuí por primera vez lo que era el montaje. The Shining me despertó a los movimientos de cámara. Solaris me abrió los ojos a la cinematografía, y con Los siete samuráis aprendí cómo se cuenta una buena historia.
Inspirado por The Terrorizers, Yi Yi y Blow-Up, comencé a tomar fotografías, y siguiendo los ejemplos de Chris Marker, Wim Wenders y Werner Herzog, espero crear algún día mis propios documentales.
He contemplado culturas fascinantes a través de la mirada de Yasujiro Ozu, Satyajit Ray, Zhang Yimou, Nikita Mikhalkov, Kriztof Kieslowski, Wong Kar Wai, Sergei Paradjanov… Y he vuelto a mis orígenes mexicanos con Roma, Amores perros y Los olvidados.
He recorrido también mundos oníricos (El color de la granada, La montaña sagrada), y me he asomado a abismos de maldad (Au Hasard Balthazar, Dogville, The Cook, The Thief, His Wife & Her Lover) y degeneración (Apocalypse Now, Requiem for a Dream).
De forma inconsciente, he ido modelando mi concepción del amor con películas como Once, Her, Amour, The Lobster, Phantom Thread, The Before Trilogy, Chungking Express, A Short Film About Love… y sobre todo, con innumerables comedias románticas.
De varias películas esperaba muy poco y me lo dieron casi todo. Empecé Paris, Texas medio dormido y terminé llorando. La grande bellezza me recibió con un ruido insoportable y me dejó en un estado de paz agradecida. The General (la primera película de cine mudo que vi) me desarmó por completo.
Las películas de animación (más allá de Disney, Pixar y Ghibli) me han regalado algunas de las imágenes más encantadoras (Ernest & Celestine), perturbadoras (Akira, Perfect Blue), inteligentes (When The Wind Blows) y bellas (The Song of the Sea, La leyenda de la princesa Kaguya) que he visto.
Cada vez que necesito descansar, vuelvo al cine de Miyazaki y Wes Anderson. O acudo a películas serenas que me devuelven la esperanza (Paterson, Wadjda, Lazzaro felice, The Song of Sparrows) y a películas tontísimas que me hacen reír en voz alta (Love & Death, Shaun of the Dead, Raising Arizona).
Mención especial merecen aquellas películas que precedieron a largas conversaciones con amigos sobre amor, ciudad, fe y sufrimiento: Casablanca, Playtime, Koyaanisqatsi, Ordet, Silence, Manchester by the Sea…
“Con cada buena película que veo, siento que vuelvo a nacer” (Hossain Sabzian), y este último mes lo he experimentado de nuevo con Volver, Down by the Law y Do the right thing; películas que jamás hubiera visto de no ser por la recomendación de mis amigos.
Esta enumeración no pretende ser exhaustiva, pues cualquier homenaje de este tipo siempre se quedará corto.
Por justicia y gratitud, sumo mi voz desafinada al canto de Wim Wenders, y al de todos los enamorados del cine. Cada gran película es un mensaje de los ángeles; nos recuerda que vale la pena vivir, amar y sufrir la experiencia humana.
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Alejandro González-Degetau (México, 1994). Estudió filosofía con minor en literatura en la Universidad de los Andes (Chile), y es magíster en filosofía por el King’s College London (Inglaterra).
Sus áreas de investigación son los estudios iconológicos aplicados al arte y al cine. También ha escrito artículos sobre poesía como: “La via negationis en San Juan de la Cruz y Rainer Maria Rilke” en la Revista Hipogrifo (2018) y “Los pájaros en la obra de Gerard Manley Hopkins y Joaquín Antonio Peñalosa» (RiL, 2021). Sus áreas de interés son el cine de géneros y la obra de realizadoras femeninas.
Imagen destacada: Der Himmel über Berlin (1987), de Wim Wenders.