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[Crítica] «La casa escrita»: Testigo ocular y carnal de su época

Edmundo Moure Rojas es un cronista de tomo y lomo, un autor capaz de resucitar y de entregar vida a muchos narradores y poetas olvidados o bien ya difuntos, que duermen el sueño eterno, pero los cuales están vinculados de una forma u otra a este, su refugio de calle Almirante Simpson 7.

Por Miguel de Loyola

Publicado el 15.8.2024

El primer acierto de este nuevo libro de Edmundo Moure (1941) es su título: La casa escrita. No hay duda de que el vocablo «casa» es una palabra convocante, invita, evoca, genera expectación. Conduce a quien la oye invariablemente a la idea de hogar, de espacio íntimo, cerrado y compacto.

Muchos han intitulado sus libros usando este vocablo, sin que el lector se confunda. La casa si bien tiene un significado universal, conserva siempre su sello propio, individual, único e irrepetible, lleva al lector a la suya propia.

De curiosidad repasemos algunos títulos donde aparece, partiendo por obras nacionales: La casa de los espíritus (Isabel Allende), Casa de campo (José Donoso), Casa grande (Orrego Luco), La voz de la casa (Edmundo Moure), o las escritas en otros lugares del mundo.

«Casa tomada», inolvidable cuento de julio Cortázar, La casa del aliento (la cual recuerda muy bien nuestro cronista), La casa de Bernarda alba, La casa de hojas ( Mark. Z. Danielewski), Casa de verano con piscina (Herman Koch), La casa del silencio (Orhan Pamuk), La casa de la mezquita (Kader Abdolah), Siete casas vacías (Samanta Schweblin), La casa (Frank Peretti), La casa de las bellas durmientes (Yasunari Kawabata), y La casa de mi padre (Jaime Izquierdo).

Seguimos: Todo queda en una casa (Alice Munro), La casa de los nombres (Colm Tolbin), La caída de la casa de Husher ( Poe), La casa de las sombras (Adam Nevill), La casa infernal (Richard Matheson), La casa de hades (Rick Kiordan), etcétera.

En fin, como se puede apreciar, el registro es amplio y da para mucho, y aún así no se confunden, gracias al adjetivo que siempre la acompañan.

 

Edmundo Moure Rojas, el memorioso

Edmundo Moure es un cronista de tomo y lomo, testigo ocular y carnal de su época, capaz de resucitar y dar vida a muchos escritores y poetas olvidados o bien ya difuntos, durmiendo el sueño eterno, pero vinculados de una forma u otra a esta, su casa escrita, sita en Almirante Simpson 7.

Un espacio que hoy nos cobija con el mismo espíritu amistoso y envolvente de los momentos recordados en estas páginas. Cabe destacar que con este trabajo y muchos otros pergeñados por su pluma, Edmundo Moure ha cumplido de sobra con la máxima de Albert Camus referida la condición principal del escritor: ser testigo veraz de su tiempo. Sus crónicas recrean vidas y obras, espacio y tiempo.

Es sin duda un memorioso, al punto de recordar detalles y secretos, capaz de retener gestos, acciones y palabras de amigos o conocidos del mundo de las letras. Su prodigiosa memoria nos recuerda el cuento de Borges: «Funes el memorioso», quien nada olvida, quien todo lo recuerda. Cabe preguntarse de dónde extrae su cosecha, o dónde compra esos rollos de celuloide para almacenar sus recuerdos. O bien, como dice aquel dicho sabio, lo que no sabe lo inventa.

En su libro alude a una centena de personajes conocidos gracias a la mediación de esta casa. Un espacio que ahora nomina con tanto acierto: La casa escrita. Dando entender que sus paredes no están hechas de ladrillos ni de argamasa, sino de palabras y frases, palabras acumuladas en sus muros y techos, palabras apiladas unas sobre otras durante cerca de un siglo de existencia.

Así, Edmundo Moure en su libro las pone al corriente, las descifra e interpreta ante los ojos del lector como en un telón cinematográfico. Descubre rostros y emociones, enseñando como un viejo maestro de escuela su significado en el tiempo, en ese enemigo que al decir de R.L. Stevenson, mata huyendo.

Por esta casa merodean esos seres que el cronista recuerda entre vivos y muertos: Carlos Mellado, Walter Garib Chomalí, Mario Ferrero, Poli Délano, Alfonso Calderón, Juan Antonio Massone, Filebo, Edmundo Herrera, Virginia Vidal, Teresa Hamel, Isabel Velasco, Carmen Berenguer, la Colorina y tantos más.

Todos y todas urdiendo historias, escribiendo, comentando cuentos y novelas, tejiendo la estructura elemental de algún poema, una crónica, un ensayo, un panegírico, dejando impresas sus huellas en palabras eternas.

Sin duda, La casa escrita revela también la personalidad diletante del cronista, cuya pasión por las letras no lo abandona ni en los momentos más difíciles vividos en esta casa, a oscuras y en tinieblas durante la larga «noche de piedra». Es un escritor, un aventurero como tantos otros, enamorado de las letras.

 

 

 

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Miguel de Loyola (1957) es profesor y magíster en literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Colaborador de portales literarios en internet, miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile, director de la corporación Letras de Chile, editor de la página web Letrasdechile.cl., y secretario de redacción de la revista Proa.

 

«La casa escrita» (Unión del Sur Editores, 2024)

 

 

 

Miguel de Loyola

 

 

Imagen destacada: Edmundo Moure Rojas.

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