Después de leer esta colección de los trabajos en prosa de Raúl Zurita —publicados recientemente por Random House—, nos queda claro que si la valorización de su poesía decae por la grandilocuencia paisajística o la tendencia iterativa de los textos, su retórica narrativa (fulgurante y punzante), en cambio, conservará el beneplácito de múltiples y devotos seguidores.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 11.5.2023
Las enciclopedias poéticas del futuro siglo XXII o XXIII seguramente tendrán un apartado dedicado a la poesía chilena (ese país imaginario que habitamos), uno de cuyos nudos argumentales será sobre esa época mítica del siglo XX en que coincidieron los titanes de la poesía, los que generaron la fama, ahora muletilla turística, de que: «Chile es país de poetas».
Si digo titanes es porque hablamos de ese linaje de machos ancianos que inaugura Neruda y culmina en Zurita. Mistral es otra cosa, la madre viento, la matriarca de todos y de ninguno.
En efecto, sobre Zurita aún no tenemos muy claro lo que se escribirá de forma póstuma. Es sabido que el tono y las confesiones críticas cambian una vez que los escritores ya no están, para defender a esa parcela de verbo y sangre pensante que es su obra. Las derivas de la crítica no son las mismas que las de la franqueza, y solo unos pocos incorregibles logran sincronizar ambos frentes en su quehacer literario.
Tampoco sabemos si el poeta de los monumentales Anteparaíso y Purgatorio llegará a ganar el Premio Nobel de Literatura, una posibilidad que no podemos descartar ni afirmar a ciencia cierta.
Lo que queda claro después de leer sus Ensayos reunidos, publicados recientemente por Random House, es que, si la valorización de su poesía decae por la grandilocuencia paisajística o la tendencia iterativa de los textos, su prosa fulgurante y punzante conservará el beneplácito de no pocos avezados lectores.
Oleaje pensante y la música del lenguaje
Podría ser un caso similar al de Octavio Paz, cuya poesía pierde favores y lectores a un ritmo similar con el que sus ensayos ganan en madurez, como un buen vino que, añejado por las décadas, rezuma un aroma cada vez más intenso y logra un cuerpo más macizo. Confiemos en que la claridad de la poesía compuesta por Zurita, su intensidad insobornable, perdure sobre criterios más nimios.
Claro que en el caso del poeta chileno la envergadura no es la misma, son las formas breves las que maneja con un vigor inmaculado, con una lucidez despampanante que a veces recae en los sentimentalismos que lleva tatuados en su corazón o en juicios literarios empañados por esas predilecciones, como cuando afirma que no ve: «en Borges a uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo», para luego incluir en esa lista a Neruda y a John Steinbeck.
Podemos estar de acuerdo en que el Neruda de la Residencia… es un poeta mayor que el Borges más sobrio y literario, pero si hablamos de obra completa, de incidencia en el lenguaje, es innegable que el castellano que escribimos ha metabolizado de mejor manera a Borges que a los pocos aciertos nerudianos, por más esplendorosos que fueran.
Más allá de esos devaneos críticos, la gracia de estos ensayos es el vigor con que Zurita nos recuerda, una y otra vez, que malgastamos nuestras vidas si nos la pasamos eludiendo el amor. Los materiales que aborda son muchos, pero también pocos, universales, las geografías más horrendas de la memoria común, sea la dictadura o Hiroshima, las aspiraciones de la poesía por llegar al amor que, según el Dante, mueve las estrellas.
La trinidad de Zurita, no lo vamos a descubrir ahora, está en la Divina Comedia, en El manifiesto comunista (su esperanza, su ideal) y el estruendo de los grandes poemas bíblicos, sea Isaías, Job o el Cantar de los cantares. Estos textos, y muchos herederos, son las raíces que estimulan sus pensamientos, su ansia desesperada del amor que es la de la vida misma frente a la conciencia de su cruda mortalidad.
De esta forma, la intensidad de su prosa proviene de la poesía, y nos devela las lecturas y relaciones que la maceraron, sea el Bhagavad gita y las tragedias griegas o las conversaciones y anécdotas con Juan Luis Martínez, su debilidad por Francis Bacon o su elogio de la poesía de Antonio Gamoneda o Idea Vilariño.
La lucidez de Zurita no es fría sino pasional. Y la generosidad que despliega en sus lecturas insomnes, en su recibir de lleno el cuerpo de una novela de María Moreno, de un poema, el último, de Cesare Pavese, es la confidencia de un alma que se rehúsa a aceptar las ruinas de toda utopía, de toda posible fraternidad.
Es por eso que, pese al oleaje de algunos párrafos, de algunas metáforas y de cómo estamos inmersos en la música de nuestra lengua y es ella la que habla a través nuestro, creo que hay una frase más simple que cifra sus aspiraciones: «Creímos que había cosas más importantes, pero lo único importante es ser lo suficientemente dignos como para poder abrazar a otro».
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Raúl Zurita (por Miguel Sayago).