En la primera novela del multifacético artista nacional (publicada en 1973), el país es expuesto como una nación imaginaria cuyo sentimiento republicano se impone a su ciudadanía a partir de discursos que el comunismo y el capitalismo han diseñado y presentado como una utopía de la reconstrucción social o una vía de desarrollo integral hacia el primer mundo.
Por Daniel Rojas Pachas
Publicado el 24.11.2020
El humor en las tres novelas de Enrique Lihn se puede enmarcar dentro de lo que Macedonio Fernández desarrolló como humorismo conceptual en Una teoría de la humorística (1944). El humor conceptual pretende generar en el lector un contacto con la irrealidad, sumirlo en la ilogicidad y que se produzca una fisura en lo que fundamenta la razón, el habla del poder y el predominio de las ideologías.
En Batman en Chile (1973), Enrique Lihn edifica un protagonista en torno al cual orbita la retórica del american way of life. Batman encarna el modelo pragmático y utilitarista, que ha sido prestigiado por los líderes de nuestro continente, desde la caída de la Monarquía Española.
La conquista del oeste, el Fordismo, la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto emergen como elementos de la máscara simbólica y coraza del vigilante de Gotham.
Bajo la capucha y armadura compuesta por los valores de justicia y libertad de Estados Unidos, tenemos a Bruno Díaz, un sujeto N.N que apenas y sabe pronunciar una palabra en español, por tanto, una vez situado en Chile y desprovisto de sus artilugios por la ley, es sólo un trasplantado, un meteco que debe reconocer a fuerza, que su compás moral no es universal y eterno y que el mundo no está diseñado como aquellos universos de caricaturas donde se puede identificar a los villanos y los héroes a simple vista.
En la novela, Chile es un elemento protagónico y una fuerza que altera el destino del hombre murciélago. Estamos ante una hiperrealidad enmascarada por diversos discursos de la derecha capitalista y la izquierda comunista.
El autor pone énfasis en la paranoia intelectual de autoridades e intelectuales, en esa medida importa la ambigüedad en el proceder tanto del comunismo revolucionario como en la derecha oligárquica:
“La población dividía sus sentimientos entre la admiración servil y un odio al yanqui de la peor especie política, dominados, en ambos casos por los fabricantes de ideologías que pululaban en esta mitad del hemisferio”.
Chile es expuesto como un país imaginario que se impone a la ciudadanía a partir de discursos que el comunismo y el capitalismo han diseñado y presentado como una utopía de la reconstrucción social o una vía al primer mundo.
Enrique Lihn genera una repasada burlesca a la revolución comunista y su modelo de nuevo hombre chileno guiado por consignas como «avanzar sin tranzar» o «revolución a la chilena con sabor a vino tinto y empanadas».
Asimismo erige parodias sobre la derecha conservadora y su vinculación con la política económica de Norteamérica. Se expone la retórica de esos años, los eslóganes de campaña, el rol de los movimientos populares y los programas de gobierno. Como diría Baudrillard: “ya no es del orden de lo real, sino de lo hiperreal”.
El país con sus mofas y desacralizaciones del poderoso, del monumento y del discurso autoritario, termina por revelarnos el vacío bajo el emblema. El héroe es finalmente desenmascarado por el mundo absurdo que confronta. Al verse cara a cara con cientos de copias suyas, la abigarrada multitud nacional lo sitúa en un erial sin sentido, en que todos pueden ser Batman.
En la fiesta de recibimiento de Batman, preparada por un político local, Willie H. Morgan, el protagonista confronta a unas copias mal hechas de su identidad heroica.
Los sujetos disfrazados de Batman son chilenos descritos en la novela como funcionarios públicos e incluso matones que trabajan bajo las órdenes de Morgan y que han sido obligados a estar en la reunión de bienvenida, para complacer al héroe encapuchado. La situación da cuenta del nivel de improvisación de las políticas públicas.
La escena evidencia el simulacro y la necesidad de las autoridades locales de lucir preparados y a la altura de ilustres visitas extranjeras. Batman hace las veces de un observador internacional ante el cual se monta un espectáculo. La novela genera un espejo irrisorio de la realidad, en el cual podemos apreciar cómo se erige la construcción de un monumento o festividad, para elogiar la causa que el invitado representa.
La acción nos traslada al hogar de Morgan en las afueras de Santiago. La mansión aparece decorada como la Baticueva de los cómics, paredes cavernosas y artilugios de superhéroe, como si se tratase de una fiesta de Halloween, pero devenida en un acto público de importancia para las relaciones exteriores y la política internacional del país.
Esta imagen paródica de un acto político, se puede homologar a la fundación de plazas, estadios y conferencias que se llenan con un público trasladado por obligación y convencido con medidas populares como la entrega de algún beneficio:
«La gran mayoría de esa gente, por lo demás, con la excepción de algún cuñado o un par de sobrinos del dueño de casa, no se sentían a sus anchas en presencia del Gran Demócrata y Defensor de los Derechos Humanos. No eran más que empleados suyos —gerentes generales, abogados, periodistas, relacionadores públicos, o simples matones a sueldo—, y estaban acostumbrados a guardar en relación a él, una prudente distancia y, de ninguna manera, a tratarlo como a un hermano de leche» (Lihn, Batman, p. 18).
Las falsificaciones de Batman anticipan el desenmascaramiento ideológico que sufrirá el personaje a manos de la realidad chilena.
La escena sirve de umbral para todas las vejaciones posteriores que sufrirá el héroe, pues su participación en la fiesta de Morgan es declarada por las autoridades como un acto en contra del orden público y terminará con la llegada de autoridades que pondrán a Batman bajo arresto por incitador.
En esa medida, la fiesta en la mansión del líder de derecha será una especie de rito de iniciación y bienvenida a la realidad chilena y desalojo de la ficción ideológica y de los límites seguros del mundo de las historietas.
Batman subraya en el marco de la fiesta la situación de las réplicas tercermundistas y pone de manifiesto una lógica normalizada en la que quedan sumidos los países dependientes y colonizados.
El encapuchado de Gótica al verse rodeado de múltiples versiones suyas, no encuentra mejor explicación que estar sitiado por autómatas que los potentados empresarios y políticos chilenos han puesto a su disposición, para ayudar a la causa libertadora.
Los invitados de Morgan no tienen los atributos físicos de Batman. Estamos ante funcionarios que la novela describe como gordos, escuálidos y desproporcionados. El evento es calificado como una “feria de diferencias” (Lihn, Batman, p. 18).
Esto confirma las sospechas de Batman, pues se trata de pobres copias realizadas en un país que carece de la tecnología de la gran nación.
La dominación económica, aparece retratada en esta escena como parte de las preocupaciones que Enrique Lihn convoca de la realidad y desenmascara a través del humor.
Batman toma a uno de los dobles, el que ostenta un mejor porte, y lo inspecciona: en su creencia se trata de un robot que tiene un desperfecto en sus controles. El héroe esgrime una pregunta que se vincula al título de la novela. El humor conceptual refleja la apropiación que Lihn hace del personaje del cómic.
El uso de Batman, por parte del autor chileno, no contó con el pago de derechos. La novela de Enrique Lihn, la cual deforma al héroe de DC, un trademark mundialmente famoso que ha generado miles de revistas y merchandising derivado: juguetes, series animadas y filmes, es también una falsificación tercermundista y esta escena irrisoria delata esa condición con descaro.
El discurso maniqueo del encapuchado pierde peso y sustancia. La imagen del héroe de cómic, como signo de rectitud, puede ser suplantada por otra noción de justicia.
El emblema heroico es tranzado en un mercado de pulgas repleto de ideologías que nuestro continente abraza con cada reforma, revolución o nuevo gobierno.
El humor en Lihn busca llevar al lector al centro de la comicidad, no sólo se provoca la risa o la carcajada, sino que se moviliza al destinatario, a un entorno cognoscitivo diferente e impensado y el vehículo para lograr este objetivo está cifrado, a través de la lengua.
Al relativizar al sujeto y hacer que se dé cuenta de su insustancialidad, se ataca al poder y a la estructura de mundo que condiciona lo que es normal, adecuado y sobrio. Se coloca en indefensión y abandono al sujeto, gracias a la risa y el absurdo.
Roland Barthes en Mitologías nos habla de las máscaras del catch, en un sentido similar, pues las concibe como elementos reversibles, o sea que están destinadas a la ocultación del rostro, pero también a la exaltación de su condición de máscara dentro del espectáculo.
Lihn pone en práctica esta reversibilidad en sus obras, a través de sus personajes y elementos centrales de la narración, sea Batman, la orquesta invisible o el habla de Gerardo de Pompier, el lector confronta máscaras lingüísticas y retóricas, que por un lado encubren todo el horror de la realidad: las lógicas coloniales maquilladas como defensoras de la democracia y libertad, el espectáculo como máxima realización del progreso y el falso esplendor intelectual de una sociedad, el arte y el campo cultural como fuerzas legitimadoras y garantes de estados totalitarios.
Estas máscaras recubren la vacuidad de aquello que se dice sin control, pero que no es o no se verifica tal como se promete.
La sola presencia de la máscara hiperboliza y descubre toda la falsedad del sistema, potenciando lo ficticio de la realidad.
El uniforme nos muestra que bajo todo el ensortijado de signos, significados y referentes, hay un desierto vacío lleno de posibilidades que el sujeto puede reescribir y volver a nombrar, si se hace consciente de lo arbitrario de las estructuras de mundo que nos gobiernan.
Liberarse de las represiones del lenguaje implica quitarse las máscaras y uniformes que nos han impuesto o nos hemos dejado imponer.
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Daniel Rojas Pachas (Lima, Perú, 1983). Escritor y editor chileno-peruano, dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías —textuales y virtuales— de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog.
Imagen destacada: Enrique Lihn (1936 – 1988).