La última obra de Natalia Berbelagua —la mítica autora de «Valporno»—, ahora editada por su sello Aguarosa Ediciones, es una cruza literaria de poesía y narración que se resiste a cualquier camisa de fuerza genérica en su peculiar aventura literaria.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 8.11.2021
Las termitas carcomen vigas tras las paredes, el bullicio, las alarmas y el temblor sacuden la realidad de una mujer que se desmorona hacia dentro, que viaja hacia el fondo de sí misma y emerge desencajada, mutante y corajuda, para enfrentar una especie de apocalipsis en el puerto de Valparaíso.
La imaginación desborda los límites de la razón y el caos proclama su dominio en los cuatro puntos cardinales, el verbo se descompone y renace en palabras que incendian el cielo como auroras boreales. La narración es espasmódica y fulgurante, amputada de sentido común, liberada hacia una zona donde todo es símbolo y aventura, basura y reliquia.
De este modo se nos abre el paisaje imaginario que creó Natalia Berbelagua (Santiago, 1985), la autora de Valporno, en su última obra, Fíbula, editada por su sello Aguarosa Ediciones, una cruza literaria de poesía y narración que se resiste a cualquier camisa de fuerza genérica.
El desarreglo de los sentidos
Fragmento a fragmento, o escena a escena, nos vamos internando en la experiencia de una protagonista, Fíbula, de la que apenas podemos comprender su sexo y su sufrimiento.
El resto no viene a ser una trama en estricto sentido, sino una apuesta patafísica: si el mundo se enfrenta a su fin ya no hay por qué someterse a las leyes de la física o el tedio realista; la imaginación puede más que la razón, sobre todo cuando las cuarentenas y la asfixia pandémica reducen todo al absurdo de una monotonía injustificable.
La estrategia literaria que combate la anodina repetición de los días es, en este caso, dinamitar el dos x dos es cuatro y toda linealidad pacata que pueda existir. Hay un eco en esta narración mitopoética de la incombustible y arriesgada proclama del vidente Rimbaud, aquella que exhorta al desarreglo de los sentidos.
También, siguiendo en la veta de los simbolistas decimonónicos, las peregrinas, bizarras y violentas aventuras de Fíbula, hacen recordar a las del monstruo de Lautremont, Maldoror.
La paradoja del observador observado y la obra que se engulle a sí misma, para recrearse sin un propósito deliberado, se expresa en una montaña rusa de secuencias que poseen sus propias leyes de la gravedad.
Un ritmo telúrico, decorado con escombros, postales de decadencia y pesadillas encarnadas arremete en estos párrafos que coquetean con el absurdo y la cascada surrealista de imágenes entrelazadas por un curioso tejido onírico:
“Un grupo de jóvenes usaba las paredes de la necrópolis para proyectar películas de Tarkovski. En el inconsciente de la ciudad, la melancolía y la nostalgia se resistían a secarse como aguas misteriosas. La luz del proyector alumbraba parcialmente una casa en un árbol. Una construcción infantil habitada por un viejo que, desde su ventana, veía a los espectadores de su propia película.”
Sumergirse en el bestiario del inconsciente colectivo
Es difícil transmitir o siquiera digerir lo que quiso hacer Berbelagua con esta obra tetramorfa, que cuenta con un apartado final de poemas en verso que, de un modo entre esotérico y musical, decanta las andanzas de su protagonista.
Quizá quiso abrir la caja de pandora que habita agazapada en la recámara más incómoda de nuestra conciencia. Quizá quiso dar chipe libre al delirio, tratar de traspasar las aduanas de la percepción común y corriente, con tal de trasladarnos allende el horizonte de las presunciones y el tetris pragmático del racionalismo mecanicista.
Ella lo sabrá, o tal vez no, quién dice que sea necesario esclavizar la creatividad con formas y métodos preconcebidos.
Quizá, dadas ciertas circunstancias colectivas y personales, es necesario dar un paso más allá del umbral habitual, sumergirse en el bestiario del inconsciente colectivo, diluir toda frontera y emerger con un puñado de símbolos, algunas escenas y personajes, que nos interpelan desde el misterio y la arritmia de sus corazones enfermos y peculiares, con tal de desperezarnos, contagiarnos escalofríos y atizar nuestra curiosidad y capacidad de asombro.
Tal vez así despertemos al vidente que llevamos dentro y podamos cosechar el caudal de arquetipos que late muy hondo, bajo la mar de nuestra inteligencia diurna.
La protagonista, que lleva el nombre del instrumento que Edipo usó para amputarse los ojos, sujeta con su imaginario la potestad que queda en el mundo, aquella de la palabra que crea y destruye por mano propia, inmolando lo innombrable para darle cabida de otra forma, con un idioma en que la belleza confabula con el horror.
Es una aventura peculiar, no para todos, pero sí para quienes aún apuestan por el poder de la imaginación.
***
Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Punta Arenas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Natalia Berbelagua.