El nuevo volumen del autor chileno Cristián Brito Villalobos —a publicarse muy pronto vía editorial Cuarto Propio— es una suerte de continuación de su anterior poemario «Todo es sobre la muerte», pues en ambos textos el concepto central es el dolor humano, en este caso el experimentado por el también periodista, a raíz de la enfermedad de su última pareja, quien el año pasado falleció de un agresivo cáncer.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 9.1.2023
Acariciando el aire, de Cristián Brito Villalobos, es un diario poético, un diario de revelación, un diario de muerte, como también sugiere uno de los intertextos con los que discute el volumen.
Dedicado a Marcela, su pareja, vista en múltiples facetas y, principalmente, en su momento de transición hacia la muerte, Brito Villalobos se adhiere a una tradición que ha dedicado versos inigualables a la etapa más insondable de nuestras vidas.
En Acariciando el aire, el poeta, quien siempre está desacreditándose y reiterando que él no es un poeta, solo para profundizar en esta condena estética, la voz se hermana con las de líricas como las acuñadas por Gonzalo Millán (Veneno de escorpión azul), Enrique Lihn (Diario de muerte) y César Vallejo (Los heraldos negros).
Con este último establece un diálogo de dolores y rencores («nací un día en que dios estaba enfermo / como el poeta del dolor»), que decanta en una impugnación a Dios, quien es denostado, rescatado y desechado, en uno de los puntos críticos del volumen.
El desgarramiento se vocaliza a través de variados ventrílocuos: en «Sangre» es: «un cactus en el desierto / dando la pelea»; en «La agonía de la bestia» es un animal; su sufrimiento, un dolor que la voz poética transforma en herida abierta sin esperanza de cicatrización: en sollozo, impotencia, mudez. Es un niño que crecerá en un mundo horrible, donde los únicos alicientes son un oso de peluche y un perro juguetón; es un viejo que encarna a otros viejos, al abuelo de la voz poética.
Y es, fundamentalmente, el otro; la otra: Marcela, a quien está dedicada la publicación.
Un estado de aplanamiento sensorial
Acariciando el aire es una reflexión que requiere del desnudamiento del poeta, de su propio dolor como aproximación a la compasión («y tus ojos / serán mis ojos / siento tu sufrimiento»). El acompañar en el sufrimiento, esta simbiosis de los cuerpos, a la vez que el inevitable abismo que hay entre dos seres, circula entre lo personal y lo universal. El sufrimiento se torna extensivo gracias al estado de extrema sensibilidad y percepción en que se halla.
Es así como vemos los reportajes que muestran la actualidad y el acontecer global. Afganistán, los niños, los inmigrantes o exiliados, todos entran en la preocupación social de la voz. Las desigualdades sociales que se manifiestan en la calle, en los centros de salud, en este submundo de la enfermedad como supermercado.
Así, «ella está viva / pero no está viva», nos dice el hablante lírico, sugiriendo la prolongación de la vida a través de tratamientos médicos y, de paso, denunciando el festín financiero que se genera en torno a las enfermedades, para presentar este estar vivo como una paradoja. En este contexto, la supuesta libertad («No sentir / la libertad es no sentir / absolutamente nada») se ve como un estado de aplanamiento sensorial.
La carga se asimila a la experiencia de la voz en un camino que sugiere una vía purgativa. También hay espacio para arrojar críticas a los políticos y denunciar el abuso hacia la mujer, cuyo cuerpo ha sido el principal blanco de los experimentos capitalistas, pero el principal dolor es el de haber nacido, aquel «inconveniente de haber nacido», como nos recuerda E. M. Cioran; nuestro estar en el mundo, ese raro vivir.
Es la domesticidad de bañar un cuerpo, y la domesticidad de guardar una soga: todos los gestos hablan de estados límites que sobrepasan cualquier acción, cualquier enunciación, y la voz misma se castiga y se reprocha por no poder ofrecer más que palabras, no poder contar siquiera con fe, reconociendo que su evolución ha sido para contemplar, quizá, una madurez; para iluminar aspectos antes ignorados.
Se trata de ese «oficio de vivir» que acuñó Cesare Pavese y que reconocemos en revelaciones como la siguiente: «El dolor es intrínseco a la vida. Y la vida es dolor en sí misma. Una dolorosa maravilla que aún no entendemos, pero sí tememos».
Acariciando el aire es, también, una bitácora que documenta el paso, los pasos hacia la muerte del otro, que es uno mismo; otro y yo. Es el doble y el espejo al mismo tiempo. «Los muertos no mueren hasta que los matamos», leemos en «Desnudo».
Y nos llega su confesión respecto a su limitación: «debo marcharme / no entiendo nada / y el miedo en las mañanas / me acompaña». Es el lamento universal de todo sobreviviente y que contempla, incluso, el horizonte del suicidio como posible, acaso único epílogo.
Pero lo que queda es una inmensa añoranza, que es el predicamento humano como hondo desamparo; esa irreparable nostalgia del amor perdido, extinto, allí, donde siempre sopla el viento. Esa imagen que, al son de Otis Redding, se concreta para reconocer la máxima futilidad; la pregunta por la pertinencia de unos brazos: «que ya no habrán de abrazar más que frialdad».
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, además de la novela bilingüe En la isla/On the Island.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Cristián Brito Villalobos.