El sacerdote y etnólogo austríaco, conocido por sus trabajos antropológicos dedicados a los diversos grupos aborígenes de la antigua Tierra del Fuego, es rescatado del olvido en una edición publicada por Taurus y seleccionado por la historiadora nacional Marisol García.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 19.7.2022
Cuando Magallanes y su tripulación surcaban las agitadas aguas del estrecho que hoy lleva su nombre observaron una serie de fogatas a orillas de la isla que hoy llamamos Tierra del Fuego. Esos fuegos diseminados por la pampa eran indicio de vida humana.
Indios, que en ese entonces los blancos tomaban por animales, poniendo en duda si tenían o no un alma en esos cuerpos curtidos y resistentes a la adversidad climática de ese territorio extremo. El tramo del diario de Pigafetta que narra estas peripecias es el primer lugar en que los habitantes de la gran isla austral entran en el amplio libro de la historia, esa curiosa forma de archivar el tiempo que inventaron nuestros antepasados en Grecia y Babilonia.
También es el inicio de lo que podríamos llamar la crónica de un genocidio anunciado. Y no solo por las balas y la paga que se daba a cambio de un par de orejas de selk’nams a fines del siglo XIX, sino también por la plaga de enfermedades que trajo consigo el hombre blanco.
En esa gran crónica, invadida por la bruma y la edición que los vencedores siempre introducen al relato, podríamos decir que no hay inocentes aparte de esos misteriosos habitantes que mariscaban, cazaban guanacos y llevaban a cabo una vida simple y sagrada, en simbiosis con la naturaleza circundante y las divinidades de sus mitologías.
Hablo, sobre todo, de yagánes, selk’nams, kaweskar y tehuelches. Los habitantes del austro. El genocidio que sufrieron estos pueblos arreció en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo pasado.
Hay pocos hombres que se interesaron por ellos desde la perspectiva antropológica, en vez de solo darles asilo en isla Dawson, como hicieron los salesianos, sin tener en cuenta que para ellos era lo más contraproducente. Algo así como techo para hoy, enfermedad y muerte para mañana.
Uno de los pocos que los estudió a fondo, con una curiosidad rigurosa y metódicas observaciones, fue Martin Gusinde, sacerdote alemán, que, según Anne Chapman, era el etnólogo que: «mejor conocía a los selk’nam».
En las estancias ganaderas
La atención que despiertan sus textos no ha hecho más que aumentar con el tiempo y el último libro publicado por Taurus, traducido y editado por la historiadora e investigadora Marisol Palma, confirma esta tendencia. Se trata de una versión más íntima (hasta cierto punto) de este lacónico personaje. Son sus Diarios de viaje de investigación a Tierra del Fuego (1918-1920).
Dos veranos que Gusinde pasó mareándose por los barcos que iban de Valparaíso a Punta Arenas, conversando con otros sacerdotes y ciudadanos, algunos de los cuales tenían todo menos guante blanco en la situación de los aborígenes que aún quedaban vivos.
Gusinde llega a la isla cuando el mayor daño ya está hecho. Los pocos selk’nam que quedan, viven (o más bien desviven) como trabajadores (esclavos) en las estancias ganaderas de la isla.
Pese a esta situación anti natural Gusinde hace lo que puede para ganarse la confianza de los indios, como los llama, escuchando sus historias, mostrándoles fotografías y sacándoles algunas. Alcanza a atisbar escenas más íntimas, como la autoflagelación de una madre que recuerda la muerte de su hija, y participa de un ritual. También excava cementerios, trata de rescatar huesos y tomar medidas.
El hombre detrás del antropólogo apenas se deja notar en algunas observaciones, con un humor seco y un ojo clínico, su temperamento rezuma a cuenta gotas en sus entradas, que raras veces exceden de un párrafo.
Las circunstancias, los imprevistos, los cambios del tiempo, la belleza o desolación del paisaje son el foco de su atención. No divaga, expone. No exagera ni juega con metáforas, ilustra y trata de resumir su experiencia.
Pese (o gracias) a las carencias, y a la concisión del diario, podemos acercarnos a la persona, entender mejor su modo de observar a los aborígenes y campesinos, no exento de cierta superioridad, y sentir el eco de la dificultad que significaba llevar a cabo esos viajes a barco y caballo por las aguas y pampas más desoladas e imprevisibles de nuestro continente.
Una puerta de entrada que abre la curiosidad para embarcarse en sus obras antropológicas más profundas, como el fascinante El mundo espiritual de los selk’nam.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Martín Gusinde.