A pesar de que la ópera prima del juez chileno Rodrigo Téllez Lúgaro trabaja con la forma y el lenguaje judicial, la novela está lejos de tornarse densa, y por el contrario su desarrollo muy ágil en su narración e invita a seguir leyendo sus páginas hasta el final.
Por Juan Ignacio Colil
Publicado el 20.6.2022
Juro decir la verdad (2022) publicado por Glück Libros y Das Kapital Ediciones, es la primera obra de Rodrigo Téllez Lúgaro (Antofagasta, 1972).
Es una novela que se desarrolla en el ambiente judicial, su título es la fórmula con que comienza cada capítulo que, a su vez, corresponde a cada una de las declaraciones de Juan Andrés Guerra Munizaga, consejero técnico suplente de un tribunal de familia, quien es sometido a un sumario administrativo.
Un largo proceso, que ya de entrada es algo kafkiano. Esta fórmula, «juro decir la verdad» me hizo recordar a la famosa «Sostiene Pereira» que utilizaba Antonio Tabucchi en su novela homónima.
La novela está organizada en dos partes. La primera corresponde a las declaraciones que Guerra realiza en el sumario y una segunda parte final es una larga carta de éste dirigida a la magistrada Bulnes.
A través de sus declaraciones iremos conociendo la historia de la niña Valentina Vargas, que supuestamente ha sido abusada por su padrastro. La magistrada del tribunal, María Esperanza Bulnes Rossi, es quien lleva a cabo la investigación poniendo en acción su experiencia y conocimientos.
En la medida que asistimos a las sucesivas declaraciones del funcionario Guerra, iremos conociendo la trama y a los demás personajes: el padrastro Goritti, la madre Eunice Vargas, la madrina Irma Valenzuela, los hermanos Gutiérrez Fonseca, el inspector Cabrales.
La acción se desarrolla en Santiago, unas calles en Pudahuel, algunas calles céntricas, una fuente de soda en Diez de Julio, un viaje a Parral, y también el ambiente encerrado del tribunal con sus oficinas asfixiantes.
La mano de un autor reflexivo
Mediante las declaraciones del consejero iremos conociendo el ambiente que rodea a la niña y también los recovecos del contexto judicial con sus zonas grises y con sus personajes, donde resalta la figura de la magistrada María Esperanza, una mezcla de experiencia, intuición, conocimiento y sabiduría, quien de vez en cuando lanza sus sentencias profundas que van más allá del caso en cuestión, cito como ejemplo:
«Ponga ojo, Guerra, este es el verdadero trabajo, esta es la artesanía miserable que debemos efectuar. Sepa que acá es donde se muestra si somos buenos o no para cumplir nuestro llamado. Es bien triste la práctica que abrazamos, y por eso no es trabajo para espíritus frágiles. Acá hay que aprender a negociar con la pobreza y arar con los bueyes que te dan» (p. 77), reflexiona la jueza.
Asimismo: «Usted me advirtió que las cosas y las personas nos dividen, pero creo saber ahora que la única forma de ser completamente uno mismo es reconocer que desde que empezamos a tener conciencia lo único que hacemos es perder» (p. 227), complementa la magistrada Bulnes.
La relación entre el funcionario y la magistrada es muy interesante, por la personalidad de cada uno, por la forma de enfrentar los hechos. Con el correr de las páginas uno va comprendiendo a ambos y la extraña complicidad que se va generando al calor de los hechos y en la defensa de la niña Valentina que se torna en su principal objetivo.
Una complicidad en la que nunca son iguales, pues siempre existe entre ellos la diferencia establecida por la jerarquía y la experiencia.
A pesar de que la novela trabaja con la forma y el lenguaje judicial no se torna densa, por el contrario, es muy ágil en la narración e invita a seguir leyendo. Uno entiende que así como la literatura tiene un lenguaje que corre por abajo y que es el cual le da sustento a la historia, en el mundo judicial también hay una corriente subterránea donde cada palabra pesa y es deber del lector sacarla a la luz.
Juro decir la verdad es una novela que va más allá de los hechos que se presentan, pues tanto Guerra como la magistrada, van enfrentando sus propios fantasmas, sus historias, sus expectativas. Supongo que el apellido Guerra del funcionario y el nombre María Esperanza de la jueza no son simples casualidades, sino pistas para el lector que Rodrigo Téllez deja en el camino.
Espero que muchos lectores puedan conocer Juro decir la verdad, una novela sin triquiñuelas ni aspavientos, en la cual se nota la mano de un autor reflexivo.
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Juan Ignacio Colil (1966) es un escritor chileno autor, entre otras, de las novelas Un abismo sin música ni luz (Lom Ediciones, 2019), y El reparto del olvido (Lom Ediciones, 2017).
Asimismo, por el volumen Espejismo cruel (Editorial Los Perros Románticos, 2021) fue galardonado con el prestigioso Premio Pedro de Oña versión de 2018, que entrega cada temporada la prestigiosa Corporación Letras de Chile.
Imagen destacada: Rodrigo Téllez.