Estamos frente a un autor maduro y desafiante, de nombre Gregorio Angelcos, y quien se atreve a proponer al lector el ingreso al laberinto de sus sueños, con las señales y pistas de la palabra construida en la forma de un crucigrama de significados y de significantes, plenos de alusiones a esos creadores y libros que forman nuestro acervo común.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 24.8.2022
Veintiún cuentos, cincuenta y siete mini ficciones, integran este libro de Gregorio Angelcos Díaz (Santiago, 1953), un maestro en el relato breve, sobre todo, aun cuando en los cuentos y relatos más extensos exhibe también su habilidad narrativa y el dominio de una prosa rica y certera, de originales inflexiones semánticas y alcances, por medio de la cual desarrolla la trama, impregnada de humor sutil y de sugerencias que atraen al lector.
Un trabajo discursivo depurado, que todo buen lector agradecerá, como cuando se recibe un pan horneado en su punto exacto, para disfrutarlo en toda la amplitud de la sinécdoque: pan objeto, pan alimento universal. Esto, ni más ni menos, se le pide a la buena literatura y a su consiguiente trascendencia.
El espectro de los cuentos es amplio y variado. Historias donde se entrecruzan distintos planos temporales, para que el autor nos revele cómo se ligan y relacionan los sucesos, más allá de sus límites o marcos cronológicos, en la infinita cadena del devenir entendido como la biblioteca de infinitas posibilidades.
Aquí resalta otro aspecto interesante: la intención lúdica de Angelcos, su concepción del ejercicio escritural como un juego sutil de ajedrez vocal, en ese tablero de la realidad en el que se mezcla lo concreto con lo absurdo, lo pedestre con lo imaginario, para resolverse en la decantación estética del acto literario.
También encontramos elementos de la crónica, género éste que suele hermanarse con el cuento o transcurrir en medio de sus presupuestos. Me refiero a «Desde el otro lado de la tierra. Un viaje del infierno a Val/paraíso», con su acento evocador, de nostalgia autobiográfica.
Universo variopinto de las narraciones, desenvueltas en caleidoscópicas realidades y planos múltiples.
Cama de hospital, alucinaciones entre los guiños de la vida y la amenaza de la muerte; lecho de motel, lubricidad que cabalga en el corcel desbocado de lo efímero, mientras las prendas íntimas disputan su rango estético y provocador; la intención criminal en primera persona, todos llevamos un asesino dentro, como diría Dostoievski, como piensa Gregorio, su asiduo lector.
La vida multicolor en el bar, ese recinto que los bohemios de todas las épocas llamamos «parroquia», y al sentirnos parroquianos asumimos la feligresía de la amistad y ese raro compromiso de confesiones mutuas que no excederán los límites del cuadriculado pegajoso de la mesa, aunque la imaginación sea capaz de crear un filme con actores de primera magnitud: la migración y sus historias de desarraigo y búsqueda, retrospectiva de la propia identidad en los avatares del progenitor que ha cruzado los mares y los océanos para perpetuar la semilla y su contrapartida mustia, la ceniza.
Las síntesis metafísicas
El despliegue de los relatos en el cosmos ficticio de Gregorio Angelcos nos lleva de una sorpresa a otra, con el recurso de desenlaces imprevisibles o establecidos, pero bien dispuestos y servidos a la comensalía libre del lector, quien tiene la última palabra en la fruición estética del banquete, como podemos apreciar, por ejemplo, en «Breve historia sobre el poder», o «El espacio infinito», o «El duelo».
Otro cuento, otra historia, son las «Microficciones: cronicuentos», donde la síntesis del lenguaje a menudo nos lleva a reflexiones sentenciosas e introspectivas, de carácter metafísico, matizado por chispas de refinada ironía y aun de poesía; con rasgos borgeanos, me atrevería a decir. Veamos:
Alteración del orden natural
Ayer se suicidó la muerte, se percibía ruda pero arrepentida, su peor contradicción no tener origen ni destino conocido. Los hombres lloramos porque nos había llegado la dolorosa hora de la inmortalidad.
Puro cuento.
Los muertos no existen, solo son seres inanimados en tránsito hacia el útero de otra mujer, donde nacerán de nuevo.
La lectura de Cosmoficciones entre realidades absurdas resulta un verdadero deleite para paladares escogidos, por qué no decirlo, a riesgo que se nos acuse de elitismo literario. Pero en este oficio hecho arte de la palabra, existen las categorías y, por tanto, las diferencias; no podemos obviarlas, aunque debamos arrostrar la crítica de quienes buscan una suerte de criterio democrático o de paridad para juzgar y aquilatar la obra literaria.
Un tema que este cronista ha acometido con el propio Gregorio y otros camaradas de ruta, no sin provocar acaloradas discusiones y fraternales polémicas, otro ejercicio este de amantes de la palabra creativa.
Estamos frente a un autor maduro y desafiante, que se atreve a proponer al lector el ingreso al laberinto de sus sueños, con las señales y pistas de la palabra construida como un crucigrama de significados y significantes, plenos de alusiones a esos autores y libros que forman nuestro acervo y, en alguna medida, condicionan este quehacer concebido como una larga carrera de postas en el inmenso y universal estadio olímpico de la literatura.
***
Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Gregorio Angelcos.