El estreno del tercer título de la temporada lírica 2019 en el histórico coliseo de la calle Agustinas, tuvo entre sus puntos altos la calidad vocal del trío protagonista de actrices-cantantes (las sopranos chilenas Paulina y Marcela González, y la mezzo tunecina Rihab Chaieb), acompañadas por la experta dirección orquestal en el repertorio mozartiano del maestro italiano Attilio Cremonesi. La gran deuda: los escasos elementos técnicos y materiales de una pálida puesta en escena.
Por Luis Felipe Sauvalle
Publicado el 22.7.2019
Cuando el viernes 19 de julio se descorrió el telón en el Teatro Municipal de Santiago, la audiencia se vio enfrentada a los dos protagonistas de ese título de ópera, Ferrando (interpretado por el correcto tenor norteamericano Andrew Stenson), y Guglielmo (Orhan Yildiz, otro barítono de limpio desempeño) que hablan en la intimidad de unos baños turcos ubicados en el puerto de Nápoles (la capital del entonces Reino de las Dos Sicilias) sobre la promesa de fidelidad que guardaban para con ellos sus prometidas Dorabella (interpretada por la aplaudible actriz y mezzosoprano Rihab Chaieb, quien interpreta en lengua italiana esta obra por primera vez) y Fiordiligi (encarnada por la soprano Paulina González). Es don Alfonso (José Fardilha) quien prefiere hablar sobre la naturaleza humana, diciéndoles que no den por descontado la fidelidad de sus amadas.
Dicha escena, en donde se aprecia la construcción pétrea de los baños en la parte posterior del escenario –por donde se filtra la luz–, y en donde surge asimismo el vapor de agua por todas partes, invita a la complicidad del espectador con los protagonistas que interlocutan entre sí.
Pronto se cruzan apuestas, cada uno adoptará una identidad falsa e intentará seducir a la amante de su amigo, ante la mirada suspicaz de don Alfonso, que parece ser el único que sabe cómo terminará el asunto. Es claro que al principio a los aspirantes (que acezan en todo momento, acudiendo al expediente del cianuro para acabar con sus penas de amor) les va mal, pero con el correr de los actos, las mujeres comienzan a caer rendidas ante estas personalidades, tras las cuales paradójicamente están sus prometidos originales. Cuando una ceremonia de matrimonio doble está por consumarse, con un notario traído desde quién sabe donde presto a firmar el acta, la farsa se desvela, ante la sonrisa de don Antonio.
Si don Alfonso impacta con el desparpajo sobre el cual habla acerca de la condición humana, lanzando frases como que la fidelidad es como el fénix: “que existe, todos dicen; dónde está, nadie lo sabe”, es con Despina (la notable soprano chilena Marcela González, ¡qué bella voz!) cuando todo en ese diálogo entre arte y humor alcanza sus cotas más altas. Es encomiable la expresividad de la soprano chilena, la pureza de sus notas, la fuerza clara y trabajada de su voz, la belleza y profundidad sonora de sus agudos, así como la capacidad que tiene de empujar hacia delante el drama de la obra en general.
A lo largo de las tres horas tanto la escenografía como los accesorios dispuestos sobre el proscenio casi no han variado. Gracias al cuidado vestuario y al libreto, sin embargo, el espectador se transporta hasta la Europa que se abría al Siglo de las Luces, pero el puerto de Nápoles cuesta verlo, y hay una sensación de despojo que atenta contra lo que se quiere transmitir. De buena factura, Cosi fan tutte, sin duda, pudo ser más.
Con una escenografía simple, una iluminación adusta, que por momentos deja bastante que desear puesto que ni resalta el carácter lúdico de la obra ni tampoco presta un debido contraste hacia éste; bueno, con todo eso en contra, el éxito de la pieza descansa sobre el carisma de sus protagonistas, de las cantantes, de su calidad interpretativa y vocal, y quienes arrancarán sonrisas espontáneas una y otra vez de parte del público.
La música, en tanto, dirigida por Attilio Cremonesi, también se muestra a la altura. El director italiano conoce a la perfección su oficio, con pasión, técnica, profesionalismo y estilo en su batuta: se trata de un especialista del actual circuito de grandes conductores orquestales en el repertorio mozartiano. En la previa, el maestro italiano había declarado que Mozart ya había escrito música vocal para los cantantes con los que contaba en aquel momento, y que gran parte del desafío de los cantantes actuales era plegarse a las potencialidades, y a los defectos de los intérpretes originales.
Un análisis de corte postmoderno criticaría la ética hétero-normativa subyacente (la mujer como objeto, y luego la mujer como objeto de burla), y quizás lo curioso sea que este tipo de análisis tan en boga coincidiría con las críticas que ha sostenido la pieza desde que fuera inaugurada en la Viena imperial de los Habsburgo en 1790. De cualquier manera, siguiendo la misma línea de razonamiento, esta ópera destaca por su igualdad de oportunidades: cada solista cuenta con un número similar de arias (y que acá fueron abordados, si bien con disímiles grados de fuerza vocal, con parecido ímpetu cualitativo en sus resultados). Una fábula sobre la fidelidad, Cosi fan tutte conlleva un mensaje de optimismo. Un optimismo que no viene mal en tiempos como los nuestros. De la misma manera, la obsesión de Mozart y de Da Ponte con las mujeres tampoco es nada nuevo pero, por así decirlo, no pasa de moda.
La obra se presentará hasta el próximo 27 de julio en el histórico coliseo de la calle Agustinas.
Luis Felipe Sauvalle Torres (Santiago, 1987) es un escritor chileno que obtuvo el Premio Roberto Bolaño -entregado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y que reconoce las obras inéditas de jóvenes entre los 13 y los 25 años- en forma consecutiva durante las temporadas 2010, 2011 y 2012, en un resonante logro creativo que le valió el renombre y la admiración mítica de variados cenáculos del circuito literario local.
Asimismo, ha participado en la Feria del Libro de Santiago de Chile, como en la de Buenos Aires y ha vivido gran parte de su vida adulta en China y en Europa del Este.
Licenciado en historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en estudios rusos por la Universidad de Tartu (Estonia) es el autor de las novelas Dynamuss (Ediciones Chancacazo, Santiago, 2012), El atolladero (Ediciones Chancacazo, Santiago, 2014), y de la inédita Intermezzo (Cine y Literatura, 2019), además de creador del volumen de cuentos Lloren, troyanos (Catarsis, Santiago, 2015).
También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de las fotografías utilizadas: Marcela González Guillén del Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.