El último crédito del realizador norirlandés Kenneth Branagh —y el cual compite por siete estatuillas de la Academia estadounidense— corresponde a su filme más autobiográfico, pues en esta obra aparecen los recuerdos de la infancia del director en su ciudad natal, y ese dato es relevante para entender el sentimiento de nostalgia y de añoranza que impregna a la totalidad de la narración audiovisual.
Por Cristián Uribe Moreno
Publicado el 17.3.2022
Las primeras imágenes que vemos del filme son tomas actuales de la ciudad de Belfast. Imágenes muy coloridas. Diferentes lugares que un turista, imaginamos, puede visitar. Y de repente, tras un muro de un barrio portuario, la pantalla cambia y aparece el blanco y negro que nos hace retroceder en el tiempo. Un inserto contextualiza el momento: «15 de agosto de 1969».
Se viene la historia. Unos chicos corren por la calle, todos en sus distintos juegos. Los adultos conversan, caminan y saludan a los niños. Todos están en una especie de brillante paraíso. Este ambiente es interrumpido por unos demonios que entran en este mundo ideal: una turba de protestantes, en el sentido político y religioso, que buscan amedrentar y expulsar a los católicos del barrio.
La situación se vuelve caótica y la madre de uno de los chicos va en busca de sus hijos para protegerlo en esta batalla campal que se ha armado. Y cuando trata de volver a casa en medio de la confusión con su hijo, se defiende con la tapa de un bote de basura que su hijo, segundos antes usaba como arma en su rol de caballero matador de dragones. La madre y heroína logra poner a salvo a su familia pero claramente algo se ha roto en esa comunidad.
La última película de Kenneth Branagh, Belfast (2021), en palabras de él mismo, es su filme más autobiográfico. En ella aparecen los recuerdos de la infancia del director en su natal Belfast. Y ese dato es relevante para entender lo que ocurre en la narración.
Una película entrañable
La obra audiovisual es la historia de un momento crucial para una comunidad y, en particular, para la familia de Buddy (Jude Hill), un chico de nueve años. Una comunidad obrera, que muestra unos lazos muy férreos que les ha permitido vivir relativamente bien, pese a la pobreza y las diferencias religiosas. Sin embargo, los convulsionados años 60, vienen a cambiar esto.
Este ambiente protegido donde crece Buddy, se verá amenazado no solo por la intolerancia religiosa sino por las decisiones de su propia familia. Sus padres (Jamie Dornan y Caitriona Balfe) están a punto de emprender proyectos que repercutirán en la vida de sus hijos. Junto a ellos están sus abuelos, Pop (Ciaran Hinds) y Granny (Judi Dench). En medio de estas disputas, Buddy vive su propia vida, jugando, soñando con una chica de su clase y viendo películas, tanto en televisión como en el cine.
El rol del cine en la historia cumple una doble función. Por un lado, ayuda a que los niños encuentren refugio cuando los adultos están sumidos en sus propios problemas. Pero también sirve para representar los momentos de la familia y sus problemas. Así, aparece en pantalla Solo ante el peligro (1952), el western donde Gary Cooper es un comisario quien decide enfrentar a un grupo de pistoleros que lo viene a matar.
O El hombre que mató a Liberty Valence (1962), un western donde se ve a sus protagonistas dispuestos a luchar a cualquier costo. O cuando van al cine en familia a ver Chiti Chit Bang Bang (1968) y todo el grupo olvida por momentos los tremendos problemas que se viven afuera. Porque en ese contexto, la única alternativa que se va vislumbrando es salir de su comunidad, salir de Belfast.
La película es entrañable, aunque un poco naif en ciertos aspectos. Hermosamente filmada y matizada por una tremenda banda sonora centrada en las canciones del gran Van Morrison, otro irlandés de nacimiento. Lo que resulta es una imagen alegre y optimista de lo que ocurre pantalla.
Esta forma tan simplista y despolitizada de retratar un problema político complejo e histórico como el conflicto irlandés, es algo a lo que no estamos acostumbrados. Sin embargo, no hay que dejar de lado que es una historia de un niño, por tanto, subjetiva.
Un niño que no comprende del todo los problemas de los adultos, que todo lo ve en blanco y negro (malos y buenos), que vive al abrigo de la familia, un familia que se quiere y se apoya, y que tiene al cine como compañía y escape.
La comunidad va cambiando y los lazos que el niño veía tan fuertes, se van rompiendo. Estos cambios algunos los verán de lejos y otros, los vivirán en carne propia, como dice las palabras al final. No hay reglas claras para los actos de la gente en tiempos convulsos.
Pero antes de que este colectivo sucumba, el niño y director nos da una pincelada de esta fábula, de este cuento en medio del fuego y las armas de la intolerancia. Y para dar cuenta de esa luminosidad, el cine es un buen aliado.
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Cristian Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos por la Universidad de Chile. También es un profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y el cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.
Tráiler:
Imagen destacada: Belfast (2021).