El segundo set de versos debidos al creador chileno Juan Pablo del Río, detiene el mundo por algunos minutos para intentar mostrar lo invisible, a través de un estilo literario cargado con la ternura y la dureza de un autor que sabe de matices, al sufrir por estos desde su punzante ironía.
Por Fernando Arabuena
Publicado el 18.11.2021
Los rostros de los matinales llorando junto a la gente, los entretenidos binge watching, todo parece tan perfecto hasta que una “albóndiga naranja” pasa rodando, enrostrando, predicando su prosaica poesía viva a vuelo rasante de la realidad.
¿Algo distinto está siendo revelado?, ¿algo que viene a redimirnos de nuestras propias vidas rotuladas? Quizá sí, pero enrostrándonos el fracaso. Y aquí canta obnubilado el poeta a eso “distinto”, pero que a su pesar existencial, sabe que solo es lo “diferente dentro de lo igual”, tema del que nos habla el filósofo surcoreano Byung-Chul Han.
Pero esto no silencia la voz poética que levanta Juan Pablo del Río (Santiago, 1960), buscando dentro de los escombros humanos alguna figura posible de reconstruir, alucinando quizá solo la sombra de un Altazor en caída libre, pero sólo hacia lo que padecemos:
Vas rodando cuesta abajo como una albóndiga naranja, en el vórtice de tu epopeya personal. Atravesando mundos y dimensiones físicas.
El anhelo por eso distinto
Juan Pablo del Río detiene el mundo por algunos minutos para mostrarnos lo invisible. Y cree, porque quiere creer, hasta deslumbrarse y emocionarse de la misma miseria humana, flagelándola e idolatrándola con la ternura y la dureza de un poeta que sabe de matices, porque sufre desde ellos con su punzante ironía.
El gordo Willy se revuelca en el absurdo para desprenderse de la idiotez, el Gordo Willy es la pasta base con la que nos redimimos equivocadamente de aquello que nos incomoda, el ídolo de un “dorado tipo oro” que nos engrandece con su propia pequeñez, con su propia insignificancia.
Pero por sobre todo, es el reflejo de nuestro anhelo por eso “distinto”, sabidamente extinto en estos tiempos, aludiendo nuevamente al filósofo surcoreano:
Nadie dio las gracias por el sustentable acto de su demencia.
El Gordo Willy era solo presencia.
Como presencia es una estación de tren abandonada.
Como evidente el cadáver de un perro en la autopista.
El poeta parece buscar el mito reminiscente de un mundo analógico y perdido, lejos de la facilidad del touch y el “dataísmo”, pero incluso en ese mito ochentero se encuentra con la dolorosa desaparición del individuo. Y en el reflejo de un Krishna pop de comerciales de jugos, quiere hacernos resbalar a nuestros propios abismos:
No te guardo rencor, así aprendiste. Así nos enseñaron: confundiendo el bien con el bienestar. Confundiendo la autoridad con la dictadura. Confundiendo el cariño con la pleitesía. El amor con el sexo.
Parece no haber esperanza ahora que no está el gordo Willy (y quizá nunca lo hubo), solo el consuelo de llevarlo en andas de su propia leyenda, para mostrarlo, para mostrarnos en la poesía de una épica marginal donde el barco está haciendo agua.
Pero nuestro fracaso tiene un mito a quien enrolarle todo, eso que nos redime de la invisibilidad diciéndonos: no llegarás a lo “distinto”, solo a la “diferencia comercializable” de lo “igual”.
Gordo querido, así lo dice el poeta Juan Pablo del Río:
… que ze corrijan las faltas de ortografía en tu onor.
El gordo Willy (Editorial GS Libros, 2021) es el segundo libro de su autor, un asiduo a las tertulias de la Casa del Escritor, quien vivió parte de su juventud en Costa Rica y que fue parte del directorio de la Sech y el fundador del colectivo de poesía y música electrónica Poetas Marcianos.
Hoy, entre otras actividades, es parte de la coordinación del concurso literario Escolar Albatroz para colegios públicos que organiza la Sociedad de Escritores de Chile.
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Fernando Arabuena (Cauquenes, 1970) es escritor y profesor de conceptualización creativa en distintas escuelas de publicidad y universidades del país, así como jurado de diversos certámenes publicitarios.
Ha participado en los talleres del poeta Marcelo Novoa, de autocrítica del poeta Rafael Rubio, y en el taller de lecturas del poeta Marcelo Jarpa Fabres y en el de corrección de estilo del escritor Edmundo Moure.
Es autor de los libros inéditos Jentil vulgata y El Cristo de los tobillos rotos. También ha sido colaborador en medios digitales literarios y es parte del directorio de la Fundación Juan Luis Martínez.
Fue incluido en la Antología absoluta de la poesía chilena del poeta Rodrigo Verdugo.
Imagen destacada: Juan Pablo del Río.