La nueva entrega del autor chileno Víctor Ilich funciona como una suerte de laberinto y de narración tan enrevesada que cada línea argumental engendra un sinfín de ramificaciones, cada pregunta da a su vez pie a una respuesta, hasta extenderse o interrumpirse sin fin.
Por Alfredo Lewin
Publicado el 3.8.2022
El escritor costarricense Jacques Sagot escribió un artículo titulado «Ajedrez y voluntad de poder» en el que definía esta disciplina como un duelo, un esgrima del intelecto, la sublimación espléndida de lo guerrero del hombre a su vez transformado en lúcida lid y en juego de apariencia engañosamente inofensiva.
Esa determinación mental constante de los ajedrecistas se puede trasladar, luego, a todos los campos de las narraciones antagónicas y también cómplices. Así que lo de los actores en El silencio de los jueces, una suerte de periodista y un juez en esta entrevista de carácter singular, tiene un asidero temperamental. ¿Y qué es una entrevista sino un intercambio de ideas, en ocasiones, de atroz violencia psicológica?
Bienvenidos a una improbable Siberia para algunos trueques de piezas de ajedrez e impresiones delirantes. Una de esas entrevistas, independiente de su casi oficialidad, previas al evocador día del juicio. Y eso no es menor. Cualquiera que sea este día, solo sabemos que será uno en que el sol brillará como en ningún otro.
El silencio de los jueces funciona como una suerte de laberinto y narración tan enrevesado que cada línea argumental engendra un sinfín de ramificaciones, cada pregunta da a su vez pie a una respuesta, una contrarrespuesta y luego otra pregunta, o bien… se interrumpe sin más.
El entrevistador, sin embargo, no «termina», sino que cambia de tema, aunque en varias ocasiones recae sobre el principal: a saber, la conciencia del juez, sus ruidos internos y silencios resonantes: «Insisto con la pregunta, ¿por qué tanto silencio? /¿Por qué tantas preguntas? /Recuerde que es una entrevista./ Verdad, entonces entre no más.»
Esto es la obra de Ilich, un juego de entrar y salir, de cerrar y abrir.
El juez de apellido Ilich
Esta entrevista casi oficial, una que por lo demás no fue fácil de conseguir, es un trastorno del contenido del pensamiento. Idea extraña o fija, ideas sobrevaloradas, fóbicas, hipocondríacas y delirantes.
Así, este texto es un claro ejemplo del cambio en la relación que el juez establece con el mundo, un quiebre, donde una idea delirante pasa a ser el nexo que utiliza para restablecer el contacto con la realidad. En el lenguaje cotidiano a menudo escuchamos de delirios de persecución, de reivindicación, de grandeza, etcétera. En El silencio de los jueces entramos al reino de las ideas delirantes.
Tan extrañas que podrían ser consideradas como erróneas e incluso, en algunos casos, absurdas. Ideas que pueden no ser compartidas ni comprendidas por quien las lee o escucha pero que se intuye que son el resultado de una seria brecha en la comunicación efectiva entre los locutores, tanto el interrogador cuestionario y el juez de apellido Ilich.
Estas impresiones compartidas suelen ser acompañadas de un malestar significativo y si alguna convicción cabe tener es que el juez está absolutamente convencido de que sus ideas son ciertas y sobre todo que concuerdan con la realidad: «¿Su especialidad en el derecho? / Caminar derecho por la cuerda floja».
Y aunque jurídicamente esto pueda parecer un disparate no significa que no tenga ninguna opción de prosperar. Sería absurdo, un papelón. Con Ilich nunca se sabe, esa es la única certeza de toda esta historia.
Ahora que lo pienso y escucho al azar algo como «tengo una causa abierta», me pregunto: ¿cuántas lecturas haríamos de ello? ¿Cuán delirante podría llegar a ser?
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Alfredo Lewin es un conductor chileno de radio y televisión. Actualmente, trabaja en la Radio SONAR FM. Anteriormente, también se ha desempeñado como radiodifusor en radios Concierto y Futuro. Es licenciado en literatura inglesa por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Imagen destacada: Víctor Ilich.