En 2006 la escritora argentina publicó un libro reivindicatorio inspirado en la hija de los Reyes Católicos, la reina Juana I de Castilla y de Aragón (1479 – 1555), también llamada por sus detractores y enemigos políticos, despectivamente como «La Loca». En ocasión a que el texto acaba de ser traducido al inglés (por una prestigiosa editorial estadounidense), ofrecemos a nuestros lectores el prólogo de aquel volumen, que es más bien una confesión y una autodefensa «literaria» de su nombre, hecho por la misma mujer que alguna vez dirigió a la corona más poderosa de Occidente.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 5.6.2018
Me negué a amamantar a Catalina porque no quise que nadie se acercara a mi cuerpo. No me morí el veinticinco de septiembre de 1506. Castilla de negro, sus gentes, sus villas, sus campos. Su reina estaba de luto. Durante días tuve a mi amado difunto vestido de galas de lujo, y ordené a toda mi corte que desfilara ante su soberano. No me morí el veinticinco de septiembre. Fue Felipe. Contaba dieciséis años. Uno más que quince. Seis más que diez. Hacía apenas unos meses que las nodrizas me habían enseñado a acomodarme esos paños entre las piernas. A los dieciséis, mis padres, los Reyes Católicos. Los Reyes Católicos que eran mis padres, Fernando e Isabel me desposaron con Felipe de Borgoña. Al único vástago del emperador Maximiliano, a Felipe, soberano de Flandes y Borgoña, le decían el Hermoso. El contrato sexual, no. El contrato matrimonial, decidía la suerte del mundo. Yo como una propiedad, o como las tierras o los intereses o los capitales, yo los brazos, yo el vientre que acordaban para someter Europa entera a la influencia española, terminar así con la hegemonía de Francia. Una política de dominio. Los varones y las mujeres están juntos, tienen relaciones sexuales y las mujeres dan a luz. Así se hacen los imperios. Las relaciones sexuales, lo escuché en los pasillos del palacio, pueden tener lugar bajo dos circunstancias: o bien varón y mujer consienten mutuamente; esto es con el traspaso de la corona y la bendición de los padres. Mis padres, mis padres que son los reyes. O bien, un varón, a través de alguna estratagema, es capaz de someter a una mujer y tomarla por la fuerza, aunque ella pueda vengarse y matarlo. Un padre con sus hijos y sirvientes, se denomina familia. Cuando la mujer se convierte en madre y decide criar a su hijo, su posición cambia, queda en desventaja respecto del varón ya que ahora tiene que defender al niño. Por eso los niños ponen en peligro a la persona que tiene derechos sobre ellos. La madre. El padre. Mi madre y mi padre me casaron con el hermoso de Felipe. Con cada embestida de Felipe, ellos contaban, aumentaban, agrandaban el reino. Y yo descontaba, gastaba, derrochaba, regalaba, vaciaba. Cada pedazo de piel, un poco más, más; todo para mi Felipe. El legado. ¿Cómo lo daba? Con el movimiento, y por él, ciertamente. Porque lo propio de cada carne es vaciarse en el afuera. Un cuerpo habitado por una carne, una carne viva. Mi lugar de perdición, de salvación. Aplastada contra ese cuerpo, incorporada en él, hecha uno con él, me convierto en aquello que toco, que acaricio. Una noche de otoño. Ella (yo) tenía dieciséis, él dieciocho. Reintegrar a la cruz la totalidad del suelo español. Pero el destino arrebata cuatro herederos del trono, uno tras otro, para echar dos coronas a mi regazo. Y yo orgullosa. Yo obteniendo esta herencia a buen precio. Sí, bueno el precio de cuatro muertes.
¿De qué me serviría hablar? Declarada demente por su propio padre para privarla de entrar en posesión de su herencia. Declarada demente por mi propio padre. Estadillos de morteros en la cabeza, enajenada. Enajenada como vendida. Cada varón esclaviza a una mujer en su aposento y lo denomina un acuerdo, un pacto. ¿Tú vas por mujeres? No olvides el látigo, la cuerdita del proceso legal. Alienada. ¿Quién? Es alienación ese alejamiento del semen del varón durante el coito. ¿Cómo te apropiarás, padre, de tu niña? Una historia plagada de hombres que dan a luz nuevas formas de vida. Hazaña trascendental, la historia del alumbramiento político, papá. Una mujer que da a luz es una madre, y una mujer que coge con su panza, ¿qué es Felipe, qué soy? Madre de dos emperadores de Alemania y de cuatro hijas que fueron reinas de Portugal, Francia, Dinamarca y Hungría; loca para unos, víctima de la Inquisición y luterana antes de Lutero para otros, víctima del odio del padre y de su hijo (mi hijo) Carlos, para otros. Reina.
Cuando embalsamé el cadáver de Felipe, los holandeses se llevaron el corazón, mi corazón. Cuarenta y siete interminables años, invisible, recluida en Tordesillas. Cuando me recluyeron mi madre ya había muerto y mi padre esperaba un hijo de Germana de Foix. Huelgas de sueño, huelgas de hambre, no me acuesto, no me levanto, no me lavo, no me visto. No. No. No. La división oceánica del mundo: el tratado de Tordesillas. De acá hasta allá, desde ahí hasta aquí. Vuestro, suyo, nuestro. Dividir el mundo. La línea de demarcación de las exploraciones de Castilla y Portugal. Al oeste para Castilla y al este para Portugal. Eso grande y verde que se llama Brasil para Portugal, el resto para nosotros. Para nosotros eso más grande, eso más grande y de todos los colores. Una línea que dice hasta dónde. De acá para allá. Yo tenía quince años. Y me regalaron una cuerda que marcaba hasta allá. Hasta allá los indios con espejitos, cuentas de vidrio. Hasta acá el oro. Fuera de acá los moros, los judíos. Reconquistar Constantinopla, expulsar a los turcos de Europa, entrar en Jerusalén. Me ciño el vestido para saber hasta dónde es mi cuerpo. Si Felipe no puede tocarme la cara no sé de quién los ojos. Tendré que decir míos. Acaso míos estos ojos de mí. Todo se desdibuja.
¿Qué es un mapa? Voy a pintar con color negro todas las tierras que nos pertenecen. Esto que está duelando se llama mundo. El fallecimiento del rey don Fernando el Católico ocurrido en 1516 significó la constitución de la unidad nacional de España. Juana (yo) era reina y señora de Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia y las tierras allende el océano. Infiel a mi padre, a mi esposo, a mi hijo Carlos V de España, I de Alemania. Loca. Loca es el nombre de la infidelidad. No tengo nada que perder. Ni siquiera podría perder si lo deseara porque dar sin fondo atestigua mi privilegio real. Porque amor no tiene un justo precio. No tengo nada que intercambiar. Cuál sería el precio de nada. Si nada es mi cintura, tu entrepierna, el calor de mis dedos dentro tuyo. Si nada es tu lengua, tus manos tirándome del pelo mientras grito. Me dirijo a ti, amor, como un pobre que, con el miedo adentro porque no tiene ni un centavo, se imagina que va a enfrentarse a usureros cada vez más despiadados y rapaces. Hago la diferencia, no abdico; la amante no abdica. El comercio es para los fieles. La aguja de la balanza. El punto por donde se suspende el brazo, ahí donde indica su verticalidad, ahí donde se ve que los pesos de ambos platillos son iguales. Los hierrecillos o los pedazos de alambre que sujetan algunas piezas de la llave del arcabuz. El clavo que sujeta, una a otra, las hojas de las tijeras. Quien asiste en el matadero el peso de la carne. La carne al por mayor. Por eso se llaman fieles a los convertidos por nuestros Evangelios en la Indias. La caseta en la entrada de las poblaciones para recaudar el impuesto. Dios espera detrás del muro, la observa a través de las grietas porque ella no fue fiel. Ni lo será. Desplazar las manos por diversas partes y reconocer las formas, experimentar tu solidez. Una carne no puede ser objeto de una simple constatación. No es un aplazamiento. Es de nuevo, es continuamente, es que estoy ahí; en carnada Felipe. En estos miembros, en estos miembros que parecen llevar las obras de la corrupción; son estos mismos miembros los que amo. ¿Acaso no sentís que tu cuerpo es mi templo?
El oeste para Castilla. Detener el avance de los turcos en Europa. Continuar las campañas de Fernando en África, luchando en Argel y Túnez; el dominio del mundo de Carlos. Al oeste para Castilla: trasladar, transmitir, se dice evangelizar. Trasladar la lengua, no la de carne, la que no tiene hueso, la que da vueltas, la que quiero tener en mi boca esa tuya cuando te digo: dame lengua; la española. Transmitir nuestra santa fe: occidente. Sacar de escena. Lo que era de acá, llevarlo allá. Invadir. Entrar en un sitio. En exceso. Como plaga de langostas. Como una infección. Usurpar. Conquistar. Acometer. Irrumpir. Ocupar. Matar. Matar. Matar. Ahorcar a unos. Quemar a otros. Violarlas a ellas. Trasladarse con la piel blanca y ese olor que cede a la higiene de matar matar matar. El oeste. Lo que sale de escena. Occidente. Obsceno. Obscena la moneda que se implantó, las leyes que se estamparon en cada estaca, memoria de un osario de indios que habla un idioma que nadie entiende. Esto es lo que les puede suceder, las cabezas cortadas, los desollados. Esto es lo que les puede suceder, Occidente. Cumplir el argumento, los tres clavos, la pértiga y la lanza. El muro de las fortificaciones. Una valla punzante que cerca. Como el suelo marcado por orín de perros esta valla es un grito: Occidente. Ni plañideras, ni sacerdotes; limpiar, limpiar con solvente, ajustar la tira de piel y acomodar. Apilados en cajas. Numerados. Por color. N. N. Occidente. Cambiar la escala. Descontar, extinguir la deuda. Primero, hacer el inventario: ¿sobre cuántos muertos se edifica un imperio? Esto es Occidente, lo que no se puede inventar porque no se puede contar porque no tiene nombre. Todos los pueblos del imperio en cuyas tierras no se pone el sol. La repulsión de tanta luz. Náuseas. No estoy loca. Las violadas después tuvieron hijos que después mataron: Occidente. Por eso yo me quedo en Tordesillas, porque no quiero matar a Carlos. Se me hincharon las piernas, apenas podía moverme. Me prescribieron baños. Los tomé bien bien calientes y quedé toda llagada. Las llagas se inflamaron y me subió la fiebre, sobrevinieron vómitos, ya no probé bocado y se me hizo imposible conciliar el sueño.
El viernes santo del año 1555, tenía setenta y seis años, después de cuarenta y seis de encierro, o de soledad, o de alejarme de occidente, o de odiar la ley del que domina o las joyas del imperio, o la pornografía de la corona, me morí.
Me llamaron la loca. ¿Quién?
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962. De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: “Labios”, “Debajo de la piedra”, “El ahogadero”, “Cuando todo acabe todo acabará” y “Káukasos”; la novela “La mujer de ellos”; los relatos de “La granada”, “Mía”, “Juana I”; y el ensayo “El depósito humano: una geografía de la desaparición”. Tradujo desde el francés el libro “Sade y la escritura de la orgía”, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, “Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto”, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem para realizar el seminario “Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión”, en Jerusalén, el año 2008. Rodó en Armenia y en Argentina el documental “A”, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera, y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela “Mar negro”, por el sello Ceibo Ediciones.
El extracto que aquí presentamos fue cedido especialmente por su autora para ser publicado por el Diario “Cine y Literatura”.
Imagen destacada: La actriz española Pilar López de Ayala en el filme «Juana la Loca» (2001), del realizador hispano Vicente Aranda