La última novela de la narradora viñamarina —nieta del recordado poeta y Premio Nacional de Literatura Juan Guzmán Cruchaga— es una muestra de un trabajo prolijo, con una delicada prosa, donde no se han dejado detalles sueltos, y en el cual la fuerza de la historia conquista al lector desde las primeras páginas.
Por Martín Parra Olave
Publicado el 7.6.2021
El detective Cancino emprende una nueva aventura en La conjura de los neuróticos obsesivos (Espora Ediciones/Rhinoceros, 2021) para descubrir a los criminales que viajan por distintas dimensiones matando a los siquiatras que entorpecen la “perfección espiritual de sus pacientes; interrumpen el proceso de purga; embotan sus exigencias personales y provocan un ejército de zombies inútiles, que no pueden resaltar, porque dejan de ser ellos mismos”.
Sin embargo, en esta odisea, Cancino ya no está sólo, sino que se suma la sagaz Ester Molina, cuyo punto de partida de los acontecimientos que se narran e investigan, son las trágicas muertes de los padres de Luis Echaurren Brito.
Luego del excelente trabajo realizado en su novela anterior Juego de villanos, la escritora chilena Julia Guzmán Watine (Viña del Mar, 1975) se atreve con una narración bastante más compleja, donde a través de la desestructuración del clásico modelo narrativo para una novela de detectives, nos adentra en el mundo de los neuróticos obsesivos, esos enfermos cuyas preocupaciones son los pensamientos que en realidad no les interesan, pero cuya ansiedad los invade de forma permanente.
Frente a esto, los siquiatras les recetan pastillas que los mantengan controlados. Sin embargo, esta situación es un problema gatillante y una chispa en la novela de Guzmán, pues al ser medicados, a los neuróticos obsesivos les impiden hacer su trabajo, esto es: ser “los responsables del bienestar del mundo… si toman los remedios alguien morirá o habrá un terremoto”, y para evitar que esto suceda hay que eliminar a los siquiatras.
Un mundo de preguntas trascendentales
Sin embargo, el texto no se resume a encontrar culpables y asesinos, sino que además y de manera bastante sutil, la narración nos revela personajes que de una u otra forma se van enfrentando a sí mismos.
Vidas que se sitúan en medio de relaciones algo tormentosas, o que sencillamente no han encontrado una satisfacción plena con la vida que llevan. La idea de las dimensiones paralelas para buscar la mejor versión de uno mismo es una formidable representación de la existencia humana y ese permanente esfuerzo de transformarse en algo mejor:
“Se acercan a la perfección, a la naturaleza intrínsecamente humana y auténtica; se aproximan al sufrimiento prehistórico del sapiens enfrentado a sí mismo y a la inmensidad”.
¿Acaso eliminar a sus propios antagonistas no es sacarse de encima los horrores con los que debemos cargar? ¿Cuál es nuestra mejor versión, la de hace diez o veinte años atrás?
¿Qué nos hace pensar que eliminando a nuestras peores versiones podamos vivir mejor? ¿Basta con el deseo de deshacerse de una parte de uno?
Los investigadores privados de Julia Guzmán Watine, Ester Molina y Miguel Cancino, no solamente nos llevan a indagar por los responsables de una muerte, sino que más bien nos sumergen en un mundo de preguntas trascendentales, donde la vida y las relaciones humanas son una permanente encrucijada que debemos ir resolviendo.
En definitiva, la última novela de Guzmán es una muestra de un trabajo prolijo, con una delicada prosa, donde no se han dejado detalles sueltos, y en el cual la fuerza de la historia conquista al lector desde las primeras páginas.
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Martín Parra Olave es licenciado en gobierno y gestión pública de la Universidad de Chile y magíster en letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Imagen destacada: Julia Guzmán Watine.