El periodista y académico nortino Rubén Gómez Quezada, escribe para no olvidar y su estrategia narrativa consiste en ejercitar la memoria transitando por rutas antiguas que apacigüen los males que la añoranza produce, y cuando en un solo párrafo cabe el recuerdo de toda una vida.
Por Patricia Bennett Ramírez
Publicado el 30.8.2023
La nostalgia es uno de los sentimientos que la literatura ha registrado desde los tiempos más remotos. Los griegos pensaban que el peor castigo, más que la muerte, era el destierro.
Esa «tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida» es un motor inagotable que ha generado todo tipo de obras y de acciones, tratando de registrar lo que lentamente se desvanece. Es un grito que niega la desaparición de los recuerdos y retiene lo que se va entre los dedos del tiempo.
De esta forma, en Las estaciones del destierro, el periodista y académico nortino Rubén Gómez Quezada (1951), escribe para no olvidar y su estrategia narrativa consiste en ejercitar la memoria transitando por rutas antiguas que apacigüen los males que la nostalgia produce.
Viajes inolvidables van surgiendo mientras cae la nieve en Bélgica y aparece el desierto, la pampa y su niñez entre el chirrido de los trenes. El recuerdo sostiene la vida.
La emoción que respira en el fondo de las palabras
Santiago Brel es el personaje que se sumerge en numerosos viajes interiores donde asoma el terruño y la gente de esos territorios del corazón. Indudablemente, fue todo un desafío juntar tan extensa historia recordada con el enganche narrativo.
La inclusión de las figuras señeras elegidas nos da señales de ir tras los antiguos pasos de quienes forjaron nuestra identidad nortina, pero también parecen representar su invocación para mantener la fuerza y la esperanza.
El dolor está en el punto de partida y de regreso, la nostalgia cubre el territorio de la ausencia y los viajes alimentan el sueño de la: «reconstrucción social que parecía lejana, que se hacía tenue y casi siempre inaccesible. Solo la sostenían los recuerdos fugaces, remembranzas y ayes por la patria distante».
Así, entre los viajes y personajes propuestos, los relatos pampinos arrancan luces propias y sobrecogen por la emoción que respira en el fondo de las palabras.
El regreso a la patria mediante los viajes figurados es un relato fotográfico, icónico, rítmico. Las palabras siguen la sinuosidad del relato y nos sentimos incorporados a el, bajando por los caminos, cerros y pirquenes hechos de palabras que se dejan moldear por el narrador.
Algunas veces el marco de lo relatado se reduce a dos frases, de inicio y término de párrafo. Entre ambas, suele estar, corriendo hermosamente con la prisa del recuerdo, el detalle extenso que caracteriza la narrativa del autor. Es un agrado volar sobre las imágenes de la misteriosa pampa salitrera en la mirada de Rubén Gómez.
Uno de los pasajes notables de concentración del relato desde el imaginario rescatado es un párrafo que hace posible resucitar la oficina Vergara. La voz narrativa sacude el olvido y enciende el recuerdo de los antiguos ramales de trenes que costureaban la pampa, las estaciones, la gente trashumando continuamente, la plaza, la escuela, el teatro.
En solo un párrafo cabe el recuerdo de toda una vida.
Reconstruir los pasos perdidos
La idea de una pampa enorme y agreste se humaniza en un territorio en que la soledad pasa de largo y la vecindad levanta sueños comunes y rebeldías heroicas.
El colmenar de nacionalidades y oficios descritos permite pensar la pampa salitrera como un mundo más complejo y novelesco: los instaladores de durmientes en las vías férreas, los bimotores cazando al vuelo encargos y cartas, y las posadas en que las penas encontraban su sitio, son recordadas como acicate para que la memoria no desmaye.
Darle vida a esa complejidad es un acierto del autor que nos habla de una mirada abarcadora. Más que fotogramas de viajes, nos muestra la vida misma, nos habla de lo que la pampa instaló en su memoria afectiva, aquello que lo salva ahora que la distancia es insalvable.
El siglo XX en el norte chileno se llevó detalles y proezas del esfuerzo humano que era necesario rescatar para darles vida.
Pensar la tierra madre es dotarla de personajes que han puesto luz en estos territorios mágicos. Entre los personajes visitados con la nostalgia creciente, destaco a Paulina Cors Cruzat (1945 – 1999), mujer y poeta que nos trajo la maravilla del asombro y la belleza de su poesía; nos trajo la presencia inmensa de este norte de textura indígena e inteligencia universal. Paulina es una tarea permanente en la reconstrucción de nuestra identidad.
Nuestro siglo y sus impresionantes tecnologías hacen difícil que las nuevas generaciones puedan comprender cabalmente el mundo de sus ancestros pampinos que hoy viven la última generación de esa épica que empezó a fines del siglo XIX.
Por eso, Las estaciones del destierro es un libro fascinante y necesario para continuar engrosando las referencias que permitan reconstruir los pasos perdidos.
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Patricia Bennett Ramírez es escritora, profesora de castellano, normalista y docente universitaria. Exacadémica en las universidades del Norte, José Santos Ossa y Antofagasta.
Integrante de la Academia Chilena de la Lengua, ha pertenecido al Consejo Regional de las Artes, las Culturas y el Patrimonio de Antofagasta, además de participar en la Corporación Linterna de Papel, ha sido autora de ensayos y de columnas de opinión.
El libro Aquí no llueve (Ediciones Huraña, 2019) compila algunos de sus breves escritos publicados en la prensa escrita.
Imagen destacada: Rubén Gómez Quezada.