La nueva entrega del autor chileno (Askasis y Periféricas, 2020) es un cuerpo hipocrático donde la salud queda expuesta a una tensión entre palabra y silencio, entre mente y mundo, entre laxitud y energía: la poesía es el médico y la domadora de las enfermedades.
Por Nicolás López-Pérez
Publicado el 7.4.2020
Una historia dentro de una historia. Este es el primer epítome de Fabián Burgos (Santiago de Chile, 1987). Aquí se desvelan trozos de historia cuya publicación cumple casi un lustro. Desde el 2015 al 2019. La salvedad es un interludio el 2018, en la previa de la segunda edición de Paralogismos de la sombra sin mundo.
Este último, forma la otra parte de su vademécum poético. Quiero decir, un libro de poco volumen y fácil manejo, que contiene las nociones y datos básicos del poeta. El corpus en autopsia es el integrado por El lenguaje de los pájaros es también el lenguaje humano, Des/e(r)Øs, Basurita cósmica, Teoría del trauma. Hoy lo exhumamos a la luz ultravioleta de su propia tinta: la poesía, la mente, la salud y el cosmos.
La teoría de los cuatro humores. Dígase de una de las primeras técnicas aplicadas de la ciencia biológica. Los médicos clásicos como Hipócrates describieron al cuerpo como una suma de sustancias básicas, llamadas humores. En esta tesis, el equilibrio indica el estado de salud de un cuerpo. Las enfermedades se explican, aristotélicamente, por una ausencia del justo medio. O es el exceso o el defecto de alguno de los humores.
No he dicho a qué se refieren con humores, bueno, la bilis negra, la bilis, la flema y la sangre. Después los estudios médicos evolucionaron hasta establecer relaciones de los humores con otra cosa. Mucha sangre: sociabilidad. Mucha flema: calma. Mucha bilis: cólera. Mucha bilis negra: melancolía. El filósofo escocés David Hume llevó esta tesis al comportamiento de los Estados-nación. Otro duchampeo.
1. Anamnesis
O el conjunto de datos que se recogen en la historia clínica de un paciente con un objetivo diagnóstico. Tierra derecha: «La impotencia de no poder construir una imagen / vivió ahogado en la cazuela de lo real / es así como el poema edifica la gran obra / fui condenado a remover escombros / gemir aullar / estrangular el “Lenguaje de los Pájaros” / hasta hacerlo escupir la palabra Origen / esas palabras que sólo son posibles (de) leer en la caída / Juan Luis Martínez nos pone en una casa en ruinas / generando tremendos agujeros negros».
Alto ahí poeta. Mira la hora, son las Mistral en punto: «Este largo cansancio se hará mayor un día, / y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir… «(Los sonetos de la muerte, II). Y un sol que marca los puntos cardinales y el desvío.
Vamos en qué dirección, ¿creación, canto, catástrofe, canto? ¿Y el desvío? ¿Díaz Varín («la llaga del tiempo es profunda»), Martínez («restos de un Logos: migajas de un Logos»), Anguita («no sigamos nombrando por qué única creatura padeció y murió»), Rokha («yo soy como el fracaso total del mundo»)? El norte es la creación. La sangre, al poniente como el océano. «El lenguaje de los pájaros es también» la sangre. El primer humor del cuerpo de Fabián. La sangre tiene más viscosidad de lo habitual.
Plasmaféresis: procedimiento mediante el cual se reduce el plasma de la sangre. Se saca la sangre y se vuelve a poner. Aplicar plasmaféresis. Sacamos la sangre de Fabián y nos quedamos un rato con Juan Luis Martínez que se encarga de la máquina. Esto será rápido. La observación número uno, sobre el lenguaje de los pájaros, un lenguaje irracional que reconoce sus fronteras en el silencio, ¿dónde está el 0’00” de estos poemas?
Un pájaro muerto, destruido por la poesía. Lo hermoso de la inversión de poemas escritos entre cuatro paredes, no solo hablo de la mente, sino de una habitación donde el poeta se nos duerme llegada la Z y cuyo reinicio es un abandono, un silencio del lugar de la poesía: “ni en esta pieza de mierda la poesía soy yo / y es que intentar hallar el silencio prometido”.
De la escatología, la sangre finaliza e inicia, de la médula ósea hasta el corazón y de ahí bombea. El instante en que la sangre ocurre, un silencio. Un silencio que une la escritura de los otros con la propia, un big bang donde de algún lugar surge algo. Y de la sangre, los gravitones, el líquido que oxigena y permite el surgimiento y la mecánica del cuerpo.
La sangre fluye, la poesía chilena orbita en el más allá de los nombres que hemos proferido esta tarde y hasta sumando al renegado Leopoldo María Panero, orbita en el revés de la poética de Fabián Burgos, una que florece en las estepas donde hubo un desastre nuclear. Devolvemos la sangre al cuerpo. Filtrada.
Así, la bilis, la cólera, en Des/e(r)Øs, el código: “que debía hacer aparecer el cuerpo / dijeron”. Iba cabalgando en este poema colosal, pensando un poco en el software de Paralogismos de la sombra sin mundo, como un excurso, una digresión en una poética que iba tomando el cariz del verso proyectivo como rezaba Charles Olson en ese texto publicado en el número 3 de Poetry New York, en 1950. Proyectivo de proyectil, de lo percusivo, de lo prospectivo. Y lo perlocutivo de un universo cuyo ritmo es otro texto introductorio para un proyecto de poema absoluto.
Des/e(r)Øs es un proyecto, no sé si poético, sino contrapoético. El tono de diatriba en algunos espacios, la cólera que ya referí antes, «tal como el silencio acribilla este poema mordido por paisajes trizados». Silencio y palabra. En el principio, era el silencio. Pongámonos seguros con esta idea. Por otra parte, «la palabra última bosquejada en las veredas». Para el lenguaje siempre hay esperanza, de continuar diciendo lo mismo de lo otro cuando se está huyendo del universo que se desploma entre una página y la otra. Ya saben, prohibido mirar hacia atrás cuando el poema va destruyéndolo todo. El poeta es una estatua de sal.
Con todo, Des/e(r)Øs es en esa comprensión moderna de la bilis: un texto que posibilita la digestión y acelera la voluntad de reacción del poema al descomponer la grasa que queda de la escritura en ácidos grasos para que los significados y significantes hagan la pega. Y del tono: «hicieron del poema un títere del margen. Ok, para que no quede más que la palabra / enviándonos a habitar destejidos los agujeros negros». Otro grito en el espacio exterior del poema absoluto.
2. Epicrisis
«Se alzan cual basuritas cósmicas los nuevos caminantes, tramoyas siempre dolientes de insurgencias y camaradería. A reescribir desde el corazón de la época y no desde este corazón». Habla el ex Efe Be, en el citado Paralogismos. Para allá la referencia. Basurita cósmica, siguiendo esta teoría de los cuatro humores, se me acerca más a la calma en este viaje a otra dimensión que queda con Des/e(r)Øs.
Y dije calma, como flema. Y flema: dígase de la mucosidad pegajosa que se arroja por la boca, procedente de las vías respiratorias. Un esputo, un escupo, un escupitajo, un pollo. La flema de un poeta mayor sobre uno de menor edad o sabiduría: «no creas cuando te digan que eres una promesa». La calma, en la mente de uno.
Cuidado: arma de doble filo: «Estamos en un mundo / donde cualquier mente libre es de marfil». La libertad, el escupo. La flema. En una de las mayores obras de la poesía chilena titulada Arquitectura de la mentalidad la consigna de salida y entrada al teatro que es ese libro es: “mi mente es mi único cielo”.
El cielo. Y la flema se pega al pavimento. Al zapato de un transeúnte. La palabra transita, «el papel resiste / las palabras pesan / provocan una curvatura en el papel». Lo mismo que la flema, la curvatura está en esa superficie que moja contra toda otra viscosidad. Incluso la que pueda existir en la sangre: «Cómo un simple nombre /puede contenerlo todo». Y cómo. Aquí una batalla que podría empatarse, como la batalla de los Campos Cataláunicos.
Las legiones imperiales contra los hunos. Se decretó empate. La filosofía contra la poesía. Y viceversa. La necesidad de los nombres. O un par de desafíos filosóficos al azar, tras el giro lingüístico —analítico—, vale decir, los problemas metafísicos y epistemológicos del mundo como problemas del lenguaje. Saul Kripke en El nombrar y la necesidad (1971) pone de relieve la pregunta por: “¿cómo refieren los nombres a las cosas del mundo?”.
El llamado problema de la intensidad. Por qué la vuelta. Materia: “la palabra es una garra intentando sostenerse desde el acantilado”. Aferrarse o caer. “Los poemas son mitología / No hay palabra que encapsule / aquello que queda pendiendo / entre el atardecer y el ojo.” «Autopsia clandestina»: ¿puede un nombre contener al mundo? ¿Al mar? ¿A la calle? ¿A la depresión? ¿A los millones de partículas subatómicas que quedan en una flema? El nombre posible. El cansancio posible. El poeta se devuelve «al único verso».
3. Uti possidetis cosmos (Cómo posees de acuerdo al universo)
La previa, a la página 59, rápido antes que nos quedemos atascados en «Teoría del trauma»: «El poema que busco / será escrito en el segundo mismo / en que nuestros parpados sean oscurecidos / por la caída del meteorito». Bilis negra: melancolía, depresión. Escribir el trauma.
O como en esa idea de Dominick LaCapra de Escribir la historia, escribir el trauma (2001), por una parte, un modelo de investigación autosuficiente o documental, para llegar a un relato. Una ficha clínica. Por otra, una interpretación rizomática que ponga causas y efectos a orbitar. El trauma, el tajo. Cuál es la consistencia del tajo, del escombro. Algo interestelar. Cómo poseemos de acuerdo al universo. La salud es un todo: «Escribirse de memoria poemas entre los ojos».
¿Cómo habitamos en el derrumbe constante, Fabián? Vamos escribiendo el tajo entre la piel del escombro que es la misma del universo, las señales las vas poniendo en esas estrellas que han desaparecido y nos muestran el camino a una mecánica celeste de galaxias que aún no descubrimos. De los “pequeños emplazamientos respecto a la angustia”, aeronáutica, el estudio, diseño y manufactura de posibilidades de vuelo.
Volar a dónde, a un cielo que transforme la energía del trauma, la energía del poema o de la poesía, ¿seguimos creyendo en el poema como una forma de ir a casa o de ser una casa?
El poema es la salud, el médico de las enfermedades. Y de salud, la idea de salvación, como en Carlo Michelstaedter o Philipp Mainländer, ¿acaso una poesía de la redención? ¿O de la amargura? ¿Aló, Monsieur Cioran?:
“Un escombro / apretado entre los fósiles; este cansancio / que no te cabe en la edad; se me hace familiar lo deshabitado; me reconozco un producto de la historia / y heredo el dolor de las cavernas; un poema que transforme / las condiciones materiales de existencia”. Escombro del tajo: “un domingo que ha durado más de 30 años”.
Consistencia del tajo: “quedarme encerrado / aturdido entre ideas incendiarias / en busca de cualquier señal / que entregue un poco de calma”. A la postre, «habitamos el escombro (…) todo es un disolverse».
Creo en la reencarnación porque arrastro un cansancio de siglos es un cuerpo hipocrático donde la salud queda expuesta a una tensión entre palabra y silencio, entre mente y mundo, entre cansancio y energía. La poesía es el médico y la domadora de las enfermedades.
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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).
Crédito de la imagen destacada: Ediciones Askasis y Ediciones Periféricas.