Con una prosa ágil, trepidante y contundente, esta nueva novela del autor nacional Roberto Rivera explora los subterfugios de la naturaleza humana, el desgarro de las pasiones y la frialdad de un mundo que comulga con la mentira, los secretos y los autoengaños.
Por Omar Pérez Santiago
Publicado el 16.10.2023
Desde joven, desde la Pradera ortopédica de 1986, el escritor Roberto Rivera Vicencio (Santiago, 1950) ha escrito con un estilo rápido y agudo y una irónica fluidez expresiva.
Su nueva novela La mano está escrita en primera persona, en dieciocho capítulos.
En los hechos, yo la leo como dos novelas cortas interpoladas o superpuestas.
Uno, trío amoroso
Los primeros ocho capítulos trata sobre un trío amoroso de Tomás con Paula, «la mujer del amigo», Alfredo. Lo reitera: «El inmenso y confuso placer que provoca cogerse a la mujer del amigo». O: «el arte de amar a la mujer del prójimo».
Así, la historia de Tomás, Paula y Alfredo, comienza en los años 80, cuando eran partidarios del izquierdista MDP, el Movimiento Democrático Popular.
El trío amoroso tuvo también un encuentro en Buenos Aires, en el hotel Dazller de Recoleta. Creían que allí serían felices. Pero, allí llegó también Alfredo a aguarles la fiesta.
Tríos amorosos existen en la literatura desde siempre, como Anna, Karenin y Vronsky, en Anna Karenina de Tolstoi. Ella se tira al final debajo del tren.
Tomás y Paula permanecen abotonados. Abotonamiento se llama cuando los perros quedan pegados en el apareamiento. El bulbo peneano no se relaja y el perro no puede separarse de la hembra.
Es la vida de Tomás como celoso y acalorado amante de Paula, «la mujer del amigo». Abotonamiento con «la mujer del amigo». Pegados, con la mujer del amigo. Tomás se divierte un poco o sufre un poco. Un poco, solamente. Un bajo y controlado morbo con la «mujer del amigo».
Quizá lo más novelesco es una idea rígida que acosa a Tomás. Es la obsesión o histeria del amante apremiado, una grave derrota. Su inquietud es que el cerebro de Paula no lo confunda con su marido mientras fornican: «la volteé poniéndola abajo y le di duro, muy duro»:
—Llámame por mi nombre, le dije.
—Tomás, dijo Paula.
—Repítelo.
—Tomás.
Al fin, Paula no se tira debajo del tren como Anna Karenina. Esto es sin tragedia. Es un trío amoroso de baja intensidad.
Dos, el arribista santiaguino
Los capítulos siguientes es la creación de Tomás, el arribista, regente o mesías de una oficina de lobby. Hace 50 años Tomás era un joven allendista y un cubanista del patria o muerte. Hoy, de profesión lobista.
No ha creado ni una app web, ni un videojuego.
No es lo suyo crear.
El clientelismo político es lo suyo. Licuar activos, etcétera. No hay mayor secreto, ni spoiler. Ya lo sabemos. Roberto Rivera ha creado a Tomás, un arribista santiaguino engreído, mirador en menos, sangripesado y fastidioso.
Así, el antepasado de Tomás nació cuando Pedro de Valdivia fundó Santiago. Le envió cartas aduladoras al rey Carlos V. Pero la corona española, lejana e ingrata, no le dio títulos nobiliarios. Así, los santiaguinos se inventan ancestros ilustres, chapuceros pasados de supuesto prestigio, falsos blasones e ilusorios orígenes señoriales.
En su hipocampo, el escritor Roberto Rivera ha creado a Tomás, un presuntuoso administrador de Proyecta Comunicaciones Estratégicas, oficina donde recolecta información para apuntalar la imagen pública de empresarios.
Lo más parecido a una agencia privada de inteligencia, hábiles en compartimentar, crear perfiles, espiar la vida de los adversarios, crear paparruchas, etcétera.
Nada nuevo.
Tomás ostenta comer y beber en buenos restaurantes: Café Marriot de avenida Kennedy, Squadritto de calle Rosal, Hyatt de Kennedy, el vasco Pinpilinpausha de Isidora Goyenechea.
Tomás tiene algo que le da fuerza, no se victimiza.
Los huevones son siempre los otros.
Tomás no es míster simpatía. Tal vez el personaje está dibujado de manera demasiado directa y sin humor para generar la simpatía que sentimos a veces por los huevones pesados.
Por eso quizá, Tomás no es novelístico. Tomás nunca sangra hiel. Está encantado con su vida, flanear por bares caros y envidiar a los que tienen su casona con parque en Camino del Alba. Es un animador de cenas caras, donde se disuelve el poder real.
Al arribismo izquierdista ya se bautizó en Barcelona de los años 60 (en francés para más ironía), como la Gauche Divine. Esa izquierda caviar de la discoteca Bocaccio era linda, era artística y era joven.
Tomás (ex izquierdista chileno de erizos y chardonnay o de palta reina con camarones) eligió la mediocridad.
Hace muchos, muchos años, Jean Baudrillard en su libro La izquierda divina sostuvo que había llegado el fin de la representación. Lo esencial ya no era ser representativo, sino conectar. Había llegado la era de la simulación, del evento, del escaparate, y de las redes donde se tejía la corrupción.
Pasaron los años y llegamos al final del ciclo.
Tomás ya no significa nada. No tiene dientes. Es la historia de un pobre diablo.
Realismo costumbrista
Al fin, la creación de Roberto Rivera tiene su base neuronal en el realismo chileno costumbrista, como la mayoría de las novelas nacionales.
Codificadas en el realismo nacido en el siglo XIX en una casona en la vereda sur de La Alameda de Las Delicias, casona de adobe, paja y teja, cubierta con una capa de yeso y columnas falsas; ilusorias igual que las cariátides y otros adornillos.
Una casa donde todo era falso: las habitaciones eran de tabique de madera, adobillo y estucado de yeso o lodo. Por eso, la falsa casona estaba llenos de parásitos gorditos, bien alimentados: chinches, piojos y pulgas. Allí, en el hipocampo del cerebro de Alberto Blest Gana nació el realismo literario chileno de adobe y paja, con su Martín Rivas.
(De eso ya escribió Oscar Barrientos Badresic: «El Martinrivismo: sujeto orgánico del arribismo nacional»).
La mayoría de los novelistas chilenos copian por imitación el código neuronal de realismo costumbrista. Tal como las novelas de los años 90 del siglo XX, de la llamada Nueva Narrativa Chilena o los «escritores de la indiferencia» (Carlos Franz, Gonzalo Contreras), o como lo son la mayoría de los libros de los «escritores del año del perro» (Alejandro Zambra, Nona Fernández).
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Omar Pérez Santiago es un escritor y cronista chileno que egresó de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de Chile, y el cual luego estudió historia económica en la Universidad de Lund (Suecia).
Sus últimos libros publicados son: Julia, la belleza y el sentido de la vida (novela), El pezón de Sei Shonagon (novela), Caricias, poemas de amor de Michael Strunge (traducción), Allende, el retorno (novela), Introducción para inquietos, de Tomas Tranströmer (traducción, 2011), Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte (cuentos, 2011), Breve historia del cómic en Chile (2007) y Escritores de la guerra. Vigencia de una generación de narradores chilenos (ensayo, 2007).
Imagen destacada: Roberto Rivera Vicencio.