Concierto de verano Nº3 del Ceac de la Universidad de Chile: Un sonido brillante

El programa de la agrupación laica y universitaria para su presentación del último viernes 26 de enero registró la interpretación del primer concierto para piano y orquesta y la Cuarta Sinfonía, ambas obras del compositor ruso Piotr Ilych Tchaikovsky: los puntos altos fueron la dirección del maestro Leonid Grin (al marcar los matices dinámicos de ambas piezas), la destreza de la orquesta para mantener aglutinados los tiempos musicales de los respectivos movimientos en la totalidad de las partituras, y la imprevista y correcta aparición frente al teclado del solista eslavo Boris Petrushansky (quien reemplazó al pianista que originalmente estaba anunciado).

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 1.2.2018

Una Orquesta Sinfónica de Chile brillando a gran altura abrió el último fin de semana del primer mes del año dejando al público asistente con ganas de seguir gozando de un sonido brillante, afortunadamente de modo más habitual que en anteriores temporadas.

El programa original, que contemplaba como primera parte la interpretación del concierto para piano Nº 2 de Sergei Rachmaninov, tuvo que ser modificado a causa de la cancelación del pianista estadounidense Tzimon Barto. En su lugar se optó por el primer concierto para piano y orquesta de P.I. Tchaikovsky, a cargo del pianista ruso Boris Petrushansky.

El primer movimiento comienza con los bronces inaugurando un tempo marcado, que no permite errores y facilita que el piano se tome mayores libertades en cuanto al rubato empleado. La interpretación se muestra voluminosa, dura, con ripios. A su vez la orquesta funciona como un reloj con un magnífico sonido especialmente de los violines y de la cuerdas en general, un eco que brilla en toda la extensión del registro.

El director titular, Leonid Grin, marcó los matices dinámicos de la pieza, mostrándonos un mezzopiano pocas veces escuchado en esta orquesta. A su vez la agrupación colaboraba con el solista en cuanto a mantener aglutinado el tempo del movimiento, mostrándose flexible y adaptándose a los cambios del piano. El piano, por su parte, destacaba en el aspecto emocional de la obra, el que transmitía sin dificultad. En los momentos de más ímpetu el solista se ponía de pie mientras tocaba.

El sonido brillante alcanzado se iniciaba con una cuerda de doce violines primeros, hábilmente distribuidos, al cual el resto de la orquesta se acoplaba y que alcanzaba cotas de máxima emoción, sentimientos primitivos que eran además amplificados por el solista. Las progresiones cromáticas y dinámicas de la orquesta lograban un efecto estimulante en la audiencia. El solista destacaba por su entrega total y por su facilidad de conexión con el aspecto patético de la música. Sonaba como un pianista del siglo XIX.

Del segundo movimiento destacó el pianísimo en staccatto para el solo de flauta, así como los arpegios de las cuerdas que acariciaban al solista. Los contrabajos acompañaban la melodía iniciada por los chelos y continuada por los violines mientras el solista desarrollaba pasajes de puro virtuosismo y locura.

En el tercer movimiento el solista mantuvo la tensión, el sonido y el tempo mientras la orquesta era implacable con el ritmo trepidante del inicio del último movimiento. El tema se traspasaba de solista a orquesta y viceversa. Los violines y los contrabajos, a ambos extremos de la orquesta, compactaban su sonido. Así, la orquesta expuso el tópico del movimiento de gran forma, con un sonido espléndido, grande y pleno, terminando con la misma energía con que se inició la pieza.

El solista interpretó el bis exagerando el carácter de instrumento de percusión del piano.

La segunda obra interpretada fue la Cuarta Sinfonía de P.I. Tchaikovsky.

Al comienzo del primer movimiento los cornos y bronces en general exhibieron un sonido uniforme y sólido. La dirección, estructurada, permitía la exhibición de cada sección orquestal. Las maderas algo irregulares con el segundo tema, cada instrumento tocaba su versión distinta del resto, sin solución de continuidad. Bien la entrada del fagot en la exposición del tema. Los violines con el ímpetu bien controlado. Los tutti forte eran sostenidos por violines, trombones y contrabajos. Gran sonido alcanzado por los cornos. En la re exposición del tema las maderas estuvieron más unificadas, siendo dirigidas por el fagot y el corno. La dinámica de gran parte del movimiento se mantuvo en forte.

El segundo movimiento. El oboe abrió el movimiento con una melodía lírica acompañada de pizzicato de cuerdas, luego la toman los chelos con un sonido elegante. La fuga, en el medio del movimiento, fue liderada por la flauta traversa. Los violines exhibieron el tema del movimiento con pulcritud y matices dinámicos. Cada violín tocaba como si fuera un solista con un espléndido resultado. Los vientos de madera mostraron algunas descoordinaciones rítmicas en su parte, costó unificarlos en un mismo tempo. El solo de los chelos nos mostró un sonido embellecido, por su parte el solo de fagot exhibió el volumen preciso y requerido.

El tercer movimiento se abrió con el famoso juego de las cuerdas en pizzicato, los intérpretes posaban el arco en el regazo o en el atril. Liderados por los violines primeros el tempo y las dinámicas fueron variando a lo largo del pasaje de orquesta de cuerdas. Los bronces, en sus intervenciones, sonaron especialmente homogéneos.

El último movimiento comenzó con un ritmo trepidante y con la participación de la percusión, platillos y bombo. El segundo tema, bien abordado por cornos y trombones, logró un sonido poderoso que fue abrazado por la orquesta.  Los violines llevaron líricamente el tema del forte al mezzopiano. Luego, las trompetas y los trombones tocaron a plena potencia el tema principal de la sinfonía. Este cuarto movimiento fue una verdadera graduación de cada sección instrumental llevando a la orquesta a un equilibrio sonoro del conjunto. El final fue apoteósico con los violines sonando en su conjunto y con un pedal glamoroso de los bronces.

Los aplausos se mantuvieron entusiastas hasta que la orquesta nos regaló un bis con la danza húngara Nº 1 de Johannes Brahms.

 

La Orquesta Sinfónica Nacional de Chile siendo dirigida por su conductor titular, el maestro Leonid Grin, durante el Concierto de verano 3 de la agrupación laica y universitaria

 

El saludo cómplice y cordial entre el solista ruso Boris Petrushansky y el maestro Grin, al final del concierto para piano y orquesta Nº1 de Piotr Ilych Tchaikovsky, ejecutado por el primero

 

Crédito de las fotografías: Patricio Melo, del Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile