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[Crítica] «Moolly Bloom»: El corazón es un cazador solitario

En ocasión del año que celebra el centenario de la publicación de la novela «Ulises» de James Joyce, se presenta hasta el próximo día jueves 16 de septiembre, este montaje que dirigido por los realizadores belgas Viviane de Muynck y Jan Lauwers, consigna la brillante interpretación, en el rol principal, de la actriz chilena Gabriela Hernández.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 6.9.2022

«Hubiera debido comprender entonces algo que durante años no comprendí del todo: que hombres y mujeres queremos lo mismo».
Adolfo Bioy Casares, en Memorias.

El episodio 18 de la tercera parte del Ulises (1922) de James Joyce (1882 – 1941), es el titulado «Penélope», donde la voz de Moolly cierra la coralidad de una novela protagonizada fundamentalmente por personajes hombres.

Aquel es el texto, entonces, que el presente montaje utiliza como base de inspiración a fin de ser interpretado en solitario por la actriz chilena Gabriela Hernández Gómez (1939), quien a sus 83 años realiza una proeza artística y dramática de una exigencia mayor.

Solo eso habla y refrenda la magnificencia teatral de este crédito.

La flexibilidad corporal y muscular de Hernández reflejan una vida dedicada al trabajo y a la maduración en los propios talentos, tanto de caracterización como intelectuales, pues la exigencia a la cual se ve sometida la actriz nacional se mantiene a lo largo de 80 minutos de duración sobre el escenario, y ella resiste como si tuviese la mitad de la edad que registra en su biografía terrenal, mientras se exhibe actualmente Moolly Bloom, en la sala del Teatro UC.

Así, la intensidad dramática de este montaje precisa de un desdoblamiento psicológico que abarca desde el inicio hasta el final de la obra. Moolly rememora en clave nostálgica y con desparpajo las inflexiones de su derrotero pasional y por ende de sus carencias afectivas, cuando la plenitud y la idealización se reparten en papeles iguales la conformación esencial de cualquier trayectoria amorosa.

En la novela de Joyce (que transcurre en un día de junio de 1904, en la ciudad irlandesa de Dublín), Moolly tiene 34 años y hace una década que ha dejado de tener relaciones sexuales con Bloom, su marido. Mientras, que en el montaje de los belgas Viviane de Muynck y Jan Lauwers, se trata de una mujer adulta cercana a la vejez durante una noche de insomnio, quien encarna al personaje femenino que en esas horas de la madrugada cierra e inicia al mismo instante, el ciclo de la vida.

Diversas reseñas de este montaje versión chilena se refieren a su narratividad como una suerte de artefacto simbólico cuya intencionalidad argumental descansaría en la demanda o necesidad por la igualdad en torno a la libertad sexual de mujeres y de hombres, en paridad de condiciones; pero más que en el texto, ese aspecto se desnuda, literalmente, gracias al énfasis que le otorga en ese sentido la soberbia interpretación de la ya citada Gabriela Hernández.

 

El deseo sin cesar

Moolly Bloom es una obra fuerte y rotunda, claro, pero eso solo se aprecia debido a la entrega artística y a las virtudes propias de la caracterización de Hernández (empezando por su vigor físico y desplante), y sobre quien gira la totalidad de los demás elementos escénicos: el diseño integral, la iluminación, el guion teatral, en fin, hasta el título del montaje.

La sincronicidad literaria y dramática entre el texto matriz y esta adaptación local, es un logro de la asistenta de dirección (Sofía Solís) y de Gabriela Hernández, quien entrega una actuación de índole consagratoria pensando en la posteridad fútil de la eternidad.

Aquí el tema principal está lejos de ser la búsqueda o la revelación de una sexualidad femenina y su posterior goce o plenitud vivencial, sino que su centro dramático es el camino interpretativo que sigue la única actriz principal del monólogo, con el propósito de expresar y manifestar ese sentimiento de insatisfacción permanente que agobia a cualquier ser humano, luego de la pubertad: el deseo erótico que no se apaga jamás (solo cabe la represión para extinguirlo), y la ilusión y la búsqueda del amor, a modo de intentar abordar esa demanda epidérmica y asimismo, curiosamente abstractiva.

Los amantes de la personaje que acá se invocan son solo un detalle, lo que importa es a quien representa la desmesurada fogocidad existencial de Moolly: a la interioridad de una mujer normal, víctima de sus ausencias y de un ansia sin fondo, en pos del goce físico y por una casi desconocida (para ella) felicidad psicológica o espiritual.

Porque el deseo no cederá, pese a la incapacidad del cuerpo inclusive para llegar a sentirlo a causa de la vejez y del paso irrefrenable del tiempo. Pero la mente trabaja y sigue conspirando, trágicamente, en contra de la impotencia de una carne ya corrupta e inservible en esos menesteres atléticos y de pericia.

Ese prendamiento estético es el que Hernández comprende a cabalidad, y celebra a la vida (porque finalmente siempre es breve, y su fiesta vale la pena), al teatro y a su libertad consustancial, y también en una reverencia al genio mortal y consciente de su nimiedad —que refleja la obra mayor—, del escritor irlandés James Joyce.

 

Ficha artística:

Una producción de Needcompany.

Concepto y dirección: Jan Lawers y Viviane de Muynck.

Elenco: Gabriela Hernández.

Asistente de dirección: Sofía Solís.

Coproducción: Fundación Teatro a Mil y Teatro UC.

Temporada: Desde el 31 de agosto hasta el 15 de septiembre, miércoles a sábado, 20.30 horas en la sala del Teatro UC (calle Jorge Washington N° 26, comuna de Ñuñoa, Santiago).

Entradas en boletería del teatro y en Ticketplus.cl.

 

 

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La actriz chilena Gabriela Hernández interpreta el último episodio de los dieciocho que tiene la novela «Ulises» de James Joyce

 

 

 

Crédito de las imágenes utilizadas: Felipe Fredes.

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