El análisis que la escritora chilena del momento hace de la última novela («un diálogo de heridas», en su opinión) publicada por el redactor del Diario «Cine y Literatura», Nicolás Poblete Pardo, el prolífico narrador y académico local, y quien se prepara para lanzar dentro de poco una nueva creación en el campo de la ficción dramática: la desconcertante «Sinestesia».
Por María José Navia
Publicado el 18.2.2019
«Mi vida es un soundtrack”, pone Eduarda en su diario. Y eso lo sabemos por Concepción, la otra protagonista del libro de Nicolás Poblete Pardo que hoy tengo el gusto de presentar. Y si bien parece simple, no lo es. Tal vez porque ni los diarios, ni las canciones, lo son. Vuelvo pues sobre mis pasos, sobre mis palabras. Y cito: “Mi vida es un soundtrack, pone Eduarda en su diario.” No dice: Mi vida es una canción. No dice: mi vida es una lista de canciones. Dice: Mi vida es un soundtrack.
Y es que Eduarda y Conce se conocen en el colegio St Mary’s. Un colegio que las avergüenza y enorgullece, me atrevería a decir, en partes iguales. Un colegio que si bien les trae muchos problemas, también les da esa otra lengua, el inglés, con la que protegerse de tantas cosas. Porque en Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017) el idioma inglés se cuela por todos lados: para hacernos reír, para alivianar el tono, para traer de vuelta a la infancia o tal vez para recalcar ese carácter extranjero de estas dos mujeres que nunca se sienten en casa en ninguna parte (ni siquiera en sus propios cuerpos).
El colegio es el lugar de la deuda y del aprendizaje. El lugar de la esperanza familiar en una educación cara (que les cuesta pagar) y la posibilidad más terrible de la prostitución. Porque es desde los tiempos en este St Marys school so cool que estas muchachas comienzan a darse cuenta de que el éxito, si se mide en términos del saldo de la cuenta corriente, va a llegar más rápido haciendo uso del cuerpo que de lo aprendido en clases. Y, con esta decisión, conocerán lujos y viajes, pero también enfermedades y violencias.
Entonces: “Mi vida es un soundtrack», pone Eduarda en su diario.
El gesto parece cotidiano pero está atravesado por la muerte. Si Conce lee los diarios de Eduarda es porque ella ya no está allí. No es spoiler, lo sabemos desde el comienzo, aunque el misterio que rodea a los hechos nunca logramos esclarecerlo del todo. Y no solo eso, sino que la aparición de este diario también es más compleja de lo que parece. Acá no se trata de un diario a ser transcrito para así traer la voz de Eduarda a la historia, o no solamente. Porque Concepción altera estos diarios, los tarja, se enoja con sus páginas, los reescribe, volviendo todo aún más inestable.
Cito de la novela:
“En su diario apunta: Secretos. Esos son siempre fáciles. Lo difícil es lo opuesto a los secretos.” Fin de cita. Y luego: “es verdad, Eduarda. A mí tampoco me acomoda esa mascarada: nada que objetar en varias páginas de tu diario. Me siento respetuosa hoy. Paso de largo las hojas, aceptando observaciones con las que no estoy totalmente de acuerdo. Leo. Releo. Y doy vuelta la página para enfrentar un tema nuevo.”
O también dialoga con las entradas. Cito: “Imaginé su sonrisa, esa que se desdibujaba cuando juzgaba a alguien, al leer esta parte. Qué ingenua es Conce. Volvió a comentar que ciertos hombres son como niños. Y se enojó cuando le dije que ningún niño mancha las cosas como los hombres. Un niño ensucia su entorno inmediato, un hombre puede contaminarlo todo, esa es su gracia, su poder. Es lo que me atrae. Pero Conce, el agua no puede lavarlos, lavarte, lavarnos, le dije. Es la vida la que está sucia.” O, en otro momento: “Uno no sabe cómo va hilvanando las mentiras, hasta que hablan por uno.”
Y es que, en Concepciones, las mentiras se hilvanan como canciones.
El diario ya no sirve como testimonio, ya no dice la verdad. El diario funciona como otra ficción más.
Aunque es posible también que los diarios nunca hayan dicho la verdad. Que no sean más que un registro de algo que ya no está. Una anotación fantasma. Y así traer el diario es traer el fantasma de Eduarda. O tal vez, y aquí me pongo un poco teórica, les pido perdón de antemano, podemos pensar en esta novela como un diálogo de heridas a la Cathy Caruth quien describe el proceso de sanación de un trauma como el enfrentarse a la herida del otro, escuchar la herida del otro, o en el inglés que tanto le gusta a estas chicas del st Mary’s: listening to the other’ s wound.
Y otra vez: “Mi vida es un soundtrack», pone Eduarda en su diario.
Aunque tal vez no es su diario, aunque tal vez ni siquiera creamos en los diarios.
Aunque ya no hay vida. Aunque Eduarda no está.
Pero las canciones quedan. La voz de la herida, esa que busca oídos desde una canción en inglés que se repite con insistencia, canciones de mujeres con el corazón roto, canciones de chicas que se quieren divertir, o que buscan el paraíso en la tierra.
Quiero cerrar con un detalle muy bello de este libro. Porque de pronto en medio de mucha confusión, de violencias, de hospitales, van apareciendo las plantas. Conce, Miss Misconceptions, las cultiva con paciencia, pasa tiempo con ellas, recuerda el pasado, las respira, las ve crecer.
Tal vez porque son las únicas raíces que le van quedando.
Quiero quedarme con las plantas porque, en su novela, Nicolás Poblete Pardo construye un mundo oscuro, de violencias y traiciones, de mucho dolor, hasta que aparecen las hojas. Y quiero quedarme con dos canciones o poemas para que le canten a Conce, más allá de las páginas. La primera es “La jardinera” de Violeta Parra, que dice:
«Para olvidarme de ti, voy a cultivar la tierra, en ella espero encontrar, remedio para mi pena.” Y también: “Cuando me aumenten las penas, las flores de mi jardín, han de ser mis enfermeras. Y si acaso yo me ausento, antes que tú te arrepientas. Heredarás estas flores. Ven a curarte con ellas.”
Lo segundo es un poema de Ada Limón que llevo a todas partes (lo guardo como una foto, en el teléfono).
Es en inglés, y espero tener una pronunciación tan buena como el St Marys:
Instructions on not giving up
More than the fuchsia funnels breaking out
of the crabapple tree, more than the neighbor’s
almost obscene display of cherry limbs shoving
their cotton candy-colored blossoms to the slate
sky of Spring rains; it’s the greening of the trees
that really gets to me. When all the shock of white
and taffy, the world’s baubles and trinkets, leave
the pavement strewn with the confetti of aftermath,
the leaves come. Patient, plodding, a green skin
growing over whatever winter did to us, a return
to the strange idea of continuous living despite
the mess of us, the hurt, the empty. Fine then,
I’ll take it, the tree seems to say, a new slick leaf
unfurling like a fist to an open palm, I’ll take it all.
María José Navia Torelli (Santiago de Chile, 1982) es escritora y docente de la Pontificia Universidad Católica de Chile, además de doctora en literatura y estudios culturales por la Universidad de Georgetown, y magíster en humanidades y pensamiento social por la Universidad de Nueva York. Ha publicado, entre otros libros Lugar (Ediciones de la Lumbre, 2017) y Kintsugi (Editorial Kindberg, 2018).
Crédito de la imagen destacada: Voluspa Jarpa.