La cuarta fecha regular de la temporada 2019 de la Orquesta Filarmónica capitalina fue dedicada a la Séptima Sinfonía de Gustav Mahler y al estreno absoluto de «Nocturno» del compositor chileno Miguel Farías: la ejecución por parte de la agrupación metropolitana estuvo a la altura de una partitura exigente, y la actuación de las trompas, ya sea por su protagonismo o no, fue conmovedora, y el público aplaudió largamente, como impotente de no poder responder con más.
Por Deysha Poyser
Publicado el 12.5.2019
«La sinfonía debe ser como el mundo, debe contener todo».
Mahler a Sibelius
El miércoles 8 de mayo, el Teatro Municipal de Santiago dio lugar al cuarto concierto de su temporada 2019. Se escuchó la Sinfonía n° 7 de Gustav Mahler, precedida por el estreno absoluto de Nocturno del compositor chileno Miguel Farías, todo bajo la dirección del joven director Paolo Bortolameolli. Tanto la composición de Farías como la ejecución de Bortolameolli se entroncan en un esfuerzo por asumir el tono expresivo de la poética mahleriana: enérgica, desgarradora y personal.
Poética irreductible como inagotable si se pesquisa los momentos de resurgimiento de su obra en la historia de la escucha luego de su muerte (1911). El clásico texto biográfico de Norman Lebrecht (El mundo de Mahler) indica que hacia los 60’, se describe un aumento abrupto de los conciertos orquestales dedicados a su obra y que, ya a fines de los ’70, las grabaciones de todas sus sinfonías contaban con las interpretaciones de al menos ocho directores, destacando la partida doble de Bernstein en todo esto.
No es sorprendente si lo relacionamos al auge de las corrientes introspeccionistas que marcaron a la denominada generación del Yo de aquellos años, y en realidad, a todas las manifestaciones culturales que exaltan al individuo como pivote y articulador de mundo. El público presenta otra característica interesante: la siempre renovada escucha juvenil constituye un dato por sí mismo, cuestión que se pudo constatar en número cuantioso la noche del último miércoles.
Es posible atribuir estos elementos al carácter del compositor frente a la labor creativa: sus palabras, en los profusos antecedentes históricos que existen en torno a su figura, muestran una concepción de la música como remedio para la condición humana. Una suerte de redención que, al tomar su propia vida como un arquetipo humano, se convierte en universal.
Esta actitud comulga con el espíritu de toda una tradición que se percibe a sí misma en su ocaso histórico. No sólo por la guerra en sí, sino y además por la inminencia de un nuevo lenguaje musical. Es bueno recordar que mientras Mahler escribía su Séptima (1906), Schoenberg ya concibía y con declarada admiración, su Sinfonía de cámara n°1 opus 9.
El legado de Mahler es particular por ubicarse en los bordes de la tradición y de la vanguardia. Tal vez, la Séptima Sinfonía sea un buen ejemplo de ello; si reparamos en la aparición decadente de elementos del vals vienés o en el profuso colorido de la orquesta: mandolina, arpa, guitarra y hasta un cencerro.
En ella escuchamos una estructura sinfónica diferente a la clásica cuyo resultado parece sugerir una desarticulación que, paradójicamente resulta muy elocuente. La imagen de una inmensa bisagra resulta útil por breves instantes. Dos mundos parecen convivir y una escucha atenta del global admite una continuidad, un sentido de totalidad como la tiene una larga y apasionada conversación. En vez de cuatro son cinco partes, en cuyo centro, un hondo scherzo se encuentra franqueado por dos breves nocturnos.
Este núcleo, digamos romántico, se halla enmarcado a su vez, por dos movimientos cuyas formas sí atienden a la estructura tradicional: la forma sonata al principio y el rondó al final. Ambos movimientos de mayor extensión y donde encontramos el mayor despliegue tímbrico como rasgo modernista.
En este sentido y exclusivamente dado para la velada, el centro de la obra dialogó con el Nocturno de Farías con total frescura. El trabajo del galardonado y joven compositor chileno nos sumergió en una noche muy diferente a la vienesa mahleriana, pero que con un lenguaje inspirado en él -uno alcanza a percibir al menos dos citas de notable naturalidad y gracia y profusas evocaciones- y dio con una atmósfera cercana para nuestro oído latinoamericano. Se reconoce un bolero decadente y psicodélico atravesado por una gran colorido; maracas, güiros y congas y un protagonista juego de ritmos.
El director tomó la palabra antes de comenzar. Su entusiasmo por dar a entender la relevancia espiritual de las piezas para el público, pareció exhibir una febril urgencia. La música de Mahler, la experiencia de esa noche introducida por Farías, debía remecernos. Debía hacernos salir distintos a como llegamos. Debía ser una experiencia excéntrica, de fuerza centrífuga.
Y este ímpetu tuvo su peso luego, su interpretación fue apasionada y rápida. Una imagen desaforada se amasó al interior nuestro durante la hora y cuarenta minutos que estuvimos sentados. Todo el movimiento sonoro, sin una voz humana, logra tocar con contundencia un sentimiento difícil de evocar, no sólo porque tal vez no tenga palabras, sino por congregar un padecimiento general, universal sin ser abstracto. La ejecución por parte de la Orquesta Filarmónica estuvo a la altura de una partitura exigente, la actuación de las trompas, ya sea por su protagonismo o no, fue conmovedora. El público aplaudió largamente, como impotente de no responder con más.
El Concierto 5 de la temporada 2019 de la Orquesta Filarmónica de Santiago se efectuará en funciones dobles los próximos martes 25 y miércoles 26 de junio, a las 19:00 horas en el escenario del coliseo de calle Agustinas, y donde bajo la dirección del maestro nacional Maximiano Valdés, se interpretarán partituras de los compositores Ginastera, Sierra, Messiaen y Debussy.
Deysha Poyser es licenciada en ciencias biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y actualmente es tesista de la misma casa de estudios a través de su programa de licenciatura en estética. Sus intereses e investigaciones académicas y personales se enmarcan en una preocupación por una reflexión fenomenológica consistente sobre lo vivo, la vida, la subjetividad y la experiencia. Cultiva su amor por las artes en su tiempo libre.
Crédito de las fotografías utilizadas: Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.