La última novela de la anónima escritora italiana Elena Ferrante —bautizada con un título más que acertado, el cual constituye una gran evocación del mito que encarnamos seamos o no mediterráneos— es a mi entender una obra literaria sublime, de esas que se disfrutan y te enganchan de principio a fin.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 29.7.2022
«La verdad es difícil, cuando seas mayor lo comprenderás».
Costanza a Giovanna
Pocas plumas son capaces de transmitir con tanta fuerza y autenticidad el potente modo de ser y de sentir de la mujer mediterránea. Elena Ferrante, esa misteriosa escritora —sólo sus editores saben de su identidad real y a pesar de las controversias una cosa parece clara: tras el seudónimo late una mujer mediterránea hasta la médula— y es quizás la que mejor construye estos personajes arquetípicos femeninos.
Su última novela La vida mentirosa de los adultos —qué título más acertado, que gran evocación del mito que encarnamos seamos o no mediterráneos— es a mi entender una obra sublime, de esas que se disfrutan y te engancha de principio a fin.
Ya en su primer párrafo se pone en evidencia su calidad e interés:
«Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea. La frase fue pronunciada en voz baja, en el apartamento que mis padres compraron en cuanto se casaron, en el Rione Alto. Todo se detuvo: los espacios de Nápoles, la luz azul de un febrero gélido, aquellas palabras. Yo, en cambio, quedé a la deriva y sigo ahora a la deriva dentro de estas líneas que quieren darme una historia, y sin embargo no son nada, nada mío, nada que haya empezado de veras o haya llegado a puerto: solo una maraña que nadie, ni siquiera quien escribe en estos momentos, sabe si contiene el hilo preciso de un relato o es simplemente un dolor enredado, sin redención».
Escrita a modo de diario de su joven protagonista nos adentra en los claroscuros de una familia supuestamente ideal que esconde sombras muy alargadas. La seguridad de la preadolescente Giovanna —protegida hija única— se tambalea ese día que el padre —su culto e idolatrado padre— la compara con su tía Vittoria de la que ella nada sabe y quien encarna la sombra del progenitor.
Dos mundos opuestos
Giovanna tiene como familia a Costanza y Mariano una pareja amiga de los padres cuyas hijas Angela e Ida son como hermanas para ella. Y tiene buen recuerdo de los abuelos maternos ya muertos. Pero poco ha tratado con la familia paterna quienes viven en un barrio pobre de la ciudad —en contraste a su Rio Alto, uno de los mejores—, barrio en el que creció el padre y su repudiada hermana Vittoria.
Esa comparación entre hermana e hija despertará la curiosidad de Giovanna quien acabará conociendo a Vittoria y en ese conocer poco a poco descubrirá dolorosas verdades de sus progenitores. Vittoria es una mujer potente y pasional de carácter muy variable cuya vida se truncó al morir el hombre a quien amaba, una muerte que ella entiende causada indirectamente por su hermano.
Giovanna se debatirá entre esos dos mundos tan dispares. Por un lado el «estable» hogar paterno en el que la cultura y el estudio son omnipresentes. Y por el otro el «explosivo» hogar de Vittoria en el cual los sentimientos pasionales lo son todo: el amor, el odio, el sexo… en un universo sustentado en las raíces familiares y la tradición cristiana.
Y conforme se vayan abriendo grietas en sus certezas de infancia, crecerá una adolescente —la obra transcurre desde la preadolescencia a la adolescencia— muy dolida por tantas ambigüedades, por tantas contradicciones y tantas mentiras en ambos frentes de los mundos opuestos.
Es La vida mentirosa de los adultos que Giovanna ya como adolescente —qué bien sabe transmitir Ferrante el sentir ambivalente adolescente— capea cómo puede transitando entre los sentimientos nobles y la más cruel maldad que parece ganar la partida.
Así se siente ella:
«Ya había descubierto que no tenía buen carácter, me salían palabras y actos malvados. Si poseía cualidades, yo misma las reprimía a propósito para no sentirme una patética chica de buena familia. Tenía la impresión de que había encontrado el camino de mi salvación, pero no sabía recorrerlo y quizá no me lo merecía».
En ese creciente rechazo al hogar paterno, Giovanna se decantará cada vez más hacia el mundo de su tía, estableciendo una relación de amistad con sus tres ahijados, especialmente con Giuliana y su magnético novio Roberto.
Una pulsera
En toda esta historia de pasiones a flor de piel, una pulsera será coprotagonista destacada. La joya perteneció a la dura madre de los hermanos enfrentados y fue el regalo de la tía repudiada a su sobrina Giovanna. Pero esa pulsera acabó en la muñeca de otra mujer por expresa voluntad del padre. Y en el transcurso de los años relatados cambiará de portadora en función de los abruptos y viscerales giros de la trama.
Pulsera, palabra cuya etimología latina nos remite al pulso, al latir del corazón humano que en la obra encarnan las mujeres protagonistas: Giovanna, Vittoria, Giuliana y otras féminas con las que están unidas por lazos más o menos potentes.
Y esa pulsera parecerá estar maldita quizás por simbolizar lo peor de la familia paterna, era de la estricta abuela del clan y por esa asociación parece sentirse más que nada como una carga. Así, Giovanna —en uno de los momentos en que la posee— decidirá abandonarla como señal de liberación el día que pierde su virginidad.
Los hombres
La novela retrata un universo de mujeres en el que desfilan hombres en general poco relevantes. Para Giovanna el padre fue —hasta descubrir la mentira que encarnaba— un gran referente, un hombre a admirar. Tras su duro despertar ni el idolatrado padre ni su también culto amigo Mariano son ya vistos con los mismos ojos.
Y los chavales de su entorno son todos unos «salidos» que sólo buscan tener sexo con las chicas. Giovanna siente el natural deseo y también la repulsa que nace del miedo y el asco a lo desconocido e incluso a lo poco conocido gracias a esos torpes machitos.
Le preocupa su aspecto físico y no puede evitar compararse con otras chicas, especialmente con la bella Giuliana:
«Mientras me secaba el pelo frente al espejo me dio por reírme. Mi cara no tenía armonía alguna, exactamente como la de Vittoria. Pero el error radicaba en hacer de ello una tragedia. Bastaba con mirar un solo instante a quien tuviese el privilegio de contar con una cara bonita para descubrir que ocultaba infiernos no distintos de los que dejaban traslucir las caras feas y toscas».
Por todo lo vivenciado Giovanna ha desarrollado una gran capacidad de observación y entendimiento de lo que sucede a su alrededor e incluso en sí misma.
De ahí que se sienta atraída —entre tanto patético pipiolo— por el muy culto y atento novio de Giuliana. Roberto se convierte instantáneamente en el amor prohibido de Giovanna quien saborea los momentos junto a él —en compañía siempre de su amiga— como lo mejor de su vida.
De nuevo ella se debatirá entre la luz y la oscuridad que encarna, entre ser la fiel amiga o ser la «perversa» seductora que siente en sí:
«Era virgen y esa misma noche quería perder la virginidad con la única persona que, gracias a su inmensa autoridad varonil, me había conferido una nueva belleza. Lo consideraba un derecho, de este modo entraría en la edad adulta. Pero mientras bajaba del tren, tuve miedo, no quería hacerme mayor de este modo. La belleza que Roberto me había reconocido se asemejaba demasiado a la de quienes hacen daño a la gente».
No pretendo desvelar cuál es su decisión final al respecto ni cómo acaba esta excelente novela que relata mucho más de lo que aquí se ha esbozado. De verdad, léanla y lo comprobarán.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Anita Raja (la posible Elena Ferrante).