La última entrega del mítico Steven Spielberg —que compite por siete premios Oscar 2023— es un largometraje de ficción correcto, el cual evita caer en esas espesuras morales de alguno de los filmes más emblemáticos del realizador, pero que es técnica y artísticamente efectivo, y una obra que asimismo afronta la difícil relación que el autor tuvo con sus padres durante su infancia y adolescencia.
Por Cristian Uribe Moreno
Publicado el 8.3.2023
La película de este año de Steven Spielberg, The Fabelmans (2022), es una suerte de autobiografía del afamado director.
Así, la presente obra audiovisual ha estado muy presente en los premios de academias formales como el American Film Institute, el consejo de National Board or Review (NBR), en el Festival de Toronto, los Globos de Oro y ha sido nominada a siete distintas categorías en los Oscar 2023, incluyendo los galardones a la mejor película, mejor director y mejor actriz, entre otros.
Una pequeña muestra de que la buena recepción radica en gran medida en el mundo anglo. Cuestión que se comprende si se habla de Steven Spielberg (1946), uno de los mayores cineastas del circuito mainstream de la industria cinematográfica.
Y es que Spielberg, quizás el realizador más taquillero de la historia del cine, quien no ha perdido vigencia en alrededor de las cinco décadas a través de las cuales se ha extendido su carrera.
En este caso, The Fabelmans es un filme que se asocia a un conjunto de realizaciones del afamado director que se podrían llamar más dramáticas. Películas un tanto alejadas de los grandes espectáculos con que encantó a las audiencias en sus inicios.
Sin embargo, de a poco ha ido mezclando con esas grandes realizaciones de aventuras y fantasías, películas más serias que lo muestran como un hombre preocupado de la sociedad de su tiempo.
Desde El color púrpura (uno de los grandes desaires de la academia, once nominaciones y ninguna estatuilla), pasando por La lista de Schindler, Salvando al soldado Ryan, Munich, Puente de espías, Lincoln o Los archivos del pentágono, estas realizaciones han visibilizado un artista preocupado de aspectos históricos y sociales en tiempos turbulentos y complejos.
Personajes que tienen un universo propio
En esta línea, esta última entrega viene a ser un ajuste con su propio pasado. Revelando un Spielberg en un tono más íntimo. Un cineasta que revisa su vida, primero con los ojos asombrados de un niño y, luego, un atribulado adolescente.
Y todo ajustado con el background de un hombre con una vasta experiencia en la industria del entretenimiento. Un hombre que está llegando a una edad avanzada (tiene 76 años) y que está mirando su obra como un legado y necesita justificarse. Como dijo el viejo Walt Whitman, en su célebre Canto a mí mismo: Es hora de que me explique; /pongámonos de pie (…).
Hay algo de esto en esta, su última cinta. Hay conciencia de una herencia que se está cuidando y afinando.
La narración introduce al espectador en un intervalo de tiempo que el director norteamericano considera crucial de su vida: su infancia, el momento del encantamiento con el séptimo arte. Y como esto le ayudó a sobrellevar a su familia y las crisis que sufrió en su adolescencia.
Los hitos que se presentan en el desarrollo de la historia no son muchos y tienen que ver con las decisiones que van tomando sus padres. Lo medular de la narración está en los modos de vida de ambos progenitores. Esa mixtura que fue el pragmatismo y cierta distancia de su padre y la energía creadora de su madre.
El padre (Paul Dano) vinculado a las nuevas tecnologías de la imagen iban apareciendo: los televisores. Y la madre (Michelle Williams) ilustrada en expresiones artísticas tales como la danza o el piano.
De la mezcla de ambos, emerge este Sammy Fabelman (un debutante Gabrielle La Belle), alter ego de Steven, muchacho fanático de todo lo que se refiera al cine y que logra imprimirle la fuerza y convicción que debió tener el director en ese entonces.
Luego del primer encantamiento del niño con el cine, el relato se centra en la evolución del joven cineasta como un artista que se esfuerza en entretener su fiel público: familia y amigos. Transformándose en un tipo de mago, uno que crea sus propias ilusiones cinematográficas.
Pero este impulso va cambiando con el paso del tiempo, a medida que crece, y que su pequeño mundo se desmorona, va imprimiendo una dimensión distinta a su arte. Una especie de paralelismo con la carrera del propio Steven Spielberg.
The Fabelmans es una película correcta, no tiene esas espesuras morales de alguno de sus filmes más emblemáticos pero es efectiva. Lo más problemático que afronta es la relación con sus padres.
Sammy/Steven es un artista en crecimiento, una personalidad que se está moldeando y aprendiendo. Un autor incipiente que se sentía a gusto haciendo películas para complacer a su reducida audiencia y que aprendió que el cine era algo más grande que solo agradar a sus espectadores.
Y de lo más grande del filme, dos tremendas apariciones: Judd Hircsh, como Boris y David Lynch, como John Ford, quienes le dan lecciones de vida y arte de una manera muy particular. Personajes que tienen un universo propio.
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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.
También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.
Tráiler:
Imagen destacada: Los Fabelman (2022).