La trascendencia a partir de lo cotidiano, la memoria, la identidad, el tiempo, los paisajes y las relaciones entre los seres vivos en general, son las temáticas que el escritor y crítico chileno Aníbal Ricci Anduaga, propone respecto de los imprescindibles filmes que analiza en este libro.
Por Pablo Mihovilovich Gascón
Publicado el 20.11.2024
Enciendo la pantalla, la aplicación, el streaming, o la red social. No importa a cuál me refiera. Es la pantalla la que se refiere a mí, y tras de ella sofisticados mecanismos que la hacen posible, van dirigiendo su «material» a cada usuario, usando algoritmos y técnicas que conocemos sólo en parte.
Nuestra sociedad «espectacular» está hiper mediatizada hasta esta superficie última, que tiene la forma de un espejo negro cada vez más pequeño, cada vez más aislante del entorno. Espejo al cual miramos y nos refleja aquella parte super yoica de nosotros, según lo que creemos que está pasando, como si las distopías (de 1984 o El mundo feliz) ya hubiesen empezado a operar sin que nos diéramos cuenta.
Entonces, una guerra de imágenes, y antes que ella, una disputa por la colonización de las mentes, de los consumidores y trabajadores, del «capital humano», y de todo aquello que algunos ven como recurso a utilizar.
¿Para qué ver cine, si no es acaso el cine parte integrante de esta gigantesca maquinaria de ilusiones?
«El arte es la mentira que nos permite ver la verdad, al menos aquella que nos es dado comprender», reflexionaba Picasso. Y ahora este sujeto que cree ser yo, ansiosamente busca más allá de sí, ansiosamente busca «saber», persiguiendo aquello que no lo contradiga ni confronte.
Incesantemente siguiendo un hilo de Ariadna que cree le ha sido dado como algo especial, perdiéndose en un laberinto sin ninguna pared, ni camino, ni límite alguno, un laberinto abierto hecho de señuelos que lo hacen olvidar que alguna vez entró buscando algo, deseoso por su existencia.
¿Qué es todo esto sino el sámsara descrito hace siglos? ¿Qué es está tecnología «nueva», sino más que otra forma de manifestación de viejas formas de esclavizarnos a nosotros mismos?
Momentos de reflexión y de asombro
El cine, máquina de fantasías y de sueños, vuelo imaginario a través del espacio y del tiempo, que manifestó las transformaciones materiales y espirituales de la industrialización acorde al siglo XX: sus guerras, ideologías y exterminios masivos, que hoy se repiten.
Con todo, esa máquina, ahora acaecida una época de caída de los grandes relatos, tiene un lugar compartido con un sin número de otros dispositivos de creación de subjetividad, en los que cada uno de nosotros interactúa individualmente creyendo elegir aquello que le interesa. «No necesitamos otros mundos, necesitamos un espejo», afirma uno de los personajes del largometraje de ficción Solaris (1972).
En aquella sobresaturación de imágenes y estímulos que buscan capturar nuestra atención, el libro de Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) nos plantea una invitación a discutir sobre un repertorio de obras cinematográficas que no reflejan sino aquellos aspectos que como seres humanos evitamos confrontar.
Por lo mismo es que son el Joker (2019) y La naranja mecánica (1971) las obras iniciales en el libro, poniendo de frente diversos tipos de violencia, que nuestra sociedad reproduce: «El telón de fondo es un mundo individualista, una crítica feroz a una sociedad que pretende uniformar a todos bajo la apariencia de obediencia y sumisión al sistema», anota Ricci.
En Blade Runner (1982), se explora qué significa ser humano en un mundo donde los replicantes, seres artificiales, cuestionan la naturaleza de su existencia: «Nos hemos convertido en una especie de replicantes adormecidos. Si los replicantes no llegaban a formular emociones satisfactorias, la humanidad en cambio transita por un camino sin retorno hacia un mutismo emocional», reflexiona, otra vez, la pluma del escritor y crítico de cine chileno.
Por su parte en Solaris, el océano del planeta actúa como un espejo que materializa las emociones reprimidas y los traumas de los personajes, obligándolos a enfrentarse a sí mismos. Este énfasis en la memoria como un elemento formativo conecta a Tarkovski con temas recurrentes en su obra, como el tiempo y la espiritualidad.
«La analogía con los libros (escena de la biblioteca) escudriña en la memoria, en las imágenes que atesoran nuestros sentimientos, aquel viaje a nuestro alcance que no siempre tenemos el coraje de recorrer. Amar a alguien implica una posibilidad de pérdida, pero ese camino de Sísifo nos aleja momentáneamente del miedo y nos hace plenos», intuye el autor de Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).
El ensayo de Aníbal Ricci supone la creencia, que comparto, sobre uno o varios inconscientes colectivos, y cuyas formas probablemente nos hacen sentido a través de estas representaciones particulares que son las películas, entre otras cosas, y de las cuales el autor analiza una treintena de ellas en razón —y sentimiento— de sus estéticas y temáticas, relacionándolas con aquellas cuestiones de la vida que para él son de significativa importancia.
Así, el pasado, el presente y el futuro no están delimitados, sino entretejidos por las emociones y recuerdos del individuo, componiendo un territorio emocional que busca expresarse desde las imágenes planteadas, desde obras que no solo dialogan entre sí, sino que también amplifican su significado al situarse en el contexto universal de la búsqueda de sentido.
«Lo que se recuerda, vive», declara la protagonista de Nomadland (2020), película en la cual los vastos horizontes y las desoladas autopistas reflejan tanto la libertad como el aislamiento de los personajes. La necesidad de vínculos humanos en un mundo que fomenta la desconexión y la movilidad constante.
Nuevamente las preguntas por el ser humano desde la distancia de unos ángeles que sobrevuelan Berlín en Las alas del deseo (1987), y en cuyo canto se encapsulan los anhelos de experimentar plenamente la vida, incluso con su inherente imperfección.
La trascendencia a partir de lo cotidiano, la memoria, la identidad, el tiempo, los paisajes y las relaciones entre los seres vivos en general, son las temáticas que el autor propone respecto de aquellos filmes. Y debo decir, que de muchos de ellos guardaba el recuerdo de haberlos visto en mi adolescencia o junto a mis padres en el living de la casa, evocándome momentos de reflexión y de asombro, que ahora resurgen.
Momentos que además formaron mi amor por el cine. Arte que además de ser una maquinaria de ilusiones, puede ser un punto de encuentro, y de lo cual no me queda otra que reformular la pregunta que hiciera en un inicio: ¿Qué es lo que vemos de nosotros mismos?
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Pablo Mihovilovich Gascón (Linares, 1992), abogado formado en la Universidad de Chile, con estudios de realización audiovisual en la Universidad Nacional de Artes de Argentina. Ha trabajado en diversos cortometrajes de ficción, videoclips, y de campañas políticas y promocionales.
Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga.