[Crítica] «La insurrección de la palabra»: El mejor y más arriesgado libro de Víctor Ilich

En este poemario, nuestras vidas —parece decirnos el autor y juez chileno— ya no pueden constituir una narración ordenada desde el comienzo hasta la muerte, sino que conforman una irrupción de flechazos que surgen desde la instantaneidad de un texto sin ilación, pero donde se plasma una de las mayores virtudes estéticas de un artefacto lírico: intentar ir a lo fundamental o a lo más urgente que nos aqueja.

Por Thomas Harris

Publicado el 16.6.2023

«Si el arte es una necesidad, / estos versos son unos mendrugos sobre tu mesa».
Víctor Ilich

El asunto en este poemario de Víctor Ilich es resituar la palabra en un plano «insurrecto», pero que, paradójicamente, vaya más allá de la insurrección propia del discurso, del texto, y dé una vuelta sobre ciertas aparentes condiciones de la palabra poética, me refiero a su ya probada, Lihn dixit, imposibilidad de actuar sobre el «estado de cosas», ni siquiera el de la palabra misma.

Pero la poesía de Víctir Ilich insiste, desde una perspectiva cercana a la de ciertos escritores «moralistas», pienso en Chamfort, en Lichtenberg, en Cioran, cada uno con su propio dictum, pero con esa actitud de indignación más vital que ideológica, la indignación del Yo más que del Sistema, que nunca abandonan los poetas y filósofos que realmente nos «comunican»: mantenernos por lo menos con un pie en la tierra, atentos, sin perder la capacidad de indignarnos —como se pide no perder la capacidad de asombrarnos— frente a los «males del mundo moderno», como titulaba Parra un antipoema muy precursor de todos nosotros y de todo esto, allá por la década del 50.

Así como Parra eligió, en su época, de entre las poéticas, una forma paradójica para dar cuenta de los males del mundo moderno, Víctor Ilich escoge la suya propia, para dar cuenta de los males del mundo, —su— posmoderno, si lo hay, o de una modernidad intensificada donde ocurren cada vez más cosas, que no enumeraré por sabidas, pero que de muchas de ellas encontramos en cada fragmento de La insurrección de la palabra: y esta es la del fragmento.

 

Un fresco escritural trizado

La escritura fragmentaria es la propia de un fresco escritural trizado, resquebrajado, escombrado, son apenas escorzos, apuntes, «iluminaciones», va, en el caso de este poemario o fragmentarium, más allá del llamado poema breve o epigramático, que fue el caballito de batalla, el pony, como lo llamó Gonzalo Millán dándole un golpe de gracia, de la generación de poetas del 60: el mismo Millán, Floridor Pérez, Manuel Silva Acevedo.

Más allá o más acá, puesto que si sacásemos los títulos a los textos, o solo tituláramos algunos, tendríamos una sumatoria de escombros textuales, de una forma que se ha ido imponiendo más que por estética por necesidad del contexto: a un panorama reducido a escombros humanos y morales, se le corresponde una escritura símil.

En cambio, a un mundo en derruición, que es imposible asir desde el todo, ya que no tiene todo, solo es capaz de confrontarlo y espejearlo trizado esta forma que, en el momento en que su yo se enardece y quiere estar cada vez más distante del prepotente sistema, han utilizado escritores cuyo pasión y tragedia es el hoy, pero con el germen del futuro ya en sí, como Jean Baudrillard en sus Cool Memories o Ryszard Kapuscinski en un inesperado Lapidarium IV, donde fragmenta su experiencia periodística con el otro.

Así es como nuestros relatos, nuestras vidas, parece decirnos Víctor Ilich, ya no pueden constituir una narración ordenada desde el comienzo a la muerte, sino una irrupción de flashchazos/flechazos que surgen desde la instantaneidad del texto sin ilación.

Esto hace de La insurrección de la palabra, a mi juicio, el mejor y más arriesgado de los poemarios de Víctor Iluch, además del que de tanto intentar ir a lo fundamental o a lo más urgente que nos aqueja, logra su mejor momento en la plasmación de la palabra poética.

 

Poesía aforística que brilla

Bueno, y es tal lo que el mismo Víctor nos propone como su infratexto: la única corrección posible de los males del mundo posmoderno radica en una actitud escritural, creo leer, cuya moral se vacíe en las fuentes de la utopía. No es la función de la palabra poética, dirán algunos. La palabra utopía ya perdió sus fueros, se mesarán otros los cabellos de Gorgo; otros fruncirán el ceño entre complacidos y escépticos, entre los últimos me sumaría yo.

Pero queda un resultado que va más allá de la función fáctica del discurso de este libro, para decirlo como lo expresarían los lingüistas: queda su función poética, es decir, una materialidad estupenda, donde, salvo algunos momentos que denotan demasiada confianza para mi gusto de perro viejo y de impenitente admirador de E. Cioran, brillan momentos de la mejor poesía aforística que he leído en los últimos años.

Y con eso el libro o sus textos que lo conforman se suman a ese universo de partículas errantes que, al decir de Octavio Paz, solo se definen frente a otras partículas. El vasto tejido de relaciones de nuestra realidad y tiempo agonísticos.

Ahora bien, si aparecen, como decía, por aquí y por allá, algunos sedimentos de optimismo, Víctor es joven y me gusta ese gesto de sumar a la rabia el vislumbre de una salida. Tal vez una broma personal: la fe es lo último que se pierde, hasta que un físico cuántico dé con la certeza de que existe Dios con una fórmula matemática.

Mientras tanto, aún la fe es un valor o un relato propio del hombre, hasta del más escéptico, como el que escribe estas líneas y saluda esta belleza que une los residuos de una mirada que se yuxtapone y expande como un collage en movimiento, y su fina ironía, que quiero dejar explicitada en el epígrafe que antecede a este prólogo.

 

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Tomás Harris Espinoza (La Serena, 1956) es profesor de castellano y magíster en literaturas hispánicas de la Universidad de Concepción. Como poeta, en 1992, recibió el Premio Municipal de Poesía de Santiago por su libro Cipango y en 1996 el Premio Casa de las Américas, por su obra Crónicas maravillosas.

 

«La insurrección de la palabra», de Víctor Ilich (Hebel Ediciones, 2021)

 

 

 

Thomas Harris

 

Imagen destacada: Víctor Ilich.