Existen novelas que cautivan, otras que entretienen, y otras tantas que directamente aburren, pero afortunadamente podemos encontrar autores como Rolando Rojo Redolés (en la imagen destacada junto a su primo Mauricio) que han sabido ofrecer a sus lectores figuras que son fruto de una larga experiencia de observación y de asombro del escritor frente a la vida.
Por Reynaldo Lacámara
Publicado el 23.7.2022
La narrativa, como umbral de mundos por habitar, es un espacio en el cual el anfitrión, y los invitados, forman parte fundamental de la experiencia, no solo testimonial, sino por sobre todo vivificante y cuestionadora que se abre ante ellos.
Entonces el lenguaje, como instrumento mediación y peaje, asume el riesgo de perfilar personajes y situaciones que no se agoten en la anécdota ni en la simple autorreferencia.
En esa zona literaria y riesgosa por definición es que esta novela reivindica para sí la posibilidad de otorgarnos una experiencia no solo estética sino que por sobre todo profundamente humana, por medio de la cual somos capaces de experimentar el asombro como parte de nuestra propia identidad.
Es precisamente ahí donde podemos ubicar esta nueva propuesta, El bello Antonio, que Rolando Rojo Redolés nos ofrece.
Estamos ante la continuidad en la construcción de un mundo narrativo perfectamente reconocible. Aquel que ha inaugurado y proyectado Rojo a lo largo de varias décadas.
Desde la primera línea de esta novela es posible encontrar aquello tan propio de la narrativa en Rolando Rojo, es decir, personajes, ambientes, conflictos y resoluciones que se nutren de lo que podríamos llamar el lado B de los seres y las cosas.
Sus personajes habitan esas zonas que muchas veces pasan imperceptibles, cuando no deliberadamente ignoradas, para quienes abordan la existencia, o la literatura, como un simple ejercicio descriptivo o anecdótico.
Una tragedia griega inevitable
En El bello Antonio, una vez más, nadie puede aspirar a la absolución por falta de méritos o a la inocencia como reclamo o carta de identidad. Aquí las situaciones se entrelazan de tal manera que los esbozos de ingenuidad son arrinconados, o puestos contra la pared, por seres que se alzan como proyectos inconclusos o directamente irrealizables.
Estos seres nos llegan desde la tradición, la injusticia, el desamor, el absurdo, pero también asoman como espejos, a veces crueles, y en otras oportunidades brutalmente sinceros. Es el caso concreto del Bello Antonio. Su rencor y venganza se nutren del despecho recibido, el que convierte su vida en una suerte de tragedia griega previsible, pero inevitable.
En estás páginas la esperanza y su reverso, así como el destino del Bello Antonio, son capaces de alzarse y revelar su rostro desde cualquiera de aquellos lugares y emociones que el autor despliega ante nosotros.
La fragilidad del ser humano, a veces disfrazada de vigor o arrogancia, es puesta al desnudo por Rolando Rojo, especialmente por medio del humor cáustico y la ironía silenciosa y discreta.
Podemos afirmar que en las novelas de Rolando Rojo no existen víctimas inocentes. Todos sus personajes cargan con el peso de sus acciones y decisiones como seres condenados a la vida y a tropezar con su historia, sus pliegues y recodos. En las páginas de El bello Antonio esto asoma con una nitidez muy lograda y cautivante.
Existen novelas que cautivan, otras que entretienen, y otras tantas que directamente aburren, pero afortunadamente podemos encontrar autores como Rojo que han sabido ofrecer a sus lectores el variopinto de la experiencia humana con acento en figuras que no pueden si no ser consideradas como frutos de una larga experiencia de observación y de asombro del autor frente a la vida.
El mundo narrativo, del cual forma parte El bello Antonio, está marcado por aquellas pulsiones con que la porfía de la existencia verdadera pretende marcar presencia y refrescarnos la mirada.
Esa es la magia de la extensa obra de Rolando Rojo Redolés, una de la voces indispensables en el hoy de la literatura nacional.
Esa es también la magia y el desafío de la literatura que permanece, porque en definitiva es capaz no solo de entretener o edificar, sino por sobre todo hacerse parte, y cómplice, de la maravillosa y extravagante aventura de vivir así como contribuir a la construcción de una sociedad más digna y justa.
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Reynaldo Lacámara (Santiago, 1956) es un poeta y gestor cultural chileno y el cual ejerció como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) durante el período 2006 – 2012.
Imagen destacada: Mauricio Redolés y Rolando Rojo Redolés.