[Crítica] «Iconoclastas»: Para desprejuiciarse de Alto Hospicio

La breve novela de la periodista chilena Francisca Palma se adentra en el mundo cotidiano de los habitantes de la localidad nortina, esos migrantes andinos, de los cerros o del altiplano, que por necesidad se acoplaron a esa ciudad en forja, la cual como el balcón de un edificio de viviendas básicas mira desde lo alto del acantilado, a veces con indiferencia, a la mercantil Iquique.

Por Rodrigo Ramos Bañados

Publicado el 28.5.2024

«Nadie puede conocer la vida de las ciudades si no ha asimilado las obras y las novelas producidas por hombres (y mujeres) que han vivido en ciudades y han descrito la vida de sus habitantes». La cita es de Lewis Mumford.

Esta cita, que hallé en un libro de la escritora argentina Silvia Castro, bien cabe para abrir esta reseña al texto Iconoclastas de Francisca Palma (Santiago, 1989).

Francisca, quien está radicada en Santiago por razones laborales, ha vivido gran parte de su vida en la comuna de Alto Hospicio, que carga el estigma de ser una de las más pobres del país y a la vez, es señalada y conocida como el patio trasero de Iquique.

Una excompañera de universidad de Francisca, en el contexto de la presentación de su libro en el bar Curupucho de Iquique, reconoció lo impresionante que fue en un primer momento contar con una compañera de curso proveniente de Alto Hospicio, en periodismo de la Universidad de Chile.

Así, en la novela breve Iconoclastas (68 páginas), y publicada por la editorial Navaja de Iquique, no encontrará el lector el prejuicio básico hacia Alto Hospicio con descripciones a modo de periodismo miseria, por el contrario, el texto se adentra en el mundo cotidiano de sus habitantes.

En este caso, de migrantes andinos, de los cerros o del altiplano, los cuales por necesidad se acoplan a esta ciudad en forja que como el balcón de un edificio de viviendas básicas, mira desde lo alto del acantilado, a veces con indiferencia, hacia la mercantil Iquique.

 

Una novela social que se lee rápido

En medio de esa maraña entre casas en serie, huertos ocupados para cultivar papas y tomates, terrenos baldíos donde se acumula la caca seca o las ruinas de un recinto militar de la FACH, se entrelazan las aventuras de adolescentes liceanos, que no se sienten ni de aquí ni de allá ni de abajo.

Con todo, estos personajes son sistemáticamente sometidos en su liceo a un proceso de chilenización, a través de ritos como los desfiles, los actos del día lunes con el himno nacional y el homenaje cada 21 de mayo a la figura de Arturo Prat Chacón, por ejemplo.

A ratos, algún profesor ofuscado los trata de indios o de indias. Ni ellos ni ellas se sienten víctimas de la xenofobia, sino que asumen la realidad y crean los mecanismos para sobrevivir.

Ellos y ellas, iconoclastas —como bien dice el título— niegan o rechazan las normas impuestas, como también lo hicieron sus parientes que llegaron a esta ciudad. Así se formaron escuchando su propia música, como la tecno cumbia tropical con matices andinos y generaron sus propios ritos culturales como ir los fines de semana a cachurear a la feria la Quebradilla, y hasta humanizaron a vehículos útiles de transporte como el Delica (nadie sabe que son Mitsubishi).

De esta manera, la novela también hace referencia a la explosión de la fábrica de bombas de racimo de Carlos Cardoen, donde fallecieron treinta trabajadores, cuestionando que desde ahí —desde ese terreno— se armaban los explosivos que iban a destruir vidas en la guerra de Irán e Irak (en los años 80 del siglo pasado), porque Alto Hospicio, si no lo sabe, alguna vez exportó armas de guerra en la dictadura de Augusto Pinochet.

Iconoclastas es una novela social que se lee rápido, se disfruta —si uno conoce el territorio— y que genera curiosidad —si lo desconoce— y que bien retrata a ese Hospicio de los Mamanis, Quispes o Choques, que llegaron desde el cerro, se instalaron en el lugar y sobrevivieron adaptando su cultura a la impuesta, lo que en definitiva generó un híbrido que no solo puede hallarse en Alto, sino que también en el Iquique no turístico (el 90 por ciento de la ciudad).

Hay que leer esta novela escrita desde el barrio para desprejuiciarse de Alto Hospicio, y por supuesto, conocer el desenlace de la figura de Prat.

 

 

 

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Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973) es escritor y un periodista titulado en la Universidad Católica del Norte. Ha publicado, entre otros volúmenes, las novelas Alto Hospicio, Pop, Namazu, Pinochet Boy y Ciudad berraca, además del libro de crónicas Tropitambo y los cuentos de Palo blanco.

Actualmente, es reportero de la cadena de diarios La Estrella y profesor de la cátedra de periodismo narrativo en su alma mater, la Universidad Católica del Norte.

 

«Iconoclastas», de Francisca Palma (Editorial Navaja, 2024)

 

 

 

Rodrigo Ramos Bañados

 

 

Imagen destacada: Francisca Palma.