[Crítica] «El olor humano»: Un largo viaje hacia la noche

La obra del autor magiar Ernő Szép es una narración que abre una ventana particular a la tragedia del holocausto, vista desde la ocupación alemana de Hungría en 1944, un nuevo aporte de las letras centro europeas por esta figura referencial, según el Premio Nobel de Literatura 2002, Imre Kertész.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 6.10.2021

El olor humano de Ernő Szép (Gallo Nero, 2017), es una pieza fundamental en la narrativa que explora los traumas provocados por la Segunda Guerra Mundial, específicamente la desarrollada por testigos y sobrevivientes de la segregación racial que determinó la persecución y masacre de millones de judíos en Europa.

La cuidada traducción de Eszter Orbán y José Miguel González nos acerca a la experiencia, en primera persona, de su protagonista: Ernő, un hombre que cumple los 60 años en el momento en que es capturado por los nazis.

El contexto está definido por Ferenc Szálasi (1897-1946), líder del partido fascista de los Cruces Flechadas, en Hungría y que, en 1944, toma el poder con la ayuda de los alemanes, para asesinar, torturar y llevar a campos de concentración a miles de judíos.

Lo que salta a la vista desde el inicio de la narración es el peculiar tono que consigue la voz narrativa (que corresponde a la de Ernő—así la denomina, escuetamente, al pasar), que transita entre la ingenuidad y el cinismo con suma fluidez.

Aunque el relato de este largo y macabro viaje está plagado de infortunios, la observación no muestra un privilegio por describir sensibleramente el sufrimiento o el llanto. Las reflexiones sobre lo cotidiano son entreveradas con abstracciones existenciales, revelando una personalidad única.

 

El camino hacia una pesadilla real

En El olor humano se resalta la evidencia de la discriminación; su absurdo, que permite una condensación única: “En el mundo hay dos naciones, dos razas, dos religiones: los ricos y los pobres”.

Sobre las medidas que comienzan a restringir, progresivamente, los derechos, comenta: “El gobierno de los Cruces Flechadas comenzó con la prohibición de que los judíos salieran de sus casas. Al mismo tiempo, declaró anulados todos los salvoconductos… Todos los judíos debían coserse de nuevo la estrella amarilla”.

El gradual proceso de degradación resalta la alienación social que se comienzan a vivir: “Desde la entrada en vigor de las leyes contra los judíos no había vuelto a jugar al tenis, solo hacía un poco de ejercicio en mi habitación por las mañanas”.

Estas descripciones nos acercan al lado más doméstico de la discriminación, un aspecto también realzado en publicaciones por mano de Victor Klemperer en su diario, Ruth Klüger en Seguir viviendo, o en Dora Bruder, de Patrick Modiano, donde se documenta, con pequeños gestos, cómo el proceso de segregación se va instalando en la comunidad.

Un dato que vale la pena destacar es el de la ley aprobada en 1920, que limitaba el número de estudiantes judíos en la enseñanza superior. En un momento, la voz confiesa: “siento mucha vergüenza por mi impotencia, por no poder arrancarme del pecho la estrella amarilla”.

El tono permanece durante la crecientemente angustiante narración. Aunque sabemos que este viaje no puede terminar bien, Ernő enfrenta su realidad inmediata con un tipo de humor. Cuando comenta que ha dejado de llover, agrega: “¿Ven?, tenemos motivo también para la alegría”.

Y, al mismo tiempo, mantiene una postura reflexiva, históricamente realista: “Con el mismo calor sofocante debían de haber peregrinado los judíos expulsados antaño de España… y también los que habían sido expulsado de Inglaterra, Francia, Baviera, Sajonia, Wurtemberg o Austria, de todos los sitios. Caminaban en el calor, en la tormenta y bajo el granizo, y también cuando hacía un frío glacial y en la oscura niebla, igual que lo hacemos ahora mismo nosotros”.

En la narración Ernő tiene 60 años; su edad refleja también una madurez existencial, y su relativa ventaja en el contexto de los trabajos forzados que sobrelleva. Los pasajes respecto a los trabajos, la fútil dedicación a ellos, el sinsentido, resulta en un proceso desgastador, embrutecedor, alienante.

En estos momentos el tiempo se detiene para privilegiar una mirada que bordea lo espiritual, proyectada precisamente en lo más terrestre, lo más trivial, algo también registrado, con su particular poética, en Todo lo que tengo lo llevo conmigo, de Herta Müller.

Pero aquí, la voz narrativa interpela al lector frontalmente, con exclamaciones del tipo: “Le contesté lo mismo que tú, querido lector, hubieras respondido en mi lugar”. La voz apela al lector, acercándonos a su experiencia: “¡Pobre lector, cómo te aburro!”.

El viaje de Ernő es un camino hacia una pesadilla real. Pero la disposición considera un futuro (literario): “En mis noches de mayor tormento trato de consolarme pensando en que un día quizá llegue a escribir estas vicisitudes y que mi obra tal vez resulte interesante”.

Es, probablemente, el deseo de muchos sobrevivientes: el de contar su historia, de denunciar la injusticia que se la ha impuesto: “Tengo el mismo derecho a sufrir que cualquier otra persona. Y cavar zanjas no me parece nada trágico”, afirma.

En una destacable escena vemos el deseo de venganza en el círculo, donde fantasean con posibles castigos parar Hitler. Uno de los compañeros de infierno sueña; dice que habría que “meterlo en una jaula y llevarlo a un zoo de Londres. Y lo exhibiría en un lugar especial… cada visitante podría escupirle a la cara”, idea también presente en Matar a los viejos, donde Carlos Droguett fantasea con el encierro de Pinochet en una jaula del zoológico; animalizado y degradado grotescamente.

El olor humano es una narración que abre una ventana particular a la tragedia del holocausto, vista desde la ocupación alemana de Hungría en 1944; un nuevo aporte de las letras húngaras, por mano de Szép (1884-1953), figura referencial, según el Nobel Imre Kertész.

Szép colaboró en diversas revistas literarias y periódicos de su momento, incursionando en la escritura de monólogos humorísticos y satíricos.

Sin duda esta veta está presente en El olor humano, así como párrafos difíciles de olvidar: “Yo lo único que sé es vivir, yo solo creo en la vida y no me puedo imaginar otra cosa. La vida no acabará nunca, tras mi último suspiro no contraeré los pulmones ni podré un punto después de mi pensamiento final; idea y aliento huirán al infinito, a lo intemporal”.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El olor humano», de Ernő Szép (Gallo Nero, 2017)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Ernő Szép.