Esta novela del escritor nacional y famoso crítico audiovisual, Aníbal Ricci Anduaga (Zuramérica, 2021), demarca ciertas vetas temáticas en su ya extensa bibliografía, y entrega la sensación de que se encuentra hecha para volverse un filme de algún discípulo sudamericano de Cronenberg o de Lars Von Trier, dentro de un futuro, ojalá, muy cercano.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 14.5.2021
Hay un sinnúmero de formas a través de las cuales el miedo comercia con nuestra conciencia, doblegándola de manera provisoria o radical. En la novela que acabo de finalizar el protagonista es perseguido por sus sombras, desplazado dentro de sí mismo, hasta exteriorizar en el mundo a los enemigos que lleva dentro.
Miedo ―editada por la excelente Zuramérica―, primera novela del escritor y crítico chileno de cine Aníbal Ricci Anduaga, reescrita desde la distancia de los años y de la maduración, tanto personal como literaria, encarna el viaje del antihéroe que huye de un pasado por la vía del contrataque, del resentimiento y el furor que le causa un desengaño amoroso.
Lo que antes era vicio de dos, ahora es descontrol de uno, pues si nos acompañan en la ilusión, el placer prevalece ante las circunstancias, pero ya en la soledad se anuncia la debacle, y la entropía ingresa por la puerta ancha.
Nos topamos de entrada con un dealer de droga, que pese a tener un trabajo bien remunerado, prefiere ir a Tacna y volver cargado en cocaína y aventuras pasionales, y por donde se asoma la presencia del tristemente recordado Antares de la Luz y el uso sin culpa de la poderosa ayahuasca, experimentada a través de vínculos sexuales, tenidos casi en otra dimensión, y sin protección, por parte del insaciable protagonista.
De hecho, el padecimiento de las ETS, en estas páginas, asemejan a medallas victoriosas obtenidas luego de una cruenta guerra existencial, y por otra parte, el descubrimiento de las bondades sanadoras y farmacológicas de la Penicilina, simbolizan el hallazgo del Santo Grial y la posible promesa de la vida eterna en un paraíso terrenal.
Así, en Santiago, el narrador se hará cargo de la reventa de los alucinógenos, le buscará contactos y alumnas a Antares para sus cursos de meditación (el cinéfilo chamán abusa de nuestro personaje), y luego el improvisado «soldado» trabajará durante los días laborales en el glamour de su profesión obtenida en la Universidad Pontificia y se desbordará con todo durante los fines de semana, en los boliches del barrio Lastarria.
Dispuesto a entrar al fondo de la noche, al Edén artificial en el cual el olvido es una quimera que se disuelve ante el espejo o el rostro de una mujer que evoca a esa que no quiere soltar de su memoria, del deseo de su piel.
La propuesta es trepidante, pero no inquieta por novedad alguna, sino por el ejercicio de llevar a un hombre hasta las últimas consecuencias del infierno personal y del onanismo desenfrenado (con calambres en los genitales, incluidos).
El ritmo es el de un thriller, en versión novela negra, con todo el barullo marginal, las puteadas e infamias que se reproducen con tanta velocidad noche tras noche.
En los bajos fondos del neoliberalismo
El soundtrack de fondo lo van entretejiendo las canciones de Fito Páez y Charly García, entre otros iconoclastas ochenteros, como Jorge González. El exitismo del experimento neoliberal es retratado con su gemelo oscuro: el flujo de drogas, el comercio del placer, la abolición de amores e ideales.
En fin, la crudeza y suciedad que parasitan a los herederos de las dictaduras latinoamericanas no es ningún puñado de dulces en el bolsillo, las interferencias en el cauce de los pensamientos, las voces ajenas que atacan desde dentro, son síntoma del desequilibrio psíquico que asola a un protagonista decidido a evadirse, a viajar de un lugar a otro con tal de huir de una especie de conglomerado, que lo seguía desde que escuchó de su existencia, en la voz sensual de otra drogadicta, fina y exquisita, cuando ambos se rozaban, recostados como estaban, sobre los pastos de las canchas de San Joaquín.
Las pesadillas que soñamos no son gratuitas ni podemos cambiarlas por las de otros, pero a veces, incluso con párpados abiertos, creemos habitar en el limbo de las pesadillas comunes.
Desde la noche santiaguina a Buenos Aires y el DF mexicano acompañamos a un hombre desesperado, dispuesto, tal vez, a aceptarse de una vez por todas en el callejón sin salida que ha elaborado con sus actos y omisiones.
El estilo carece de remansos, se urde con fraseos cortos y punzantes, arrítmicos en no pocas ocasiones, como si el tiempo estuviese aserruchado, indispuesto a la belleza cotidiana, sumido en el sótano de un carnicero. La acción manda por sobre las reflexiones y la áspera velocidad de ciertas películas se cuela en la narrativa.
De hecho, esta obra, que no es de las mejores del autor, pero sí demarca ciertas vetas temáticas, pareciera hecha para volverse un filme de algún discípulo sudaca de Cronenberg o Lars Von Trier.
Esto, pues el relato es ferruginoso, sufrido y no pocas veces tragicómico o patético, pero conlleva en sí la franca valentía de exhumar los demonios y tenderlos con la ropa lavada a la luz del día.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.
Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga.