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«Cortes de escena», de Jorge Polanco: Amenecer sin miedo

En enero de este 2020, se presentó en la librería «Llibre Solidari» de la ciudad de Barcelona, el texto adeudado al poeta porteño que se afincó en la sureña Valdivia: más abajo, el artículo leído en la ocasión, y el cual resume la audaz conjunción estética, entre el cine y la literatura, buscada en sus creaciones por el autor de este título de 81 páginas.

Por Camilo Arancibia Hurtado

Publicado el 28.2.2020

En los tiempos gloriosos del cine encontrábamos las funciones de matiné (para niños), vermut (familiar) y noche (adultos). El ciclo vital del cine se agotaba en un día y volvía a empezar de nuevo al otro.

En Valparaíso (de donde proviene el autor) cada cerro tenía su propio cine (teatro). Pienso en el cerro Polanco (uno de los 42 cerros del puerto) y me pregunto si habrá tenido cine. No lo sé, pero me parece que una forma de adentrarnos en las temáticas de este libro, que trata sobre la infancia, el miedo, los muertos, el lenguaje, el pasado y el deseo, es acudiendo a esta estructura en tres tiempos para ver qué es lo que puso en cartelera el cine Polanco en este libro.

 

1. Matiné:

Amanece en los ojos de los niños de la década del cincuenta. Me imagino a mis padres entrando de la mano de mis difuntos abuelos a algún teatro de Valparaíso a ver una de “cowboys”. ¿Qué ofrecería en la mañana el cine Polanco?

Los niños aparecen en este libro de varias formas, pero predomina su espacio de desarrollo en la infancia y luego, o a la par, designados como hijos. ¿Y qué ven los niños en este libro?

No ven esas escenificaciones de guerras sin sangre en suelo extranjero (los blancos contra los indios) sino guerras con sangre (blancos contra indios) en suelo patrio. Ir al cine no para abstraerse sino para ingresar.

“Desde niños miedo a los pozos… a las profundidades, a mirar hacia el fondo, a nunca volver. Miedo al cuerpo sumergido, a las manos que nos agarran por abajo, al entierro prematuro en corrientes subterráneas”, se ve / lee en “Operación retiro de televisores.” (24) Es el miedo que se encarna en esos perros rabiosos que muerden a un niño que quiere ir al colegio (en “La patria”, 26); en esa escena donde unos niños ven a un vecino soltar a sus perros para que maten a unos gatos recién nacidos (en “Animalismo”, 28); miedo al organillero y su canción de muerte.

Por cierto, no todo es miedo, pero este es el sonido seco que cada uno de los personajes que deambulan en esta obra lleva dentro.

Por lo mismo, es normal juntarse en el barrio a jugar a la pelota, mirar desde los cerros un buque entrando, hacer bromas por teléfono, conjeturar sobre lo que le ocurrió al hippie italiano Andrea (“Andrea Namaste”, 61) y, a la par, metaforizar la batalla permanente de Chile en esos ratoncitos cazados por pájaros carroñeros y llevados a lo alto para luego ser soltados, no en el mar, sino en el pico de sus hijos, los polluelos hambrientos (“La batalla de Chile”, 29 o, también, “Buena política”, 19). Un mini eterno retorno. La naturaleza ilimitada. Esa misma que hace que nazcan hijos, que se reproduzca la vida. ¿Qué papel juegan los hijos? Un peso del pasado (“La máquina del deseo”, 12), algo que nos acongoja (“Hotel sur”, 64), seres respecto de los cuales se habla mejor cuando no se los tiene (“Rutas”, 47): “Lo imagino pensando en el panadero que habla en la madrugada sobre el hijo que no tuvo, consolando a una pareja que recién había perdido el suyo.” Son imágenes, recuerdos, como el de ese hombre que se mira al espejo y busca serenidad en aquella escena en que su madre le lee cuentos ilustrados (“Voyeur”, 79). Se trata, si se piensa bien, de vencer el miedo. ¿Se podrá?

 

2. Vermut:

“Amaneció un día con una bala en la cabeza y al costado el arma de su padre, un sargento de carabineros. La recuerdo a la edad exacta en que la belleza todavía no se contamina por deseos truncos.” (“Lyrics”, 55)

Las comedias clásicas de la época fueron aquellas protagonizadas por Marilyn Monroe, Audrey Hepburn, Clark Gable, Doris Day y un largo etcétera. Todas ellas llegaron a Chile y suponían aventuras y desventuras de una pareja (hombre y mujer) que luego encuentran el amor. Si tomamos una de ellas, Some like it hot (o en su traducción Con faldas y a lo loco o Una eva y dos adanes) vemos que el argumento es el mismo, salvo por un pequeño detalle: acá hay dos hombres que desean a una mujer y esos dos hombres (que deben esconderse de la policía), se disfrazan de mujeres. El clásico amor imposible. Pero también, y más relevante, un malentendido.

El relato de “Lyrics”, cuya protagonista es una mujer llamada Vinka, permite seguir en la sala de cine esperando la función de vermut. Con ella hace aparición un otro. En este caso una persona descompuesta que mantenía “conversaciones complejas, a veces incomprensibles para nosotros sus amigos”. Vinka pone la luz sobre uno de los temas de este libro: el lenguaje como obstáculo.

Aquellos que fueron niños ahora interactúan con otros y otras. Al escritor y fotógrafo del texto “El espía” (45): “siempre le llamó la atención la necesidad de la gente por comunicarse”. Acá me parece que está el nudo gordiano de lo que venimos intentando explicar, a propósito del miedo.

Recurrimos a las palabras con una confianza que hoy en día escasea. Lo intentamos por medio de ellas, tratamos de crear el puente de plata y fracasamos. Enrique Lihn ponía este problema en el tapete. Polanco también lo hace y nos muestra cómo el lenguaje puede entorpecer la comunicación. “Intercambiamos palabras para no intercambiar besos”, se lee en “Plazuela Ecuador” (22) y casi podría ser el lema de las relaciones de hoy. Se habla en este libro de alucinaciones al hablar (64), del evangélico que amenaza con su prédica (72), de un “te amo” que: “resonó profundo como un cristal roto en una habitación vacía” (23), de hablar con frases hechas por teléfono (74). Acá las “palabras martillean cada vez que hablan” (44). “Golpe a golpe, verso a verso”, diría Machado / Serrat. Las palabras como armas arrojadizas, como lacrimógenas que nublan el ambiente.

En “Usura” (66), se dice: “No ocupamos palabras amables ni tampoco sinceras; no son necesarias”. Se trata de una despedida de un trío de amantes y las palabras sobran. No tienen cabida. Molestan. Es la “soledad llena de rumores” (“Armar la cama”, 68) de aquella pareja que se acaba de cambiar de casa y ya no tiene nada qué decir.

La letra se va deformando con los años y las frases son un cúmulo de sinsentidos.

Pareciera que no hay posibilidad de comunicación, de estar con un otro.

Y, sin embargo, hay una persona que diariamente, al regresar tarde de su trabajo, riega sus flores aún a sabiendas que el: “desierto crece, poco a poco” (“Begonias”, 33), sabiendo que: “el deseo se define en la noche” (“Felinos”, 69) y que la perpetuación de esa misma noche (y aquí me parece se resuelve el nudo): “no podía escribirse en poesía, si queremos ser verídicos” (“Bolero de Jorge Torres”, 54). Es aquella pareja que dice: “es como si estuvieras conmigo despedazando el escaso orden de la casa” (“Los niños terribles”, 58).

Los amantes balbucean un “quédate conmigo” (44) y se adentran en la última función del día: la de la noche.

 

3. Noche:

El amanecer de uno mismo es la primera forma de acabar con el miedo. Retomar la lectura de lo que uno ha sido, de lo que un escritor ha leído y luego destruir esas páginas.

El orden de la casa debe ser demolido y con ella todos sus pilares. Es interesante porque al finalizar el libro, comienza a resquebrajarse la película. Ella se había valido del arte, de la filosofía, de la literatura y todos estos conceptos son vandalizados.

La filosofía no es sino “otra forma de tener miedo” (12), de la cual se burlan los estudiantes del texto “El filósofo David Bowie” (48); “las formas de hablar siempre delatan al verdugo” (14); “de la poesía no se habla sin decir al mismo tiempo una trivialidad” (17); “la literatura ya no nos puede salvar”, “la escritura se reduce a una forma de huir” (67); en el texto “Disparar a Hopper” el entramado conceptual de la estética es puesto en duda (18); en “El túnel” (77) se señala que: “nada queda interesante en la literatura”; más atrás se señala que: “Esto no es literatura” (18); y en el último texto “Ícaro” una poeta quema sus poemas (81).

No hay ciencia o arte, aparato conceptual, para interactuar, para comprender, para intentar quebrar el miedo.

¿Qué queda después de todo?

El silencio, pero no la soledad. Leyendo el epígrafe, digamos: justamente, una imagen.

Como si se tratara de una película de cine mudo asistimos nuevamente al amanecer, esta vez, de la mano de un otro (16):

 

A SUNRISE (J.M.W. TURNER)

Nos quedamos allí sentados en la plaza, con muchas cosas por

hablar pero sin decir palabras. De fondo apareció la imagen de

un barco que cruzaba brumoso como el inicio de LA MUERTE EN

VENECIA de Luchino Visconti, y empezamos a conversar de la

belleza de los colores rojizos mezclados con el movimiento di-

fuminado de las nubes, como si fuéramos espectadores privile-

giados dentro de una pintura; y ciertamente lo éramos, porque

no podíamos hablar de nosotros, sino sólo de unos colores que

dibujaban el ritmo silábico del mar. Así estábamos, contem-

plando una acuarela en movimiento, sentados frente a las olas

matutinas que se acercaban y replegaban para al fin y al cabo

resbalarse y hundirse, sumergiendo nuestras voces como pie-

dras, uno junto al otro, con la respiración incendiada.

 

***

Camilo Arancibia Hurtado (Viña del Mar, 1985) es escritor y académico de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso. Máster en Derecho por la Universidad de Chile y Máster en Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona. Fundador del Seminario de Arte y Derecho y administrador de la página de Facebook del mismo nombre. Actualmente se encuentra comenzando sus estudios de Doctorado en Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado artículos y columnas en diversos medios.

 

«Cortes de escena», de Jorge Polanco (Isofónica, Barcelona, 2019)

 

 

Camilo Arancibia

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Isofónica.

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