En una cartelera que anunciaba la representación del «Concierto para violonchelo y orquesta», del compositor nacional Pedro Humberto Allende, destacaron el control y el dominio que tuvo la solista rusa, Olga Levkina, en relación a la partitura que debió ejecutar, frente a una Filarmónica de Santiago, que si bien se escuchó efectiva en la consumación de ese título, se exhibió un tanto dubitativa y con problemas de continuidad y de coordinación sonora, al momento de abordar el resto de las obras anunciadas por el programa: «La bruja del mediodía», de Antonín Dvořák, y la «Sinfonía fantástica», de Héctor Berlioz.
Por Jorge Sabaj Véliz
Publicado el 17.09.2017
“El canto de las brujas” fue el título dado al concierto 7 de la temporada filarmónica 2017 del Teatro Municipal de Santiago, el cual se realizó en dos funciones, durante los días martes 12 y miércoles 13 de septiembre.
El programa de sala contempló desde una trágica historia basada en cuentos folclóricos bohemios o eslavos recopilados por el poeta checo Karel Jaromir Erben (1811-1870) en el libro “Ramillete de leyendas populares” (1853), muy leído en la antigua Checoslovaquia, el cual inspiró al músico (también de esa nacionalidad) Antonín Dvořák (Nelahozeves, 1841 – Praga, 1904), para la composición del poema sinfónico Op. 108 “La bruja del mediodía”; hasta el cónclave o reunión de brujas y de magos, para la realización de rituales y hechizos, que describe el compositor francés Héctor Berlioz (La Cote-Saint-André, 1803 – París, 1869), en el último movimiento de su célebre «Sinfonía fantástica» (1830), llamada igualmente sueño de una noche de aquelarre, en donde: “El artista se ve a sí mismo en un aquelarre, en el medio de un grupo horrible de sombras, brujos, de monstruos de toda especie, reunidos por sus funerales», según el comentario de estreno de la pieza, redactado en su momento por el mismo autor. Entre ambas obras escuchamos al músico y profesor chileno Pedro Humberto Allende (Santiago, 1885 – Santiago, 1959), con su «Concierto para violonchelo y orquesta» (1915).
En el inicio, con «La bruja del mediodía», observamos a una orquesta relativamente joven, en cuanto a la edad de sus músicos, en una conformación que opone a los violines primeros con las violas, dejando a los chelos en el centro de las cuerdas junto a los violines segundos. De entrada llama la atención el sonido de los chelos. Se aprecia una agrupación ordenada en los ritmos y equilibrada en cuanto a las intensidades de cada grupo de instrumentos, es decir los “piano” y los “mezzopiano” eran los mismos para todo el conjunto. De pronto se oía a la Filarmónica un poco desconectada, como si cada sección tocara por sí sola, incomunicadas entre sí, leyendo la partitura como quien resuelve una ecuación, técnicamente bien pero sin sustrato emotivo, exceptuando a los vientos, quienes aportaban algo más de sentido programático y estético a la interpretación.
El «Concierto para violonchelo y orquesta», de Allende tuvo como solista a la jefa de fila de la Filarmónica, la intérprete rusa Olga Levkina, quien lucía imponente gracias a su altura, al lado del director residente, el maestro chileno Pedro-Pablo Prudencio.
Desde el primer movimiento, Allegro ma non tanto, la solista tomó el control, mostrando a los oyentes que tenía algo qué decir. La orquesta la acompañó de forma efectiva, sin embargo, en algunos pasajes virtuosistas del chelo, éste se vio opacado por el excesivo volumen de los vientos. La intérprete tenía clara las claves de su retórica artística y gracias a eso lograba la evocación del público. En el Adagio nos sorprende por la introspección y el sentimiento expuestos en un pasaje a cappella, típico de la escuela rusa de ejecución, haciendo que su discurso o narración sonara atrayente. Particularmente afortunados fueron sus dúos con el fagot y los bronces. Por su parte, los violines recogieron el alegato de la solista, acoplándose a ella. El instrumento resplandecía en los graves. En el inicio del Rondó el pizzicato de las cuerdas graves acompañaron rítmicamente las escalas de Levkina. En éste último movimiento, finalmente, se logró el equilibrio y la homogeneización del sonido y de los objetivos estéticos entre la solista y la orquesta Filarmónica de Santiago.
Para la «Sinfonía fantástica» se sumaron más miembros a las cuerdas. En la primera sección, Sueños – Pasiones, los músicos exhibieron una presentación impecable, un nivel parejo y una pericia técnica fuera de toda duda. No obstante, parecía que faltaba comunicación entre el conjunto, como si aún estuviera en rodaje o con muy poco «kilometraje». En Un baile (el segundo movimiento de esta pieza), por ejemplo, los violines primeros iniciaron un vals que fue seguido por el resto, el tema pasaba entre los vientos sin solución de continuidad. Berlioz, influido por su maestro Beethoven, obliga a dialogar a los instrumentos. Las arpas coloreaban el baile con su presencia. La fuga resplandeció con un sonido macizo de las cuerdas graves.
Para el inicio del tercer movimiento, Escenas en los campos, el corno y el oboe tocan fuera del escenario como una orquesta externa, representando el dialogo de dos pastores con sus ranz de vaches, que son dos trompas muy largas que se usan para llamar a los animales. El tema del movimiento es tomado, elegantemente, por los chelos. Se producen juegos de clímax y contra clímax en su desarrollo. Entremedio, se escuchan un par de incomprensibles crescendos y diminuendos, del timbal circundados por un «solo» de corno inglés, para terminar con unísono de cuerdas en mezzopiano. En el cuarto movimiento, la marcha del suplicio nos muestra un tema melódico a cargo de los bronces, con periódicos intermedios del timbal. Estos instrumentos adquieren protagonismo cambiando el eje normal de intervención dentro de la orquesta y presentándonos, en un gran tutti, la marcha del artista hacia su final. El conjunto exhibió su máxima solidez en este fragmento sonoro.
Hacia el final de la sinfonía, el Sueño de una noche de aquelarre exhibe una orquestación dramática y adelantada para su época, en cuanto a expresividad musical. Berlioz utiliza muchos recursos tales como: campanas, unísonos de cuerdas, crescendos bruscos y el tema del Dies Irae, la música de misa de difuntos, a cargo de la tuba. La percusión domina la escena con las campanas. Se incorporan fugas cortas en donde se alternan y se juntan los bronces y las cuerdas. A la Filarmónica le acomoda esta orquestación de segmentos que se aglutinan con distintos medios de expresión. Cada sección aporta con su técnica y sonido de conjunto para pintar unos cuadros orquestales que suman a la expresividad y dramatismo buscados originalmente por el compositor. Así, el final queda para el lucimiento de los bronces y de la percusión.
La temporada 2017 seguirá su curso regular durante los días 26 y 27 de septiembre, jornadas en donde se interpretará el «Concierto para fagot y orquesta» en Si bemol mayor, K.191, de Wolfgang Amadeus Mozart, y la Sinfonía nº 3 en Fa mayor, op. 90, de Johannes Brahms.
Crédito de las fotografías: Marcela González Guillén, del Municipal de Santiago. Ópera Nacional de Chile