[Crítica] «La semilla del fruto sagrado»: El audiovisual iraní que escapa de la censura

El filme del realizador persa Mohammad Rasoulof —exiliado desde mayo de 2024 en Alemania—, un largometraje de ficción que corresponde a un retrato sobre la rebelión de las mujeres en su país y la forma en la cual las dictaduras se mantienen en el poder, gracias a su afianzamiento clientelar entre los funcionarios de gobierno, fue uno de los grandes estrenos que tuvo el reciente Festival de Cine Las Condes 2025.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 16.1.2025

Una de las grandes presentaciones del Festival de Cine de Las Condes de este mes de enero, fue el largometraje La semilla del fruto sagrado (The Seed of the Sacred Fig, 2024), una obra del director iraní Mohammad Rasoulof (1972).

Se trata de un cineasta poco difundido en este lugar del planeta, pero es un asiduo participante de los certámenes europeos de mayor prestigio. También, Rosoulof ha sido uno de los artistas más importantes que ha sufrido la cárcel en su país natal, debido a que los tribunales han percibido ideas en sus largometrajes que estarían en contra del régimen teocrático que gobierna Teherán.

Así, el filme La semilla… se hace cargo de las protestas que hubo contra el gobierno iraní hace algunos años por el uso obligatorio de la hiyab, el velo que cubre parte de la cabeza y el cabello de las mujeres en los países de confesión islámica.

En este contexto, Iman (Missagh Zareh) es un juez de instrucción que es ascendido a la corte superior de Teherán. El magistrado vive con su familia compuesta por su esposa Najmeh (Soheila Golestani), la cual se dedica cien por ciento a los quehaceres del hogar, a su esposo, y a las dos hijas que engendró el matrimonio: Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki).

La primera está en la universidad de la capital y la segunda, en los últimos años de la secundaria. Ambas están muy conectadas con lo que ocurre en el territorio nacional, gracias a las redes sociales. Además, ellas son parte de la juventud cuestionadora del discurso oficial que transmiten a diario en la televisión. Una retórica que sus padres defienden con fuerza.

En este cerrado círculo familiar, entrarán con fuerza los acuciantes problemas sociales que sacuden al país.

Primero por una amiga de Rezvan que es herida en las protestas y luego, por la pérdida de un arma de fuego propiedad de Iman, un hecho que quiebra la armonía familiar, pues éste cree que una de sus propias hijas fue quien se la robó.

 

La crisis de un orden patriarcal

La inteligencia dramática de la historia se percibe en la forma en la cual los conflictos van haciendo mella en el núcleo familiar y cómo los personajes mutan a medida que la crisis escala día a día.

En un primer momento, se exhiben las relaciones dentro del hogar con los roles de padre, madre e hijas. Iman es presentado como un hombre íntegro dentro de su trabajo, que tiene sus reparos a la nueva función en la que ha sido impuesto, porque en su nuevo cargo las sentencias judiciales están hechas de antemano y él solo debe ratificar con una firma.

Asimismo, en su nueva jerarquía es observado de manera más rigurosa por las autoridades políticas y religiosas, y cualquier paso en falso tanto suyo o de su familia, lo pueden sentar en el banquillo de los acusados.

Najmeh es presentada como una mujer totalmente servicial a su marido, en cualquier momento del día o de la noche, siendo el soporte moral de su esposo cuando este flaquea. Ella es la representación de la sumisión, el cual es el estado que se espera acerca del rol de las mujeres en esta sociedad.

La situación cambia debido a incidentes fuera y dentro de la casa. Así también se ve que la férrea obediencia de Najmeh se resquebraja cada día. De esta misma manera, Iman y sus dudas ético-morales desaparecen para convertirse en un funcionario inflexible y despiadado con los suyos.

Lo enorme de la historia audiovisual es que la representación familiar funciona como una metonimia de la lucha callejera. Por un lado, en el clan filial es posible reconocer la estructura patriarcal teocrática arraigada en la sociedad iraní.

Y por otro lado, cuando los conflictos surgen al interior de la casa, la lucha de Iman contra Najmeh y sus hijas, es idéntica a la que libra durante ese momento el Estado iraní en contra de las mujeres y de su consigna frente al uso obligatorio de la hiyab.

El conflicto generacional es evidente. La mujer sumisa que obedece ciegamente, es difícil de sostener en un mundo tan conectado digitalmente. La mordaza informativa que despliega el régimen, no sirve con la conexión globalizada e instantánea que poseen las nuevas generaciones a través de las redes sociales.

De esta forma, el gobierno solo funciona sobre la base de la obediencia ciega. Y cuando su poder es cuestionado, la violencia y la subyugación se transforman en la norma. Esto es patente en el actuar de Iman tanto en el trabajo como en su vida íntima.

La película es la muestra de que un orden patriarcal, el cual es la base del régimen teocrático iraní, está en crisis. Y que solo se puede sostener desde el despliegue del terror represivo. El filme es bastante dúctil pues lo que empieza como un drama familiar y social, se transforma luego en un thriller que mantiene la atención de los espectadores hasta su final.

Con todo, la filmación misma de esta realización audiovisual contiene los problemas cotidianos que ha vivido Mohammad Rasoulof en Irán. La semilla del fruto sagrado fue registrada en clandestinidad, por lo que corrió enormes riesgos para terminarla. La razón es que el cineasta tenía prohibición de grabar producciones de este tipo.

En efecto, los problemas legales no son nuevos en la vida de Rasoulof, puesto que ha sido sentenciado anteriormente por rodar sin permiso y por difundir propaganda cinematográfica en contra del régimen. Y aun así decidió llevar a cabo este proyecto de ficción audiovisual.

Mohammad Rasoulof parece tener claras sus convicciones. Al final, se entiende que su postura política no es solo un gesto, o pose, sino que se trata de pensados principios éticos y artísticos que se reflejan tanto en la pantalla como fuera de ella.

 

 

 

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó asimismo el libro Versos y yerros (Ediciones Luna de Sangre, 2016).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: La semilla del fruto sagrado (2024).