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[Crítica] «La niña callada»: Un universo de sensibilidades contenidas

El debut cinematográfico del realizador irlandés Colm Bairéad es una obra audiovisual delicada y sincera sobre los sufrimientos y devenires de las personas que padecen a causa de la complejidad de sus emociones, pero donde el mismo afecto humano termina rescatándolos del encierro en el cual cayeron en un principio.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 10.4.2024

El año 2023, los premios Oscar tuvieron entre sus nominados una cinta irlandesa en la categoría a mejor película extranjera: La niña callada (The Quiet Girl, 2022) del director celta Colm Bairéad (1981).

Si bien la película no obtuvo el galardón al que fue nominada —se lo llevó el largometraje de producción alemana Sin novedad en el frente—, competir en tal instancia fue el gran corolario para este pequeño drama, en baja frecuencia, que se paseó en los principales festivales europeos, cautivando por la sencillez y la fuerza interior que emanaba de sus imágenes.

Cáit (Catherine Clinch) es una chica de trece años, quien vive en una numerosa y pobre familia, en la Irlanda rural de 1981. Ella parece no encajar en la escuela ni en su casa. Sus padres deciden que la niña fuera a vivir con unos familiares lejanos, una pareja ya mayor: Eibhlín (Carrie Crowley) y Seán (Andrew Bennett).

Ellos viven solos y manejan una granja. Cáit literalmente llega con lo puesto y debe adaptarse a su nueva realidad. La soledad y el silencio que rodean a Cáit, poco a poco comienza a ceder en la medida que van aflorando los vínculos del veterano matrimonio con ella. Especialmente Seán, que es el más reacio a la nueva integrante de la finca.

La historia está hablada completamente en gaélico irlandés, por lo que se siente aún más distante lo que ocurre con Cáit. Además, la narración es escasa en información. Las imágenes son bastante realistas, llegando en algunos momentos a convertirse en bellos cuadros interiores, acercándose al naturalismo.

Así, se imprime un ritmo pausado donde los detalles son importantes para ir entendiendo una historia de dolor que se filtra en el tono silencioso de los personajes.

 

Un ambiente casi atemporal

En este carácter contemplativo que tiene la película, aparecen los asuntos que parecen importar a su director, Colm Bairéad: la familia, la paternidad, la pérdida y el amor filial. Cada plano es aprovechado al máximo para ir registrando como se desarrollan las relaciones entre la chica y su nueva familia adoptiva.

Así, ese silencio opresivo que se percibe en la atmósfera, no solo por ella sino también por Seán, se va abriendo espacio en este ambiente casi atemporal en el que está enmarcada la cinta. Solo unos pocos detalles evidencian un momento más contemporáneo, sino la historia podría entenderse perfectamente en los años 30, 40 o 50 del siglo pasado.

El verde del campo que rodea parte de las acciones da el tono para entender a estos personajes rudos, parcos en emociones, que chocan con esta pequeña muchacha, tranquila, reservada y silenciosa, de mirada apacible y rostro blanco, muy blanco, que parece una porcelana a punto de quebrarse.

No obstante, en los pequeños gestos diarios, ella va conectándose con la pareja y otras personas en este nuevo mundo, es decir, comienza a vivir. Reflejo de esto, es el ejercicio que comienza a hacer con Seán donde ella corre ida y vuelta hacia el buzón que está en la entrada de un camino.

Esa dinámica que comienza a darse, única instancia en que el relato sale de su modo lánguido, se convierte a la larga en la clave del cambio en la relación entre Cáit y Seán.

La cinta tiene un título similar a una mítica obra de John Ford ambientada en la Irlanda rural: The Quiet Man (1952). Aunque la similitud queda solo en el bautizo nominal pues la realización del director norteamericano se centra en el amor y en la amistad que encuentra un hombre que vuelve a su tierra natal en busca de paz.

El debut cinematográfico del realizador Colm Bairéad es una obra delicada y sincera sobre los sufrimientos y devenires de las personas que padecen por su sensibilidad, pero donde el mismo afecto humano termina rescatándolos del ensimismamiento en el cual caen.

Y pese al ritmo reposado, la falta de ruido y la sensación de estancamiento en el tiempo del relato, la realización captura el interés de los espectadores de manera notable en pequeños elementos que construyen este mundo que, en el verdor de sus parajes, esconde un universo de sensibilidades contenidas.

 

 

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó también el libro Versos y yerros (Ediciones Luna de Sangre, 2016).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: La niña callada (2022).

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