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[Crítica] «Condena» («Time»): Frente a la maraña del miedo y de la culpa

La miniserie británica dirigida por Lewis Arnold y producida por la BBC está compuesta de tres episodios y ha recibido el beneplácito tanto de la crítica como de las audiencias televisivas a nivel mundial, desde su estreno en España a través de la señal de streaming de Movistar.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 7.9.2021

«Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí queda clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena».
Haruki Murakami

Esta excelente miniserie dramática nos ofrece una mirada humanista a un espacio, el carcelario, que es caldo de cultivo de lo inhumano. Eso a pesar de que Craigmore, la prisión en la que se ambienta, es un centro en buenas condiciones al cargo de un Estado con garantías democráticas como es el Reino Unido.

Pero pronto nos quedan claras sus carencias, especialmente que no hay suficiente personal para tanto encerrado y que en consecuencia es casi imposible evitar que exista un poder oculto alimentado por el miedo a ser excluido o incluso a ser aniquilado.

Porque en la sombra uno de esos presos está al mando sino de todo, de mucho; se trata de Jackson, un personaje —nunca mejor dicho— cuyo único interés es el poder en sí mismo y el beneficio económico gracias al mercadeo clandestino ligado al mundo del crimen.

Así que de poco sirven las buenas intenciones y maneras del personal, especialmente de la monja Marie-Louise y del oficial al mando Eric McNally. La mujer actúa —sin serlo— como psicóloga, siempre dispuesta a apoyar moralmente y a buscar soluciones allí donde los funcionarios no pueden llegar.

En cuanto a Eric, es un experimentado y ejemplar oficial que sabe hacerse respetar y a la vez muestra una gran capacidad empática con esos hombres condenados a menudo más por sí mismos que por los jueces.

Es principalmente a través de —la frustración de— esos dos personajes singulares que sienten el oficio, que se nos retratan las carencias del sistema penitenciario británico. En este sentido expresa su impotencia Eric a la madre de un interno, él le confiesa que allí muchos —como su hijo— tienen problemas psíquicos y que necesitarían un trato especializado que para nada pueden ofrecer.

 

Dos hombres de corazón

La obra arranca con la llegada al centro de Mark Cobden, un preso sin antecedentes cuya historia iremos conociendo a través de flashbacks que son los pensamientos en imágenes que le atormentan. Un buen hombre —maestro de profesión— que conduciendo borracho atropelló a un joven, esa adicción al alcohol que escondía a su pareja y a su hijo le condenó mucho más allá de la sentencia judicial y de esas paredes.

Arnold nos sumerge en la dureza de su internamiento, Mark lo pasa muy mal en su condición de preso no violento y finalmente tendrá que aprender a pelear para poder subsistir en ese ambiente hostil. Su maestro en esas “artes” —¡qué distintas a las suyas sin comillas!—, el poderoso líder en la sombra al que desde ese instante “le debe una” que se sabe es una tras otra sin fin.

Otro interno más que ha entrado en la cadena de favores del crimen, otro hombre títere de ese personaje —de esa organización criminal— sin pizca de humanidad que llegará también a doblegar al íntegro Eric.

El oficial es padre de un hijo que cumple condena en otro centro estatal al que también llegan sus tóxicos tentáculos —lamentablemente parece que ningún lugar está libre de esa red—, Eric se ve obligado a decidir entre su integridad moral o la vida de su hijo… Un dilema parecido al que se enfrenta el juez encarnado por Bryan Cranston en la notable serie Your Honor.

En esa lucha entre los dos protagonistas de corazón desnudo frente a esa red insaciable pone principalmente el foco la obra. Dos hombres en su particular tormenta de arena parafraseando la cita simbólica del gran escritor japonés que encabeza el artículo. Una arena que les golpea con fuerza y que está compuesta primordialmente de miedo y de culpa.

Pero también se enfocan otros temas que transpiran humanidad como el largo camino hacia el perdón —a sí mismo y de la mujer a quien dejó viuda— por el que transita Mark (otra durísima tormenta de arena) o la camaradería del preso analfabeto al que el maestro enseña pacientemente.

Luces en la oscuridad, humanidad a pesar de lo inhumano, la ambivalencia del mundo.

Para muchos —entre los que me encuentro— esta miniserie carcelaria es de lo mejor que se ha estrenado recientemente. Transita elegantemente entre la belleza de los abrazos a corazón desnudo y la dureza de los golpes físicos y anímicos. Lo hace evitando juicios morales y presentando a los personajes —especialmente a los dos protagonistas— en sus claroscuros y en sus dilemas humanos.

Y lo que eleva el conjunto son precisamente las brillantísimas interpretaciones de ellos dos, ambos impecables, ambos naturales y totalmente creíbles, ambos grandes: Stephen Graham encarnando a Eric MacNally y Sean Bean quien es Mark Cobden. Les acompañan excelentes intérpretes como Siobhan Finnerman (Marie Luis) o Brian McCardie (Jackson).

No se la pierdan.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Condena (Time, 2021).

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