El nuevo texto de la autora bonaerense Ana Arzoumanian se construye alrededor de la seductora voz de una joven cuya vida transcurre en el conurbano de la capital trasandina en el contexto de las insurgencias latinoamericanas de la década de 1970, mientras ella se entrena en el odio propio de la Revolución Armenia y su programa.
Por Cine y Literatura
Publicado el 29.8.2023
Las violencias en Latinoamérica de los años setenta, específicamente las violencias en Argentina, interpretadas en una nueva clave. La editorial Mora Barnacle de Buenos Aires acaba de publicar el libro Nada de lirismo de Ana Arzoumanian (1962).
El texto se construye alrededor de una voz de una joven cuya vida transcurre en el conurbano bonaerense. Mientras suceden los idearios violentos de las revoluciones latinoamericanas ella se entrena en el odio del programa de la Revolución Armenia.
Su adiestramiento gira alrededor de un cancionero revolucionario que el libro transcribe y que, en su traducción, se articula con los movimientos para la liberación americanos. En el escenario de Nada de lirismo se encuentra un peronismo en fricción de un espacio tensionado entre la existencia interna del gueto (armenio) y el mundo del trabajo.
La violencia política es asumida como una violencia sexual. En definitiva, se trata del cuerpo. Cuerpo exorbitante, fuera de su territorio, fuera de su lengua, no soberano, y el título del libro hace referencia a la frase escrita por Eva Perón en su La razón de mi vida.
Más allá de los giros de la narrativa de voces, el texto ahonda en una pregunta radical: ¿es posible calificar una violencia con un gentilicio, se puede circunscribir las violencias a una nacionalidad? Y, luego, ¿habrá un vértigo sensualista en la asunción de un devenir violento?
El libro no discrimina víctimas de victimarios, sino que, apropiándose de una poética de la negatividad, parte del defecto del discurso dominante haciendo estallar la narrativa en fragmentos que se alejan del origen. Nada de lirismo reconoce el defecto, el desorden y, en lugar de seguir un guion positivista, un empleo iluminado en colocar las cosas en su lugar, activa el desajuste.
La estética negativa se anida en una escritura del malestar ante la devastación. El mutismo que provoca la ruina es asumido en el texto por márgenes de silencio en la voz, por disyunciones, por cruces del habla. No sólo de los sujetos que hablan sino de los tiempos de las acciones. El pasado y el presente se confunden incesantemente en una superficie que busca sustraer del dominio absoluto los discursos políticos y su moral.
Así, la potencia de lo negativo en el libro se adentra en aquello que puede ser y no es. Cuando impera la arrogancia, cuando la certeza de lo que es se traduce en el inequívoco del odio, el texto se plantea como una revuelta.
Desde una estética descontrolada
La militancia, esa disposición militarizada del espíritu y del cuerpo, requiere una pedagogía. El libro logra poner el acento en el repertorio instructivo cuyo desarrollo solicita un dominio sobre los afectos. Como esas muñecas rusas, las mamushkas, hay una violencia dentro de la violencia, un país dentro del país, una lengua dentro de otra lengua.
Ante el aparato burocrático de la pasividad ideológica; pasividad que se asume no sólo desde los contenidos de las obras que tratan el problema de los años 70 del siglo pasado sino también por la forma de abordarlos. Digo, ante el dispositivo moroso del poder, el texto no podría responder con una narrativa higiénica, premiosa, profiláctica.
El libro se niega a ser escrito utilizando las formas de los objetos culturales dispuestos por una industria cuya escena de producción fue alimentándose de la calamidad. Las relaciones de fuerza se desbaratan desde una estética descontrolada. Toda vez que la demarcación instaurada por una autoridad oprime, somete, la narración se nombra fuera de los usufructos de una heredad nacional, comunitaria y, en definitiva, canónica (del canon literario).
De esta forma, el libro lleva como dedicatoria la siguiente frase: «a la vida amurallada de los guetos, su pornografía; con compasión» y tiene una cita de Ocean Vuong: «nuestra lengua materna no es madre en absoluto: es huérfana». El Líbano, Irlanda, Alemania, el País Vasco, Serbia, Argentina y una Armenia que está bajo la potestad de la Unión Soviética son parte de la geografía rota del obrar y del padecer.
Los afectos son las afecciones del cuerpo por las cuales la potencia de obrar del mismo es aumentada o disminuida, favorecida o reprimida, y al mismo tiempo las ideas de esas afecciones. Spinoza se pregunta: «¿Acaso no enseña también la experiencia que si el cuerpo fuese inerte, el alma sería al mismo tiempo inepta para pensar?».
De modo que el cuerpo del texto se mueve, el cuerpo de la voz de la joven que protagoniza el libro se mueve; se mueven porque sólo piensan desde allí. Y el pensar se funda en un deseo de restaurar algo del amor. Un amor no en sentido romántico, sino en la fuerza que liquide los objetivos tanáticos de las jurisdicciones nacionales, sus emblemas, sus himnos obedientes.
¿Podría, por ejemplo, Lobo Antunes, después de estar años en la guerra de Angola escribir un texto estructurado bajo los parámetros de inicio, desarrollo y final? La escritora ganadora del premio Nobel Svetlana Alexiévich decía que para hacer comprender la guerra habría que escribir un libro horrendo.
Nada de lirismo se pregunta también acerca de cómo escribir la exhibición que promueve el resentimiento, la repulsa. Escribir de modo que, al dejar en descubierto la desnudez, por esas paradojas del arte, pueda cubrir aquello definitivamente obsceno. No una justicia, no una venganza; simplemente el gesto que, al ser leído, haga sentir.
«Nada de lirismo» (fragmento)
Mientras, en la fábrica de Padre se intenta sabotear su funcionamiento, sabotear la producción, las compras; sabotear las ventas.
Quemar.
Luche y se van.
En Sudamérica el modelo es la revolución iraní del año 1979 que derroca al shah Reza Pahlevi, el modelo es la revolución nicaragüense de 1979.
En los tribunales las presentaciones más habituales comienzan a ser los Habeas Corpus.
Tener un cuerpo.
La cabeza empalada de Serop Pashá.
Tener un cuerpo mientras se lucha y no se van.
Hasta el fondo, me dice. Yo pienso en mi dedo entre sus piernas, atrás donde se extiende su latido. Hasta el fondo, me dice, iré hasta el fondo de tu garganta. Entonces me reclino sobre la mesa. Una mesa angosta a la que le he sacado los libros antes de que él viniese. La mesa angosta delante de un gran espejo. Entonces él mira, me mira. Y yo lo miro mirarse.
Así, en esa posición las cosas flotan, y yo podría agarrarlas pero soy un objeto más que ondea. Lo único que cae es una lágrima. El rostro hace una fuerza hacia arriba. Ahorcame, le pido, como modo de decirle que detenga ese movimiento de las cosas. Sin darme cuenta que el motor de todo lo sin peso viene de ahí, de ese volumen que empuja y no para. Él baja con su lengua y besa a todo lo que se prosterna. Me besa con besos guardados en montañas, en viajes a Perú; guardados en los caminos del inca.
Un maremoto que arrasa todo y luego se retira. Al retirarse cada cosa sigue en su lugar. Esa es la turbación. Su fuerza, su potencia adentrándose, su ímpetu, su savia como savia cósmica, como forma del universo dentro de mi cuerpo.
Habeas corpus.
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Imagen destacada: Ana Arzoumanian.