[Crítica] «Aniquilación»: Una elegía melancólica de la modernidad

En esta oportunidad el autor francés Michel Houellebecq nos abastece de una de sus obras mayores, pero a través de una forma distinta de la cual muchos esperaban, al abrir nuevos registros narrativos y matices estéticos más familiares, y los que brillaban por su ausencia en sus novelas anteriores.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 9.8.2022

Cuando uno abre las páginas de una novela titulada Aniquilación, sobre todo si es la última novedad de alguien que podríamos considerar el nieto de un trío entre Artaud, Stendhal y Schopenhauer (la irreverencia, la prosa límpida y el pesimismo de un esteta decadente), lo último que espera, o tal vez no lo último, pero si una intuición elusiva y difícil de tener de buenas a primeras, es la historia de un amor que renace a orillas del caos.

Y es que, más allá del trasfondo de los atentados «ecofascistas» de una célula misteriosa de terroristas, la mayoría de la novela de Michel Houellebecq (1958), publicada por Editorial Anagrama, en su traducción castellana, gira en torno a Paul Raison —hombre ácido y desencantando de mediana edad, en la estela de otros protagonistas de sus novelas—, la mano derecha del ministro de economía, Bruno Juge, de un gobierno que enfrenta la posibilidad de la reelección, y Prudence, su esposa, con la cual llevaba una década de cohabitar sin cruzarse palabra prácticamente.

Houellebecq no deja de ser nunca el atizador de conciencias y detective de las hipocresías morales e ideológicas que abundan en el occidente secular, progresista y exasperado, pero las temáticas que lo han fascinado a lo largo de su producción narrativa —el neoliberalismo desaforado, las luchas de poder, el nihilismo, el terrorismo y el misterio de la mortalidad— ceden protagonismo ante el melodrama familiar y las oscilaciones afectivas y sexuales de una pareja que intenta reconstruirse mientras los padres respectivos se deslizan hacia el borde de la muerte, uno por un derrame cerebral y el otro por el Parkinson.

El poeta y narrador francés nos ha acostumbrado, o la crítica que lo trata de embalar, a cumplir el rol de profeta de la decadencia, explorando cómo el acelerado progreso tecnológico y las polarizaciones ideológicas van depredando los últimos resquicios del humanismo, que a esta altura parece un paciente con cáncer a la espera de un segundo, tercero o quinto diagnóstico.

La verdad es que cuesta enfrentar la realidad, al menos esa sensación deja la lectura, pero no por un pesimismo descarnado, sino por la promesa de la felicidad, una felicidad epicúrea y carnal, que nos aguarda, si poseemos algo de fortuna, cuando nos damos cuenta que el fin siempre está cerca.

 

La era de la alquimia digital

Aquellos que esperaban un apocalipsis ficticio sigan esperando. 2027 es un año complejo y dulce agraz en la novela, como lo puede ser en unos meses más, pero no es el fin de nada más que un puñado o millones de vidas, como el resto de los años.

Al fin y al cabo, siempre nos acaban echando tierra encima, como decía Pascal, uno de esos pensadores que vuelve una y otra vez a la mente de Paul.

La posibilidad de un terrorismo «anarcoprimitivista», inspirado en el manifiesto de Theodore Kaczynski, o el Unabomber, como es popularmente conocido, no es una realidad tan lejana. Lo que ya ocurrió puede volver a repetirse, transfiguración mediante, en el libro de la historia.

Esa lección ya está más que tomada. Esa es una de las apuestas con las que juega Houellebecq, aunque el misterioso grupo de terroristas es mucho más que solo eso, también son hackers de primer nivel y se guían por la magia negra.

Si bien los paladines de la racionalidad pueden no haberse dado cuenta de un término tan escurridizo como el de magia moderna no es tan raro como se podría pensar. Basta con sondear el arrastre que poseen las cuentas de Instagram y Youtube dedicadas a difundir distintas técnicas y rituales mágicos.

La era de la alquimia digital ha llegado para quedarse, eso lo sabe oler el narrador francés, que siempre está atento, hurgando el arcón de las tendencias culturales que están eclosionando a punto de madurar o de estallar en las formas más imprevistas.

Esta novela que va de lo público a lo privado, exponiendo tanto las movidas del marketing político (un verdadero entrenamiento importado de la industria del espectáculo) como las penurias a las que están sometidos los viejos encastrados en las sillas de ruedas y la camas del sistema de salud, se va tejiendo con muchas capas e historias cruzadas que siempre acaban retornando a la relación de pareja y al declive del patriarcado, en una especie de elegía recta al mentón de la generación de los baby boomers.

Y lo hace encabalgando una prosa ágil y directa con un tono tan similar a la impresión que provoca la morfina en los pacientes desahuciados, con una melancolía que no sabe si rendirse ante la inminencia de la muerte o especular con la posibilidad del reencuentro en una próxima vida.

En este mural decadente invadido por las dudas existenciales, la espiritualidad y la ternura también tienen cabida. Houellebecq nos entrega una de sus obras mayores, pero no de la forma que muchos esperaban, abriendo registros y matices más familiares que faltaban en sus otras novelas.

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Aniquilación», de Michel Houellebecq (Editorial Anagrama, 2022)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Michel Houellebecq.