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[Crítica] «Melancholia»: La lentitud de lo inmediato

En este largometraje de ficción del realizador danés Lars von Trier —protagonizado por Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg— nos encontramos ante un filme poderosamente estético con una clara voluntad artística dirigida a subyugar al espectador.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 13.9.2024

Melancolía es el nombre tradicional de la depresión profunda. La palabra proviene de Melancholia del latín tardío y anteriormente del griego. Hipócrates y sobre todo Celso la explicaban por la Teoría de los humores como un exceso de bilis negra o atrabilis, lo que causaba una desvitalización de quien la padecía.

Lars Von Trier (1956), el director de la película se propuso filmar una trilogía sobre la depresión: Anticristo (2009), Melancholia (2011) y Nymphomaniac (2013). La razón aparece de forma clara. El propio cineasta sufrió un cuadro depresivo y experimentó en su vida el sufrimiento y las emociones que desencadena el cuadro. Él se define a sí mismo como melancólico.

En la película se narra nada menos que el fin del mundo a causa de la colisión de un planeta errático llamado Melancholia con La Tierra, produciendo un cataclismo de dimensiones cósmicas incompatible con toda forma de vida.

Asimismo, muestra las reacciones psicológicas de un grupo de personajes ante la inminencia de tan insólito acontecimiento, en especial de dos hermanas: Justine y Claire.

La primera de ellas arrastra a lo largo de la historia un estado de ánimo amargo, autodepreciatorio que la lleva a una conducta pesimista y negadora de su dignidad personal. La segunda, en cambio afronta las dificultades con una punzante ansiedad anticipatoria que convierte su vida en un tormento.

Robert Burton venía a decir en su monumental tratado sobre la lipemanía, Anatomía de la melancolía (1621), que el lugar de la Tierra más cercano al infierno es el corazón del melancólico.

Paradójicamente, el personaje de Justine es el que se muestra más tranquilo y resignado ante el apocalipsis que se avecina. Mientras su hermana, familiares, amigos y deudos viven en un marasmo de desesperanza, ella acepta la magnitud de su destino con la grandeza de asociar su suerte a la del mundo en un desmesurado y trágico final.

 

Un espectáculo de belleza sombría

Freud afirmaba que el melancólico capta la verdad con más claridad que aquéllos que no lo son. Una experiencia sabida por psicólogos y psiquiatras, que sucede durante las crisis mentales tanto accidentales como debidas al desarrollo de la personalidad, es que de manera previa a la aceptación del hecho adverso, autor de dicha crisis, se atraviesa por una fase depresiva preparatoria al reconocimiento del suceso y sus consecuencias.

El dolor moral de la depresión amortigua el sufrimiento producido por la catástrofe. Ese parece ser el mensaje de la enorme narración. Quizá un consuelo atrabiliario que recuerda al íntimo bienestar de la tristeza adolescente.

Lars Von Trier y Thomas Vinterberg fabricaron un manifiesto cinematográfico llamado Dogma 95, propugnando que las historias del cine debían ser cotidianas y sencillas, con menos efectos especiales, con iluminación natural, filmadas con cámara móvil e introduciendo cortes en el ritmo de la narración para modificar la sintaxis del relato. No parece que todas estas condiciones se hayan cumplido en Melancholia.

Por el contrario, nos encontramos ante una película poderosamente estética con una clara voluntad artística dirigida a subyugar al espectador. Lo que ciertamente consigue.

En primer lugar, el ritmo narrativo combina el tempo lento del argumento con movimientos constantes de la cámara en muchas secuencias, consiguiendo con esta mezcla una desasosegante sensación de angustia y pesantez que va atrapando a quien contempla las imágenes.

Luego, y en segundo lugar, la lentitud está tomada del material de los sueños de Justine que se enseñan al principio de la historia comunicándonos cómo se siente la protagonista en su interior, aunque sus sonrisas disimulen durante su boda.

En definitiva, un espectáculo de belleza sombría que nos habla a cada uno de nosotros.

 

 

 

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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría. Jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid). Profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras poéticas se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría. Actual asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Melancholia (2011).

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