La nueva entrega de la realizadora chilena Claudia Huaiquimilla es una obra audiovisual de factura casi perfecta y la cual golpea con fuerza artística en las falencias de las políticas públicas dedicadas a la tutela y a la reinserción juvenil existentes en el país.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 22.10.2021
El segundo largometraje de ficción de la joven directora nacional Claudia Huaiquimilla (1987) , conocida por Mala junta (2016) se encuentra inspirado en el incendio del Sename de Puerto Montt en 2007, un hecho de sangre en el cual fallecieron diez menores bajo extrañas circunstancias, las que incluso motivaron un proceso judicial y una honda conmoción a nivel local, en cuanto a la formulación de las políticas públicas al respecto, y en una coyuntura que lejos de aplacarse, todavía resuena en la oficina de espera por parte de las tareas pendientes del Estado.
De esa forma, Mis hermanos sueñan despiertos (2021) —qué titulo de bautizo más poético— es un filme de época que pese a estar rodado en la escena de un centro de reclusión para menores de edad, se preocupa de los mínimos detalles a fin de propiciar la ambientación propia del año 2007, como la transmisión de un partido de fútbol entre Colo-Colo y la Universidad de Chile, propio de esa temporada, estelarizado por jugadores olvidados y ya retirados, y producido por el ya desaparecido CDF.
Un duro existencialismo en el sur de Chile
La cámara de Huaiquimilla, si antes apostó por los espacios abiertos de la Araucanía, hoy formula sus pretensiones diegéticos en lugares cerrados, y donde el fuera de campo (lo que ocurre afuera del encuadre) adquieren una gran relevancia a fin de transmitir la búsqueda de la libertad por reclusos que paradójicamente, experimentan una edad preferente para la vivencia de ese sentimiento fundamental de la bitácora humana.
El talento de la realizadora se manifiesta en la ambiciosa utilización de las habitaciones estrechas como la puesta en escena restrictiva de una historia de profundo dramatismo y complejidad argumental, y en el cual el desamparo, el absurdo, y el atisbo de la nada se huelen, y lo que es más impactante, se observa a través de secuencias crudas, honestas y empujadas por un destacable valor actoral en general.
Aquello, la reproducción audiovisual de ese agobio existencial que prefiere la muerte antes que a la vida con el objetivo de alcanzar la anhelada libertad, resulta en el mayor logro artístico de Mis hermanos sueñan despiertos, en un prendamiento estético traspasado por la música de Miranda y Tobar hacia quienes observan ese relato de un Chile extinguido hace casi quince años, pero el cual todavía parece eternizarse sin mayores cambios ni propuestas alternativas, de acuerdo se desprende desde la profunda crítica social y política enunciada en este metraje por su directora.
Sin ir más lejos, ese logrado y citado desarrollo del fuera de campo, se refleja en el hondo desarraigo y soledad afectiva de los hermanos encarnados por los debutantes Iván Cáceres (Ángel) y César Herrera (Franco), quienes se hayan empecinados en llamar y buscar a una madre que se niega a visitarlos, que los rechaza y abjura de ellos, y cuya existencia ignota e indiferente transcurre demasiado lejos, inclusive para que apenas podamos vislumbrarla.
Otro aspecto a realzar es lo que atañe a la dirección de actores.
En efecto, las aplaudibles interpretaciones de los jóvenes Iván Cáceres, César Herrera y Julia Lübbert (deslumbrante en su caracterización, luego de su debut en la recordada Rara de Pepa San Martín de hace justo un lustro); y reforzadas por la presencia de nombres como los de Paulina García y Andrew Bargsted, se deben principalmente gracias a las instrucciones verbalizadas por la directora Huaiquimilla y a la fuerza de su guión (escrito por ella junto a Pablo Greene), y por el compromiso de vida real de alguno de los protagonistas y de sus privaciones cotidianas llevadas sobre el plató, según se ha podido saber por diversas publicaciones de prensa aparecidas durante los últimos días.
Por otro lado, la agilidad del montaje, y la fluidez secuencial y continua del relato, que en estas secuencias se observa, corresponden a otra variante que sirve para situar la calidad y el dedicado trabajo que se atestiguan en este gratificante crédito audiovisual.
En definitiva, Mis hermanos sueñan despiertos exhibe una historia novedosa para el cine chileno, la dedicada a la antropología carcelaria pero enfocada en jóvenes menores de edad, bajos los rasgos de un concepto técnico y estético que sin presentarse abiertamente como la reflexión de una interpelación política, adquiere en su tratamiento y desenlace los contornos propios de los grandes filmes que confrontan a la praxis execrable de nuestra realidad: obras de arte que zarandean a las retóricas públicas encargadas de suprimir alguna vez esas dolorosas fallas y faltas del sistema.
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Tráiler:
Imagen destacada: Mis hermanos sueñan despiertos (2021).